Nazis sin esvástica

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No sé si son ustedes conscientes de que pueden darle gracias a Dios o a la entidad suprema en la cual crean de estar aquí ahora mismo. La pasada semana estuvimos durante unas horas al borde de la Tercera Guerra Mundial.

Recuerden: la malvadísima Rusia había alcanzado Polonia con uno de los misiles que usa en su agresión caprichosa y arbitraria contra la inocente Ucrania, que no se había metido con nadie y criaba gatitos monísimos mientras sus niños iban felices cantando al colegio gracias a su ejemplar democracia que enorgullecía a toda Europa, pues sólo en la superior civilización de este continente podía darse una utopía de amor, fraternidad y felicidad como la que en esta última nación se desarrollaba hasta que la sed de sangre rusa lo echó todo a perder. Como era natural, Polonia, el país de Europa que tanto sufrió en el siglo pasado por las ideologías extremistas de uno y otro signo, aunque mucho más con las de izquierdas, dónde va a parar, hizo lo lógico: llamar a una respuesta bélica de la OTAN contra los agresores rusos que, aunque ya no sean comunistas, en cierto modo lo siguen siendo. Estonia, una de las repúblicas bálticas igualmente liberadas del malvado comunismo gracias a Gorbachov, el Clemente, el Misericordioso, respondió al llamamiento también de la manera más sensata: prometiendo que sus valientes soldados serían los primeros en la guerra de liberación que de inmediato debía desplegarse para reducir a la criminal Rusia a escombros.

Pero sucedió que en cuestión de muy pocas horas todos los ánimos se apaciguaron. Sorprendentemente, la visión del incidente tan ecuánime y lúcida que hemos dado en el párrafo anterior cojeaba por algún punto. Resultó que el misil que había caído en la sufrida Polonia no era ruso, sino que había sido lanzado por los mocetones de Volodimir Zelensky, el Sol de Europa. Claro, Polonia, que conoce bien los extremismos de uno y otro lado, en cuestión de horas cambió su postura y renunció a invocar el Tratado de la OTAN. Zelensky, ese dechado de humanidad y virtudes, habrá matado a dos ciudadanos de su país y tiene batallones abiertamente nazis en su ejército e instituciones, pero mucho peor sería si fuera comunista, por favor. Si se apresuró a proclamar que Rusia había iniciado una escalada en sus ataques y si sigue negando que el misil sea suyo a pesar de todas las evidencias ya reconocidas por la alianza, sus razones habrá tenido, y si los mozos de la esvástica nos pusieron al borde de un conflicto de dimensiones imprevisibles habrá que comprenderlos. ¿Que han muerto dos civiles de un tercer país? Pues los enterramos y aquí no ha pasado nada. Y si pasa es culpa de Rusia, aunque los que han montado el pitote sean los ucranianos, ya lo dijo Jens Stoltenberg, el secretario general de la OTAN. De los valientes soldados estonios, por último, nunca más se supo.

No sé qué pensarán ustedes, pero yo, a la vista de esto, diría que la OTAN y singularmente Polonia y las repúblicas bálticas tienen decidido de antemano con quién quieren irritarse y a quién quieren dirigirle la respuesta por cualquier cosa que pase.

De las repúblicas bálticas hablaremos en otra ocasión, pero en mi opinión el gobierno de extrema derecha polaco merece un estudio urgente. Podría perfectamente ser calificado como un gobierno de nazis sin esvástica. Por más manifestaciones que haga condenando igualmente el nazismo y el comunismo, ya le hemos visto mandar a sus fuerzas militares y de orden cargar contra refugiados y personas indefensas por razón de raza, permitir zonas de exclusión de colectivos LGTBI, amordazar repetidamente a los medios de comunicación ―recuerden al hilo de esto que esta nación campeona de la democracia tiene desde hace meses detenido y aislado en condiciones intolerables a un periodista español, cosa sobre lo que esos famosos «patriotas» tan vocingleros en otros asuntos guardan silencio― o consentir a grupos abiertamente fascistas y neonazis desfilar por sus calles, a veces incluso agrediendo a gente que protestaba . Han asumido el gobierno en una coyuntura económica favorable, pero uno se pregunta qué ocurrirá cuando este país sufra una crisis. Estos dirigentes, pues, aunque guarden las apariencias de repudiar las cruces gamadas y otros símbolos, tienen muy claro a quién le guardan rencor y con quién quieren reconciliarse según su supuesta experiencia traumática del pasado. Hasta el punto de pasar por encima de dos ciudadanos de su patria tan muertos como cualquier víctima de Katyn, dicho de modo que hasta un ultra polaco pueda entenderlo. Una matanza, la de Katyn, por cierto, donde, seguramente, por simple probabilidad, intervino algún ucraniano y que fue igualmente ocultada por los países con más presencia en la OTAN, Estados Unidos y Gran Bretaña, pero a estos Polonia les ha perdonado.

Lo cierto es que los nazis sin esvástica tienen un largo recorrido en esa nación fronteriza entre el centro y el este de Europa. Ya en la anterior ocasión en que la facción nazi que iba a cara descubierta atacó Polonia y no nos llevó al borde, sino que nos metió directamente en una guerra mundial, el colaboracionismo del sector más nacionalista y burgués de la sociedad polaca con los invasores estuvo muy presente. Tanto es así que los nazis sin esvástica actuales, que también quieren reescribir la historia a su gusto, amenazan con la cárcel a quien reconozca la evidencia de que muchos ciudadanos polacos participaron de buen grado en el holocausto. Además, el gobierno de Joshep Pilsudski fue el primero en Europa que llegó a un pacto con la Alemania de Hitler, un pacto en el cual el anticomunismo era el punto principal y que permitió a Polonia ocupar zonas de Checoslovaquia.

Por más que el actual gobierno polaco se empeñe en borrar las partes incómodas de su pasado y venderse como heredero de una estirpe gloriosa resistente frente a dos dictadores igualmente despreciables, la historia y el presente nos indican que esa imagen de víctima inocente, vendida con éxito y comprada por buena parte de las naciones occidentales, no se corresponde mucho con la realidad. Actualmente Polonia se encuentra cómoda en la OTAN, donde su deriva ultranacionalista le resulta útil a los intereses norteamericanos, y es tolerada por la UE, seguramente por un complejo histórico de culpabilidad basado en la leyenda falaz de la nación indefensa y víctima inocente de los totalitarismos. La misma UE que fue implacable para aplastar al gobierno supuestamente extremoizquierdista de Grecia, con todo lo comentado sobre este país es más que tibia.

El gobierno ni nazi ni comunista, pero un poquito nazi sí, de Polonia podría ser uno más de la ola reaccionaria que parece haberse extendido por el mundo. Pero su situación geográfica, y la experiencia de que sus tejemanejes con los otros nazis que sí van a cara descubierta ya nos han llevado a una Guerra Mundial y puesto al borde de otra, indica que la Unión Europea debería replantearse su relación con este país. La mala conciencia por lo sucedido en otros tiempos debería tener una fecha de caducidad. Porque la próxima gracia que se les permita podría perfectamente provocar un hongo nuclear sobre el continente.

Arriba, el presidente polaco Joseph Pilsudski posa junto a Goebbels tras firmar el pacto anticomunista nazipolaco de 1934. Abajo, nazis sin esvástica polacos actuales muestran una absurda y falsaria pancarta equidistante

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