La utopía neoliberal

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Las viejas ideologías del progreso y de la ilustración en el mundo se han debilitado y ahora sólo queda una gran ideología: la utopía neoliberal. En esta utopía el individualismo, la competitividad, el darwinismo social, el éxito, el dinero, el consumismo son los valores dominantes, cumpliendo todos ellos un papel en la modelación de las conciencias y en la subordinación a los designios del sistema.

Esta pandemia que se ha vivido en los albores del siglo XXI ha generado un flujo inmediato de solidaridad y apoyo mutuo que ha supuesto una esperanza inicial. Pero al poco, una vez pasado el impulso primero, ha resurgido como un magma ominoso ese darwinismo social, propio de la ideología neoliberal, que hemos constatado en aspectos tan diversos como el acaparamiento de la vacuna por los países más ricos (han reservado más de 9.000 millones de dosis, más que toda la población mundial) o que las grandes fortunas del mundo se han hecho todavía más ricas que nunca durante la pandemia.

Cualquier otra alternativa posible, cualquier causa de interés público relacionada con el bien común, la seguridad sanitaria o incluso alimentaria o la protección ambiental, el control de armas, establecer un salario máximo tope, legislar límites a la riqueza, etc., que pueda reducir las ganancias de las grandes empresas o cuestionar el “libre mercado”, provocará de inmediato la aparición de una coalición empresarial que destinará millones de dólares a una campaña para neutralizarla. Contratarán ‘expertos’ para defender su postura, publicarán editoriales de opinión y ‘noticias’ en la prensa para tratar de desacreditarte, recortarán las ayudas públicas que recibías, pondrán en cuestión tu ciencia, exagerarán las dificultades derivadas de una acción correctora y te tacharán de codicioso, de actitudes demagógicas y populistas y de perseguir un estrecho interés personal.

Lo atractivo de estos “viejos-nuevos” valores es que descansan en gran parte sobre cambios importantes en nuestro sentido común: acerca de lo que es democracia, de lo que es participación y libertad. Ya no son los trabajadores y las trabajadoras las que producen la riqueza del mundo, sino los empresarios y las corporaciones empresariales; quienes utilizan además el argumento de la “creación de puestos de trabajo” para exigir rescates públicos cuando su cuenta de beneficios desciende. Ha conseguido presentarnos el mundo al revés y convencernos de “su verdad”: el capitalismo es quien crea riqueza en cantidades enormes, y no el que extrae cantidades enormes de riqueza de la mayoría, en forma de energía humana, pensamiento y acción, distribuyendo la mayor parte de ella entre una minoría en forma de beneficios. La democracia ya no es un concepto político, sino un concepto económico y el libre mercado, no un concepto económico, sino un principio moral.

El capitalismo aparece como la exaltación del mercado libre y no como un sistema de asistencia social para las multinacionales a través de las grandes ayudas que los gobiernos les dan del dinero de los impuestos de los trabajadores y trabajadoras. El capitalismo ha pasado a ser considerado un sistema que redistribuye la riqueza lentamente de arriba hacia abajo y no el sistema que redistribuye la riqueza natural de la productividad humana de las personas pobres y trabajadoras directamente a quienes se han enriquecido a través de unos beneficios que son el sudor y la ingenuidad empaquetadas y entregadas a una minoría cuya riqueza no guarda ninguna relación con sus capacidades o necesidades.

Este es el mundo al revés de la subversión de los valores y del sentido común asentada en piedras angulares, supuestos incuestionables, repetidos una y mil veces por los grandes medios de comunicación, por los políticos y las políticas conservadores y socialdemócratas y por los “intelectuales” y voceros del sistema: El capitalismo no puede mejorar y es el estado natural de la humanidad. El libre mercado es una condición previa para la democracia. La doctrina neoliberal es inevitable e irresistible. La ganancia constituye la medida de la eficiencia económica. La iniciativa privada y la competencia son las bases de una sociedad libre. Las corporaciones empresariales privadas son eficientes y dinámicas, mientras que las organizaciones públicas son complemente incompetentes por su burocracia. Es necesario reducir las presiones políticas y sociales que son una rémora en la dinámica del mercado.  Los gobiernos son elementos de represión. El mercado, por el contrario, está basado en la participación voluntaria y responsable de las personas. La expansión del mercado garantiza las condiciones para la creación de riqueza. Todo lo que perturba el equilibrio espontáneo entre la oferta y la demanda, sobre todo las disposiciones para proteger a los trabajadores y las trabajadoras y la irrupción de los sindicatos, son intervenciones nefastas que socavan el crecimiento. Al proteger el trabajo, al defender una política social, los estados atacan la competitividad de las empresas al hacer más pesadas sus cargas sociales. Imponen obligaciones coartando su capacidad de innovación, y finalmente su libertad. Los aumentos salariales son la causa de la inflación y el desempleo, y hasta el propio empobrecimiento de los países. El mundo en esencia es un supermercado. La ‘elección del consumidor’ es la garantía de la democracia. Son las empresas las que producen riqueza. Reducir sus impuestos y ofrecerles subvenciones y suelo gratis es la forma de atraerlas y conseguir así riqueza para nuestro entorno…

Estas creencias, supuestos o “dogmas” reinventan la realidad, interpretándola según los intereses que persiguen, asumiendo incluso que cualquier cambio “radical” supondría un retroceso, una vuelta al pasado.

