Al final de la pandemia y con el incremento de los precios de la alimentación, los transportes y los suministros básicos, el poder adquisitivo de las familias se ha visto mermado en un alto porcentaje.
En Barcelona, según Cáritas, casi una de cada tres personas está en situación de exclusión social, y este aumento de la precariedad ha llevado a las entidades a un nivel imprevisto de la demanda de apoyo alimentario.
Una de las entidades afectadas es el Banco de alimentos de Barcelona, que, por carencia de ayudas y por el aumento de la vulnerabilidad se ha visto obligado a reducir las entregas de alimentos en un doce por ciento, a pesar de su labor de evitación del despilfarro. En cifras, uno de los productos más distribuidos, la leche, ha visto incrementado su precio también en un doce por ciento, y las conservas de carne y pescado en un 45%, explican.
«Hemos tenido un desequilibrio, una desestabilización presupuestaria: lo que habíamos previsto, no lo podemos hacer. No tenemos suficientes recursos para continuar en la misma línea», declara su presidente Lluís Fatjó-Vilas.
Como es de ver, según estos datos, la pobreza y la desigualdad provocadas por la pandemia, se quedan.
