Militancia y Activismo

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Pregunta, y se pregunta, el director de este digital en Twitter “¿En qué momento se sustituyó
la militancia por un activismo acrítico e irreflexivo de palmeros cuya única misión es posicionarse y aplaudir fuerte a las personalidades de turno?”

Y rápidamente consigue una serie de respuestas serias y otras de coña, pero con su fondo de seriedad. Incluso algunas apuntan dos momentos históricos: la muerte de Tierno Galván (1986) y otra que en 1982 (triunfo del PSOE en las elecciones generales). Y yo, particularmente, creo que la de 1982 se acerca bastante a la realidad.

Lo cierto es que la “militancia” -ese compromiso altruista con una causa- ha estado bajo sospecha en las últimas décadas. Muchos no entienden que se haga algo por alcanzar una meta que no implique un beneficio personal directo, y menos en política. Eso es de idiotas, dicen. Por ello, esa sospecha hacia los políticos y a quienes se dedican a ella, y mucho más de quienes no son políticos “profesionales”, porque se sospecha que quieren serlo para medrar. Y tanto se sospecha ya de la política, que se ve como un fracasado profesional a quien se dedique a ella. Si fuesen buenos estarían en la privada, dicen. Y algo de razón tienen. Volveré sobre ello.

Ahora, recuperemos la pregunta y las respuestas. Si las que contestan que desde el pleistoceno o desde los sumerios parecen exageraciones, que lo son, indican que la militancia crítica, como acto consciente de autonomía política personal frente a la estructura organizativa, viene de
antiguo y son el núcleo de la militancia: crítica y compromiso. No se entiende la una sin lo otro. La crítica como análisis de la realidad, como discusión que se retroalimenta para conseguir una
mejora en el conocimiento de la realidad, y al final un compromiso para llevar adelante las acciones que se derivan de la crítica. Y eso exige formación política, algo que hoy brilla por su
ausencia en los partidos políticos. Lo que hay es el comentario apresurado y sin base teórica alguna sobre lo inmediato, que mañana, ante una nueva situación, se cambiará de criterio para seguir siendo actual y cool. Lo que hay hoy es mero oportunismo y ocurrencia tuitera, y si rima, mucho mejor.

Las respuestas que dicen que este cambio en la militancia son tan cercanas como 1982 o 1986 estarían señalando fenómenos que podemos identificar con facilidad y bien recogidas en las hemerotecas, y a esas me referiré en este artículo. Pero antes, una breve referencia histórica.

En 1939, los falangistas que ya lo eran antes del golpe de Estado de 1936, acuñaron la expresión “camisa vieja” para mostrar a los advenedizos que algunos ya se partían la cara con los rojos antes de que hubiera puestos que repartir tras la derrota de la República. Y tenían a gala eso de ser “camisa vieja” ante tanto golfo que aprovechó el triunfo para buscar un puesto. Ellos eran los militantes de la primera hora, los que se opusieron a la fusión con los requetés y evitaron que fusilaran a Miguel Hedilla; luego, el enemigo común y el jugoso pastel de un Estado para saquear los amansaron, pero nunca dejaron de verse como la élite, la aristocracia de la Falange. Los que vinieron después, unos chupópteros a los que había que hacer sitio en la mesa, de la que poco a poco se fueron adueñando. José Antonio Girón de Velasco sería un camisa vieja y Adolfo Suárez un advenedizo.

En la izquierda el fenómeno ha sido muy parecido, por no decir idéntico, en muchos aspectos. A la muerte de Franco y en el proceso constituyente tras el que Suárez ocupa la jefatura del Gobierno, los partidos, salvo el PCE, eran grupúsculos sin apenas estructura ni medios propios para enfrentarse a una derecha que quería olvidarse del franquismo pero sin arriesgarse a una revolución, y conservaba todo el aparato del Estado: El económico y el militar. En ese momento, los partidos de izquierda tenían muchos cuadros y pocos militantes -excepto el PCE-. Eran cuadros con bagaje profesional y personal sólido, en el que se incluían años de clandestinidad, exilio y cárcel. Tenían nivel teórico y político, tanto los más mayores como los más jóvenes.

