Keira Bell contra Goliat

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La infancia transgénero como conejillo de indias

Hace poco más de un año, el Colegio de Psicología de Madrid, alertaba del peligroso experimento al que se está sometiendo a las menores en el Reino Unido. Allí lleva ocurriendo una década. En otros países, varias. Y si no paramos la ley trans, las niñas y los niños españoles serán los próximos conejillos de indias.

La revista del Colegío de Psicología se hizo eco de la denuncia publicada por el sociólogo Michael Biggs, de la universidad de Oxford, en Londres. Biggs, acusaba al servicio público de salud británico, con base en la Tavistock, de haber fallado a la comunidad científica. Pero sobre todo, les acusaba de desproteger a los menores sobre los que tenía responsabilidad.

Hasta 2011, y desde 1989, la atención a menores transgénero, que allí se centraliza en el GIDS (Gender Identity Developmental Service), no autorizaba la administración de bloqueadores de la pubertad a menores de 16 años. Por ello, eran acusados de conservadores por algunos activistas. Pero el GIDS tenía argumentos de peso para proteger a la infancia de estos fármacos.

Las feministas que nos oponemos a la Ley Trans en España, también somos acusadas de conservadoras. Y de cosas mucho peores, como el delito de odio; excusa con la que sentarán en el banquillo, el próximo lunes 14 de diciembre, a una histórica luchadora antifascista como es la presidenta del Partido Feminista de España, Lidia Falcón. Pero las feministas también tenemos argumentos de peso. Y a diferencia del GIDS, a nosotras ni la presión del transactivismo, ni la de los intereses económicos privados, ni la criminalización de nuestras discrepancias, nos van a callar.

Los peligros silenciados

El GIDS usa triptorelina. Es un medicamento que detiene el aumento de las hormonas sexuales. Pero que fue aprobado para uso en la infancia sólo de forma temporal, en casos de pubertad precoz.

  • Desconocemos las consecuencias negativas de su uso a largo plazo sobre la densidad ósea, la altura final e incluso sobre la maduración cerebral.
  • Aún se está valorando la influencia que tiene el uso continuado de hormonación en el desarrollo de algunos cánceres y de problemas vasculares.
  • Tampoco tenemos más que información parcial, de los efectos que tendrá la probable combinación de los bloqueadores de la pubertad con la hormonación cruzada, en la fertilidad y en la sexualidad (disfunción sexual).
  • También alerta del riesgo psicológico. Se priva a estos menores de la posibilidad de solucionar los malestares de su incongruencia de género de otra forma que no sea la médico-quirúrgica.
Ilustración Trama Xixón

Tratar en el cuerpo lo que está en la mente

Detengámonos en el último punto, el riesgo psicológico. Evitar ese riesgo, es supuestamente el objetivo de los bloqueadores puberales a edades tempranas. Sus defensoras, pretenden evitar el sufrimiento que el rechazo de la feminidad y la masculinidad provoca en niñas y niños. Las feministas también. Pero con una diferencia abismal: Las defensoras de la Ley Trans proponen medicación, las feministas coeducación. Ellas, quieren medicar y mutilar los cuerpos para adaptarlos al estereotipo deseado (o género sentido). Las feministas, queremos liberar las mentes de los estereotipos.

Son muchos los casos en los que, el rechazo al propio cuerpo, se soluciona durante la maduración, superada la adolescencia. Para entender esto no hace falta sufrir disforia de género. Chicas y chicos sufrimos en mayor o menor medida la adaptación a los cambios que nuestro cuerpo sufre con la pubertad. La mayoría nos terminamos aceptando. En el caso de menores con disforia de género, el rechazo al cuerpo puede aumentar con el desarrollo de los caracteres sexuales; pero también puede desaparecer cuando las experiencias interpersonales les lleva a reconocerse como homosexuales.

«La transición me otorgó la facilidad para esconderme aún más de mí misma.»

Keira Bell

Los estudios demuestran que completar la transición de género (bloqueadores-hormonación-cirugía) no es ninguna garantía de aliviar la disforia de género. Es decir, no evitan el riesgo psicológico. En Suecia, un seguimiento a más de 300 personas con disforia de género que se habían sometido a cirugía de reasignación genital, encontró más casos de autolesiones, de morbilidad psiquiátrica (psicosis, trastornos neuróticos, adicciones…) y de suicidios, que en la población general. El estudio se publicó en 2011, el mismo año que el GIDS empezó a experimentar con bloqueadores puberales en menores.

A la coeducación se le reconocen muchos beneficios para la salud mental. Las personas crecemos más sanas sin estereotipos que limiten nuestro desarrollo. En cambio, no se le conoce ningún efecto secundario adverso. Ninguno. Por el contrario, la realidad se empeña en demostrarnos una y otra vez que la transición de género no evita el riesgo psicológico; y asume muchos riesgos físicos, ya mencionados. Impulsar la transición de género en menores, en lugar de la coeducación, es un postura política que nuestras representantes deberían explicar. En lugar de imponer, como están haciendo desde el Ministerio de Igualdad en la actualidad; y para nuestra desgracia, a partir de ahora, alineado con las concejalías de igualdad.

