RELATO: Profundamente gris

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Braulio Moreno Muñiz.

Pablo no podía imaginar que tras la noche de risa de luna y guiños de astros refulgentes y alegres, y tras un sueño espantado a golpes de repetirse que ya era hora de acudir al tajo, iba a encontrar, donde él solía trabajar a diario, un conflicto provocado por la negativa (otra vez) del patrón a suscribir todas las demandas que habían expuesto la mayoría de los jornaleros que, al igual que Pablo, trabajaban en la finca. Los compañeros del Comité de representantes, que en la tarde anterior habían estado negociando con el dueño de la heredad, estaban ahora, en esta mañana que aún no lo era, en la puerta de entrada esperando a que los compañeros llegaran para informarlos de las nuevas que traían para aquellos que en este, que parecía iba a ser alegre día, vinieran con la curiosidad de saber qué había pasado la tarde anterior en la decisiva reunión que mantuvieron con el patrón. Todos los que iban llegando miraban al cielo extrañados, porque el astro sol no acababa de salir por el horizonte tiñendo de violeta-rojizo el cielo, al que se solía mirar implorando a veces esa lluvia fría que ayuda a fecundar la tierra parda, convirtiendo la débil espiga verde en amarilla vara torcida y preñada del rico grano con que agradece la eterna madre el trabajo que cuesta mimarla. Y Pablo no se podía imaginar el conflicto que le esperaba porque, apoyado en su positivismo y en su candidez, se había dado a pensar, durante la alegre noche de luna arqueada hacia arriba, que era tan poco y tan justo aquello que pretendían los jornaleros que el patrón no se negaría a acceder a sus pretensiones, pero cuando estuvo ante la puerta de la finca con los demás, que habían ido llegando poco a poco, y el comité los informó de la sinrazón de aquel al que le costaría tan poco hacerlos sentirse más felices, volvió a la realidad del pesimismo de una mañana que, aún sin nubes, se había tornado, cuando el sol salía ya por el lejano horizonte, más fría y gris que las que solían reinar en pleno mes de Diciembre. Ante la noticia de que seguramente se iban a quedar sin las añoradas mejoras, el descontento se extendió por entre todos los asistentes, y ya se oían voces que pedían tomar alguna medida para hacer cambiar de opinión al maldecido dueño de la explotación, porque no era justo que aquel que menos trabajaba, o que no trabajaba nada, pues sus labores las había dejado en manos de manijeros y encargados, se llevara el fruto íntegro de una buena cosecha que había sido tal gracias al esfuerzo y al sudor de todos los que estaban allí reunidos, y aún de algunos más que no se encontraban allí porque habían cambiado de trabajo. Según parece, la promesa de una buena cosecha había animado a pensar al patrón que el beneficio este año iba a ser mayor que en años anteriores, y hecho ya a la idea del buen negocio, las demandas de los jornaleros lo estaban haciendo sentirse decepcionado con lo que parecía para él, hasta el momento, un golpe de buena suerte.

Espoleados por la fuerza que da la unidad del grupo, y animados por la justeza de sus reivindicaciones, los obreros agrícolas tomaron la decisión de ir a la huelga, pero antes, los compañeros del comité tenían que ir a exponer su resolución ante el patrón explotador que no quería compartir la bonanza de la cosecha con aquellos que se habían esforzado tanto para conseguirla. Así que sus representantes tomaron el camino de la casa grande para, en un último esfuerzo, y ante la presión, intentar hacer que el empresario aceptase sus demandas.

Mientras tanto, los decepcionados trabajadores del campo esperaban, haciendo corros donde se hablaba de todo, a que el comité les trajera alguna noticia, pero sin esperanzas ya de que las contradicciones ante las que se encontraban obreros y empresario se arreglaran sin tener que hacer un esfuerzo en la pugna para conseguir lo que se pedía.

Pablo estaba apartado; ya no miraba al cielo porque el sol estaba alto y molestaba en la retina, su cabeza se inclinaba sobre sus pies que estaban sobre la tierra blanda. Intentaba calcular cuánto le descontarían por cada día de huelga, y se encomendaba a todos los dioses para que el conflicto no se alargara en el tiempo. Pensaba que después del periodo en que estuvo cobrando el mísero subsidio, había tenido la suerte de que lo llamaran para ganarse unos jornales que levantarían la maltrecha economía de su casa. Sentía una mezcla de alegría, tristeza, desazón, desamparo e incertidumbre. Alegría porque la noche anterior había estado con su compañera tendido tranquilamente en la terraza de su casa, bajo el cielo estrellado, mirando el firmamento, maravillándose de que hubiera tantos astros esparcidos por aquello que parecía el reflejo de lo que había aquí abajo, pues los cuerpos brillantes semejaban ciudades vistas a lo lejos en una noche oscura. Los puntos luminosos eran las farolas, que en la distancia sólo dejan ver el brillo de su luz. Y las nebulosas se habían convertido, por arte de la imaginación, en caminos perfectamente iluminados. Luces arriba, luces abajo, todo porque el ser humano trata por todos los medios de huir de la eterna oscuridad en la que nace, porque si cierra los párpados y se mira por dentro no ve nada, sino que lo invade la tremenda sensación de encontrarse en un negro abismo del que es imposible salir si no se abren los ojos y se mira para afuera, donde hay luz de sol, luz de luna, luz de estrellas lejanas que, aún después de extinguidas, acuden a dar consuelo, desde su lejanía, a todos aquellos que por no abrir los ojos se sienten en la terca oscuridad profundamente gris de la soledad. Y sentía tristeza, desamparo e incertidumbre, porque desde su soledad, no podía dar solución a los problemas que se le planteaban en estos momentos de contrariedades cotidianas.

Pero fueron las voces de los demás las que lo sacaron de sus pensamientos, y éstas, eran el reflejo exterior de lo que a él le estaba pasando por la cabeza, ya que aquellos que estaban en un grupo cercano a donde se hallaba Pablo, maldecían la actitud del patrón por forzarlos a tener que tomar la decisión de hacer la huelga, sobre todo en un momento en que las economías de cada uno andaban excesivamente raquíticas; sin embargo, llegaron a la lúcida conclusión de que siempre sería mejor luchar que rendirse sin hacer nada, además ya estaban seguros de que ganarían en esta pelea, era cuestión de tiempo. Entonces, se reconoció en sus compañeros, y, mirando directamente a los ojos de todos, vio en sus pupilas esa luz familiar que, viniendo de la lejanía, nos acerca a los demás. Y pensó que la luminiscencia del universo acude a cada uno de los seres humanos por igual, y se refleja en todas las miradas para reconocernos en nuestro prójimo. Repentinamente, la tristeza, la incertidumbre y el desamparo desaparecieron de su interior porque se dio cuenta de que no estaba solo.

2 COMENTARIOS

  1. Grande Braulio, siempre. Nos deja esta magnífica historia de lucha, una más de las que es portador. Agradecido de que den esta plataforma para su publicación. Que no sea la última.

  2. Estoy muy emocionada por volverte a leer. Buen relato, sigue así. Espero que sigas publicando y leerte en el común.

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