Cuando llegan las primeras elecciones generales las listas electorales se cubren con relativa facilidad con nombres históricos de la lucha antifranquista, algunos recién regresados tras decenas de años en el exilio y otros recién salidos de las cárceles. Presentar listas para cubrir 350 puestos en el Parlamento y 207 en el Senado fue relativamente fácil. Conseguir cubrir puestos de apoyo en el Parlamento y Senado con personal de confianza tampoco costó mucho, y, además, empezaron a aparecer “militantes” de debajo de las piedras buscando un sitio al sol. Estamos en 1977.

Llegan las elecciones municipales en abril de 1979 y la cosa se complica. Ahora hay que presentar listas para 7.870 ayuntamientos y cubrir 67.505 puestos. Eso ya son palabras mayores. No hay militancia para tanto puesto. En bastantes pueblos los partidos de izquierda no se presentan por falta de gente, y si lo hacen es, en ocasiones, con concejales franquistas reconvertidos en “demócratas de toda la vida”, si bien la mayoría optará por la UCD o AP y alguna marca nacionalista o similar. Los reconvertidos y aceptados por las cúpulas de los partidos saben que esos militantes son de muy baja cualificación política y menos solvencia personal, salvo excepciones, pero es lo que hay, y ocupar poder institucional hace que se borren muchos escrúpulos. Los reconvertidos saben que deben su continuación en el puesto a “sus jefes” en la capital, y que si son “buenos” seguirán en las próximas elecciones, y como además manejan un presupuesto muchas veces multimillonario y saben que después de Dios un alcalde es el siguiente en el mando y a veces antes, pues colocan a sus afines en puestos de confianza en ayuntamientos, organismos y oficinas, empresas municipales, etc. Y esta prodigalidad les asegura a su vez en las agrupaciones políticas del pueblo o ciudad una base de vientres agradecidos que les harán la ola. Se acabó la crítica al secretario general/alcalde si se quiere optar a una plaza en el ayuntamiento de turno. Y así llegamos al final del primer capítulo.

Y la vida sigue, y de las generales y municipales de 1977, 79, 82, 86… hasta la fecha, los políticos cambian de bando, aparecen nuevos partidos, se fusionan unos con otros y en todas las ocasiones la pelea por quién irá de cabeza o colocado en tal o cual provincia o ayuntamiento se hace a cara de perro. No hay tanto puesto para tanto hambriento. Y a pesar de que empresas estatales como INE, Telefónica, RTVE, REE, Confederaciones Hidrográficas, Cajas de Ahorro ofrecen salidas para los descabezados, encajar las piezas es complicado, y eso lo saben los alevines de las juventudes de los partidos, que vienen pidiendo un sitio. Afortunadamente entramos en 1986 en la CEE, hoy UE, y el espacio de juego se amplia. Y aunque al principio parece un cementerio para elefantes patrios, los jugosos salarios y la fuerza de la política europea en la nacional convence a los más avispados jóvenes de cada partido de que “aquí hay tomate”.

Pero para conseguir ir a Bruselas con un político “defenestrado” en España hay que currárselo, de la misma manera que para ir a un ayuntamiento o al Parlamento. Hay que ser sumiso, estar dispuesto a seguir la estela del macho alfa y tragar sapos. ¿Qué puñetas es eso de la crítica política abierta y leal? Aquí se está con el jefe a muerte y si la pifia se cambia de jefe, pero nunca se le critica. Por supuesto hay que ser militante de base para esas lides de chico de los recados, y ahora con estudios e idiomas, ir de meritorio a donde te manden y sumar amigos y hacer favores a cualquiera que pueda darte un empujoncito hacia arriba. Lo importante es no pifiarla y esperar la oportunidad de descollar.

