La fuerza de las armas

Miguel de Cervantes, en el Quijote, dedica unas páginas al célebre discurso de las armas y las letras. Venía a decir, el ingenioso hidalgo, que las armas son más poderosas. Y es que la fuerza de las armas, la fuerza de una victoria militar, ha servido muchas veces para legitimar cosas impensables en cualquier otra circunstancia. Así, la fuerza de las armas sirvió, en la España del pasado siglo, para legitimar el retroceso político, económico y cultural que supuso el franquismo. Esta legitimación, como el pasado que siempre vuelve, pervive en nosotros y ahora brota de nuevo.

A fines de agosto de 1922, una fotografía dio la vuelta a España a través de las páginas de los periódicos de la época. El sindicalista Ángel Pestaña, convaleciente en la cama de un hospital de Manresa, junto a su compañera María y la pequeña Azucena, la hija de ambos. Había sido acribillado a balazos unos días antes, en un atentado perpetrado por pistoleros de la patronal y el Sindicato Libre, que seguían las órdenes de Martínez Anido, gobernador civil de Barcelona.

Como siempre, austero, desgarbado, estoico y sobre todo pobre, Pestaña se había presentado en Manresa para dar una conferencia programada para el 17 de agosto en el teatro Moderno. Pese a la alarma con la que lo recibieron sus compañeros, ante el temor a un posible atentado, él se quedó en Manresa, asegurando que no se iría de allí sin cumplir con su compromiso.

Desde que, aún muy niño, quedó solo en el mundo tras el fallecimiento de su padre, Pestaña pasó la vida malviviendo y viajando de un lugar a otro. Estremece leer su autobiografía (Lo que aprendí en la vida) o volver al relato de Antonio Soler (Apóstoles y asesinos). La relación con su compañera y su militancia sindical fueron la luz en el horizonte de este relojero autodidacta a quien el Noi del Sucre, con gracia, llamaba el Caballero de la Triste Figura. Precisamente junto a Salvador Seguí y Ángel Lacort, se encargó de coordinar con los socialistas la huelga general revolucionaria del verano de 1917, poco después de su llegada a Barcelona. Muy pronto se convirtió en el director de Solidaridad Obrera, el órgano del anarcosindicalismo catalán, y en el gran organizador de masas que, siguiendo las huellas del Noi, forjó un sindicalismo democrático, que utilizaba la movilización obrera para conquistar derechos a través de la negociación. Mostrándose siempre en contra de la violencia.

Pero en agosto de 1922, Pestaña estaba postrado en la habitación de un triste hospital, tras haber recibido cuatro disparos: uno en la cabeza, otro en la garganta, otro más en el pecho y un último en un brazo. Alrededor del hospital se concentraban cada vez más pistoleros que, con toda impunidad, planeaban asaltar el edificio para rematar al sindicalista. En Madrid, los diputados del PSOE interpelaron al presidente del Gobierno en una sesión parlamentaria, pero José Sánchez Guerra contestó con evasivas. Una banda de pistoleros, dirigida por el mismísimo gobernador civil de Barcelona, iba a volver a atentar contra Pestaña y nada parecía impedirlo. Fue entonces cuando apareció el diputado socialista Indalecio Prieto. Convencido de la gravedad de la situación, Prieto se empeñó en buscar y presionar al presidente Sánchez Guerra hasta resolver de una vez el asunto. Finalmente consiguió que el presidente del Gobierno llamara al gobernador civil Martínez Anido, para desautorizarlo e impedir el nuevo intento de aquellos asesinos apostados en Manresa.

Ángel Pestaña sobrevivió a aquel trance y pudo dedicarse el resto de su vida a organizar a los trabajadores de nuestro país. Igualmente Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero también contribuyeron a organizar políticamente a la mayoría social del país, construyendo y defendiendo la democracia española en la calle, en el Congreso de los Diputados y en los ministerios. Cada uno de ellos, con sus virtudes y sus vicios, sus aciertos y sus errores, forma parte del legado democrático del siglo XX español. Justo la clase de personas que, en un guiño a lo peor de nuestro pasado, el Ayuntamiento de Madrid considera que no merecen un homenaje en sus calles.

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