En Manoteras hay un parque a dos alturas en el que el ayuntamiento nos puso un desnivel de agua que era lo más cerca que íbamos a estar los costras (noble gentilicio del lugar) de unas cataratas en nuestras vidas. Como somos muy imaginativos, al principio lo llamábamos «el parque nuevo» y cuando ya nos cansamos de fumar porros allí y nos volvimos a las canchas, lo pasamos a llamar «el parque de las catas».
Pues bien, a principios de los años noventa, cuando el barrio era una narcosala, al Carlos lo sacaron una mañana de las cataratas muerto por sobredosis o por frío o por algo que le sudó la polla a todo dios salvo a la peña del barrio que le teníamos mucho cariño. No sé si porque se decía que trabajaba haciendo platós en la tele (el primer famoso del barrio) o, igual, porque compartía mandanga a mansalva o quizás porque nos había llenado del barrio de murales superguapos y enormes.
Había varios en el cine viejo y los quitaron cuando aquel edificio, que nunca abrió, se convirtió en un archivo de no sé qué hostias desoyendo a los movimientos sociales del barrio que pedíamos un centro social o una biblioteca o cualquier mierda cultural; había otro en un edificio junto al parque de las canchas, un tío y su bici que llegaba hasta el cuarto mínimo, desapareció cuando se rehabilitó el edificio que le pusieron aislamiento y ascensores y cosas que en los 50, cuando se construyó el barrio, eran lujos por estos lares; aún hay dos en el mercado, uno de una mujer con el pelo larguísimo sobre fondo galáctico y otro de un caballo blanco alado que, ejem, bueno ya me entendéis, estos dos cada día se borran un poquito más y es una pena. Los de su cuadrilla, durante años, le recordaban de vez en cuando repasando aquel Groucho Marx en la puerta del Cine y al Gordo y al Flaco que también estaban. Me encantaba el del accidente de moto: un hombre lloraba junto a su Vespa desparramada, tendría lo menos diez metros de altura, policromado, la hostia, transmitía un porrón, también desapareció. Uno de los que más me molaban daba la vuelta a una plaza, unas de las plazas de los yonkis de la parte de arriba del barrio, eran motivos egipcios, estabas allí con esos dibujos de peña con las manos en posiciones raras y jeroglíficos y dioses con forma de gato y te sentías dentro de una pirámide, era la hostia y en línea igual serían unos cincuenta metros. Un día, cuando gobernaba Carmena, la plaza amaneció pintada de gris cemento y, como cuando sacaron al Carlos del parque de las catas, a todo dios le sudó la polla.
Les cuento esto porque sé que les remil interesa (te quiero Tato) y, además, porque no sabéis la rabia que me dar ver a los putos pijos de Ahora Madrid o Más Madrid o cómo coño se llame ahora la nueva derecha de la ciudad intentar sacar rédito político del intento de borrado de un mural feminista en La Conce.
Yo no voy a entrar en el problema que supone que el único caballo de batalla de la izquierda madrileña sea el borrado de un mural, ni siquiera voy a decir una mierda sobre las gilipolleces que desde el Ministerio de Igualdad se han vertido sobre feministas al respecto del término sexo en el mural, es más, no me voy a cagar en los muertos de Vox, PP y Ciudadanos por atreverse a llevar a cabo esta tropelía. No. Yo me voy a cagar en todos los familiares vivos de los putos oportunistas que quieren hacer de esto una oportunidad de seguir viviendo del cuento, no de la pésima gestión de la pandemia del PP de Madrid, no de las subvenciones a pisos de mil pavos que pretende llevar a cabo la soplapollas de Ayuso, no de la falta de financiación de los servicios públicos ni de la remunicipalición de la tauromaquia, NO, yo voy a asquearme a mí mismo, y a todos los que tengáis por bien leer esta mierda, con los putos perros del capital que lo mismo que hoy intentan hacer con un movimiento tan fuerte como el feminismo (por el caso del mural), hicieron hace seis años con el movimiento obrero en general y que, cuando han tocado pelo, han hecho exactamente lo mismo que la derecha. Con una sonrisa eso sí.
Hace seis años, estos trepas se metieron en la PAH, en las RSP’s, en las marchas de la dignidad. Llevaban la voz cantante. Se les dio confianza electoral (no pienso entrar en lo que hicieron con las organizaciones) y acabaron, no sólo incumpliendo sus promesas (sugerencias, según la jueza), llevando a cabo proyectos de especulación urbanística que ni en los sueños más húmedos de la derecha hubieran salido aprobados por nadie (ni por la basura del PSOE).
Ojalá nunca borren el mural de La Conce. Ojalá nunca hubieran borrado los que quedaban en Manoteras. Ojalá nunca más dejemos al oportunismo hacerse fuerza hegemónica de ningún movimiento popular, ojalá tengamos la mala hostia y el odio de clase suficiente para que ningún otro pijo jugando a ser rebelde vuelva a ser voz de nada más que de una derecha «modernizada» porque no sólo nos borraran murales y carácter de nuestros barrios, si sólo se quedaran en eso ni tal mal, pero «»»remunicipalizarán»»» la empresa de Alejandro Agag (no la rescataran, que eso suena fatal), dejarán la Gran Vía muy bonita y con más sitio para terrazas, favorecerán la gentrificación del centro con su no regulación efectiva de los alquileres vacacionales, además, con eso mismo subirá el alquiler en nuestros barrios, la Operación Chamartín y sus pisos de lujo (en unos años los veremos vivir allí que todo se paga) hará de los barrios obreros del norte de la ciudad un sitio prohibido para el trabajador (sí, esa mierda de pisos donde yo he crecido) y mil cosas así.
La nueva derecha siempre intentará hacerse con los movimientos sociales populares y les dará igual defender hoy el mantenimiento del mural de La Conce por «ideología» que su borrado por «mayoría municipal» mañana.