Keira contra el Estado

Keira Bell era una de esas niñas que el servicio público de salud británico no protegió. Con 14 años empezó a rechazar su cuerpo por no encajar en el estereotipo de feminidad. La Tavistock, no cuestionó los estereotipos que la hacían sentirse mal. Y la encaminó a reafirmarse en la idea de que, lo que fallaba en la ecuación, era su cuerpo.

El servicio de salud no profundizó en su falta de autoestima. No analizó su depresión ni el odio a su cuerpo. En definitiva, hizo un diagnóstico sin tener en cuenta la perspectiva de género. En tan sólo tres consultas, de una hora cada una, la clínica del NHS dirigió el futuro de la niña: Bloqueadores de pubertad con 16, hormonas masculinas con 17 y doble mastectomía a los 20. Un experimento irreversible que no solucionó su disforia de género. Desconocemos las consecuencias que sufrirá a largo plazo; las que sufre en la actualidad son bastante dramáticas, como cualquiera se puede imaginar.

Keira Bell no ha sido la única víctima de desprotección, por parte del Estado, frente a los experimentos de los negocios farmacológicos y/o quirúrgicos. No será la última en denunciar que la han utilizado como conejillo de indias; la clínica condenada sigue diagnosticando a cientos de niños; y si no lo impedimos, a costa de la salud de esa infancia trans a la que se supone pretenden defender, ese negocio se expandirá pronto en España.

Keira Bell, ha sido la primera. Una pionera. Otra más a la larga lista de mujeres valientes que marcan la Historia con su lucha por la justicia. Una lideresa, convertida en ello por ponerse en primera linea; pero para abrir camino, no para salir en la foto. Hoy en día, con 24 años, Keira les ha llevado a los juzgados. Y ha ganado. La Justicia, le ha dado la razón. Tres jueces del Tribunal Superior ponen en duda el «consentimiento informado» de las menores de 16. Y recomienda a las médicas una autorización de un tribunal para intervenir a menores a partir de esa edad.

«Es dudoso que un niño de 14 o 15 años pueda comprender y sopesar los riesgos y las consecuencias a largo plazo de la administración de bloqueadores de la pubertad»

Victoria Sharp, Justice Lewis y Justice Lieven, del Tribunal Superior de Reino Unido

Miles de personas en todo el mundo odian su cuerpo. Es el resultado de la opresión de los estereotipos sexuales y de la presión estética que la sociedad nos impone. Ambas presiones son más fuertes en la feminidad; Y mucho más lesivas en la infancia y la adolescencia, cuando se asientan las bases en las que se desarrolla nuestra personalidad. Encima de la opresión de la feminidad, las mujeres acabamos sufriendo también la insana masculinidad: La supremacía aprendida por los hombres, unida a la mala gestión de sus emociones (se les empuja a reprimirlas) se traduce muchas veces, demasiadas, en violencia machista. La naturalización social de tan dañina masculinidad es lo que las feministas criticamos al definir a los machistas como hijos sanos del patriarcado.

Además, las mujeres siempre hemos tenido que lidiar con la hipersexualización de nuestros cuerpos. Desde niñas. El sistema, en vez de protegernos, nos ha echado la culpa llamándonos «lolitas». Es el mismo sistema que hasta hace unas décadas permitía la violencia del marido sobre su esposa. Un sistema hipócrita que, tras varias reformas legales, prohíbe la violencia del hombre sobre la mujer y admite que es un problema de Estado; pero a la vez, reproduce la violencia machista con gran parte de su producción cultural; y difunde la erotización de la violencia sobre la mujer a través del porno: una mujer puramente sexual y sumisa, es decir, «muy femenina».

Con este panorama de feminidad y masculinidad, lo raro para una personas sana es someterse a sus dictados, no la disidencia. Lo sano en este sistema patriarcal es no encajar. Manipular cuerpos infantiles sanos, no va a aliviar los malestares que la sociedad ha implantado en sus mentes. El sexismo es una enfermedad de transmisión social. Dejen a las niñas crecer sanas, libres y en paz.

Yo he salido del otro lado y veo lo dañino que es esto, especialmente ahora que medicalizar menores de edad que rechazan estereotipos de feminidad y masculinidad se ha convertido en todo un movimiento.

Keira bell

Cita: De Celis Sierra, M. (2019). Menores transgénero en el Reino Unido: Polémica por la investigación sobre bloqueadores puberales. Clínica Contemporánea, 10, e25, . https://doi.org/10.5093/cc2019a17

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