Los militantes “camisa vieja” de la izquierda de primera hora, los que eran anónimos y anónimas activistas en la fábrica, en la oficina, en la enseñanza, en la sanidad, en la asociación de vecinos, en la cultura, etc., y siguen con su vida profesional de siempre, los que son la fuerza de choque en los mítines, en las pegadas de carteles, en las mesas electorales como interventores, los que cotizan mes a mes empiezan a ver cómo los arribistas llenan y ocupan puestos que ellos no hubieran querido ocupar pero que les duele ver en manos de los más que sospechosos recién llegados. Y como son militantes que critican a la dirección cuando creen que se ha equivocado, que en las asambleas no se callan empiezan a ser relegados internamente. Ya sólo se les llama para pegar carteles y hacer bulto en los mítines. Y comienza un goteo de abandonos. Los que se quedan no les echan de menos y respiran aliviados: más sitio para los que han visto en el partido una bolsa de trabajo.

Los políticos de izquierda en 1977, que han conseguido representación en el Parlamento o Senado, en un ayuntamiento, y eran los “camisa vieja”, empiezan a desaparecer. Los de ahora son advenedizos que han hecho su carrera de correveidiles con su jefe de turno; Casado con Aguirre o Aznar, Sánchez con Bárbara Dührkop y luego con Óscar López hasta llegar al Ayuntamiento de Madrid. Incluso Santiago Abascal peloteó a Aznar y a Aguirre hasta que decidió irse de casa. Josep Borrell es un “camisa vieja” y Sánchez un advenedizo.

Y esa es la característica común de todos ellos: alevines de partido que suben poco a poco a la estela del jefe/a. Como es la historia de Isabel Díaz Ayuso, Leire Pajín, y tantos y tantas. ¿Cómo queréis que hoy sean críticos los militantes, si han visto cómo han llegado a la cumbre sus jefes, y a los que aspiran a sustituir? Es imposible.

Y es imposible por otra característica de la política española: Las listas cerradas y bloqueadas. Y las listas las hacen los “comités centrales” de los partidos. Y como dicen que dijo Alfonso Guerra: Quien se mueve no sale en la foto.

Y así se cierra el círculo: Políticos con cargo tienen en su mano dinero y puestos de confianza; jóvenes buscan su oportunidad y mentor/a; juventudes como cajas de reclutamiento para “emprendedores”, en ocasiones bienintencionados, que o aprenden las reglas del juego o quedan descabalgados; listas cerradas y bloqueadas que confeccionan políticos con cargo.

¿Por dónde romper este círculo vicioso? Yo empezaría por establecer listas abiertas y desbloqueadas.

Y vuelvo al principio para cerrar este artículo. ¿Por qué mucha gente hoy piensa que un político es un fracasado profesional que en la privada no cogerían? Pues porque muchos y muchas de los que hoy se dedican a la política en su vida han tenido ninguna actividad fuera de ella, nunca se han jugado el puesto por no sacar adelante un negocio, nunca han gestionado un proyecto empresarial, nunca han visto su salario reducirse un 30 % o quedarse en la calle si fracasaban. Y sé que habrá muchos y muchas que tienen inteligencia y capacidades para ser magníficos profesionales y lo serían, pero no saben o no se atreven a salir del círculo, salvo que los expulsen. Y aquí lo cierro yo.

2 COMENTARIOS

  1. Soy muy escéptico con la idea de las listas abiertas, me recuerdan demasiado a las estanterías de un supermercado. Y me parece que es ceder a la concepción burguesa de la política donde los políticos, como individualidades revestidas de cualidades especiales, tienen más importancia que el proyecto que representan. Me parece un coladero de demagogos, estrellas de la política, protegidos de los medios, picos de oro y arribistas. Prefiero las listas elaboradas de manera racional por medio de la negociación y el consenso, sometidas a la aprobación de la militancia.

  2. Lo primero mis disculpas por la tardanza en contestar. Entiendo sus recelos que son también, en parte, los míos, pero si recuerda cómo los cabezas de lista, y los comités electorales, confeccionan las listas, el «coladero de demagogos, estrellas de la política, protegidos de los medios, picos de oro y arribistas» no ha variado mucho en más ocasiones de las que nos gustaría. Encontrar el mejor sistema es complicado, y si algo parece claro, al menos a mí, es que el actual no es el mejor.

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