A principios de 2020 el Gobierno de Donald Trump selló un acuerdo con los talibanes en Doha por el que estos se comprometían a no atacar a EEUU, a no permitir que otros grupos tomarán el control y a tener conversaciones con el Gobierno Afgano.
Un año después, Biden – como contraparte del acuerdo con los talibanes – decidía retirar las tropas estadounidenses de la totalidad del territorio afgano asegurando, hace tan sólo un mes, que en ningún caso veríamos escenas de soldados estadounidenses huyendo como en Vietnam.
Lo cierto es que la predicción de Biden no se cumplió y el pasado 15 de agosto vimos a soldados y miembros de la embajada huyendo de la misma ante la toma de Kabul por parte de los talibanes.
Depuesto el Presidente de la República Islámica de Afganistán, Ashraf Ghani, tras sellar una entrada pacífica en Kabul con la representación Talibán, han tomado estos últimos el poder. Se presume que la figura que detente el poder de la hasta ahora República Islámica sea Abdul Ghani Baradar.
Ghani Baradar, quien permaneció preso durante 8 años en Pakistán, fue puesto en libertad en 2018 debido a la presión de EEUU.
Lo cierto es que la toma de todo el territorio por parte de los talibanes ha sido un paseo de 9 días, en la que apenas ha existido resistencia interna y, mucho menos, de potencias externas. EEUU, quien ha propiciado esta situación de terror en las últimas décadas, ha dado pasos sospechosos que han parecido alfombrar el camino hasta el poder por parte de los talibanes.
China, país fronterizo con Afganistán, todavía no se ha pronunciado oficialmente sobre estos hechos, aunque todo parece apuntar a que actuarán con cautela, respetando el principio de no-injerencia en asuntos internos de terceros, lo que podría provocar un conflicto interno con las regiones en las que los uigur tienen una presencia mayoritaria y a quienes, en más de una ocasión, se ha intentado utilizar mediáticamente contra el Gobierno de la República Popular.