Nos han convencido de que es preferible la libertad negativa, que consiste, no tanto en la libertad para participar en la vida pública, como en la libertad para retirarnos al ámbito privado en dónde ejercemos el sagrado derecho a la libertad individual de consumo eligiendo entre los diversos productos que nos ofrecen, incluso en salud (el negocio de las pcrs se ha disparado), en pensiones (televisión española hace reportajes en sus noticiarios sobre cómo desgravarse impuestos invirtiendo en seguros de pensiones privadas) o en educación (la derecha neoliberal está embarcada en una campaña para defender el “sagrado derecho” a seleccionar centro privado financiado con fondos públicos para no mezclar a sus hijos e con los que no son de su clase).

Hoy se vive lo colectivo como intromisión dictatorial. La resistencia se convierte incluso en un asunto privado (desde el ordenador de cada casa), centrada en formas estéticas y lúdicas (memes y vídeos virales) o en prácticas de no-consumo o boicot a marcas (asumiéndonos como “consumidores hipercríticos” que hoy reaccionan a una campaña, mañana a otra y pasado quién sabe en una sociedad líquida y cambiante). Las elecciones individuales, por el mero hecho de ser decisiones individuales, deben ser respetadas (sea la prostitución, ser vientre de alquiler o autodeterminarse). No hay fines sociales determinables como deseables.

Los antiguos valores de la comunidad, la cooperación, las necesidades de las personas y la igualdad de todos y todas, se están sustituyendo por unos valores que aplauden el individualismo, la competición, el máximo rendimiento y la diferenciación, principios esenciales de la ideología neoliberal. La mayor amenaza proveniente de este “utopismo” de la doctrina neoliberal reside en su ataque para despolitizar y privatizar la esfera pública y reducir la ética y la justicia a las reglas del mercado, antes que a los imperativos democráticos de la vida pública. Más sobre este tema en el libro: La Polis Secuestrada (Editorial Trea, 2019).

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Enrique Díez Gutiérrez
Enrique Javier Díez Gutiérrez. Profesor de Pedagogía en la Facultad de Educación de la Universidad de León. Doctor en Ciencias de la Educación. Licenciado en Filosofía. Diplomado en Trabajo Social y Educación Social. Ha trabajado también como educador social, como maestro de primaria, como profesor de secundaria, como orientador en institutos y como responsable de atención a la diversidad en la administración educativa. Especialista en organización educativa, desarrolla su labor docente e investigadora en el campo de la educación intercultural, el género y la política educativa. Entre sus publicaciones se encuentran: Pedagogía Antifascista (2022), La historia silenciada (Plaza y Valdés, 2022), Educación crítica e inclusiva para una sociedad poscapitalista (Octaedro, 2021), La asignatura pendiente (Plaza y Valdés, 2020), La educación en venta (Octaedro, 2020), Educación para el bien común (Octaedro, 2020), La revuelta educativa neocon (Trea, 2019), Neoliberalismo educativo (Octaedro, 2018), La polis secuestrada: Propuestas para una ciudad educadora (Trea, 2018), La educación que necesitamos con Alberto Garzón (Akal, 2016), Qué hacemos con la Universidad con Adoración Guamán y Josep Ferrer (Akal, 2014), Desvelando la historia. Fuentes históricas coloniales y postcoloniales en clave de género con Mary Nash (Comares, 2013), Educación pública: de tod@s para tod@s. Las claves de la “marea verde” (Bomarzo, 2013), Qué hacemos con la educación con Agustín Moreno (Akal, 2012), Educación Intercultural: Manual de Grado (Aljibe, 2012), “Decrecimiento y educación” con Carlos Taibo en Decrecimientos (Catarata, 2011), La Memoria Histórica en los libros de texto (2012), Globalización y Educación Crítica publicado en Colombia (Desde Abajo, 2009), Unidades Didácticas para la Recuperación de la Memoria Histórica (Ministerio Interior, 2009), Globalización neoliberal y sus repercusiones en la educación (El Roure, 2007), La diferencia sexual en el análisis de los videojuegos (CIDE, 2004), Investigación desde la práctica: Guía didáctica para el análisis de los videojuegos. (CIDE/Instituto de la Mujer, 2004).

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