Alfombra roja a la violencia misógina

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Por Pilar Aguilar Carrasco

Los partidos que han gobernado durante estos últimos años no se consideran responsables del aumento de feminicidios y de violencia de todo tipo contra las mujeres. ¿Cómo van a ser ellos responsables? Ellos “pasaban por allí”. Además ¿no vemos que rápidamente ponen tuits de pésame? 

Las feministas, por el contrario, sí los responsabilizamos.

Algunos pensarán: «Bueno, unas dicen una cosa y otros dicen otra. A saber quién lleva razón…”

Pues no estamos ante “opiniones” equivalentes porque nosotras acreditamos lo que decimos. 

Así, ahora que me he mudado de casa, al trasladar mi biblioteca, encuentro pruebas tan contundentes que hasta yo me sorprendo: manejo y ordeno libros, prospectos, programas, trípticos, impresos de todo tipo y constato que, en efecto, a partir en los noventa, se empezaron a organizar por doquier cursillos, jornadas, encuentros, seminarios, masters sobre feminismo con dos ejes fundamentales: la violencia y la educación contra ella. 

Yo misma impartí muchísimas conferencias y cursos en ayuntamientos, institutos de enseñanza, asociaciones de vecinos y de mujeres, centros de formación del profesorado, instituciones culturales de todo tipo, así como en las más variadas universidades (desde la UNED hasta la de Jaén, pasando por Vigo, Zaragoza, Barcelona, Madrid, Toledo, Sevilla, Valencia, Salamanca, Granada, Valladolid, Palencia, Santander, Alicante, País Vasco y otras cuantas más), el Instituto de Radio-Televisión, etc. etc.

Y sí, conseguimos que la sociedad empezara a sensibilizarse ante tan tremendo problema. Quienes duden de lo que digo porque no tengan memoria o años suficientes para recordar, que acudan a la hemeroteca.

Pero llegaron «los nuestros» y se dedicaron al sabotaje sistemático. Suena duro, pero a las pruebas me remito: se acabaron los esfuerzos educativos en igualdad en los centros de enseñanza y en la formación del profesorado; fueron sustituidos por adoctrinamiento transgenerista (que es la esencia del antifeminismo). Se acabaron los esfuerzos de concienciación ciudadana sobre la violencia machista; fueron sustituidos por propaganda sobre los «sufrimientos» de Cambrollé, Antonelli, Duval, Alex, Emma, Jessica, Samantha, Elsa, Alfonso et alii. Se acabaron los cursos, cursillos, encuentros, conferencias de análisis históricos, sociales, económicos, filosóficos, pedagógicos feministas; fueron sustituidos por descabellados adoctrinamientos adobados con subjetividades, identidades, egos y narcisismos. Muchos centros y concejalías de igualdad fueron reconvertidos en centros y concejalías de diversidad… El propio Ministerio de Igualdad abandonó la causa de las mujeres y la agenda feminista y se dedicó en cuerpo, alma -y pelas, muchas pelas- a hacer propaganda y difundir el fanatismo trans. La ignominia ha llegado tan lejos que, parte de los fondos del Pacto de Estado contra la violencia hacia las mujeres, se han utilizado para financiar folclores y divertimentos trans+++ (cometiendo así, un fraude y una estafa judicialmente punibles).  

Y, por supuesto, “nuestros amigos” han aplaudido y alentado las descalificaciones y ataques contra las feministas y el feminismo. A las primeras nos han insultado, denigrado, censurado, cancelado. Del segundo han hecho un significante vacío, cuando no una adulteración radical que utilizan para atacar los propios fundamentos del feminismo. En efecto, el feminismo declara que el género es creación patriarcal opresiva que se nos impone a partir de nuestra realidad biológica sexuada. Es decir, nacemos machos o hembras, pero no nacemos con comportamientos, ideologías y actitudes masculinas o femeninas (lo que llamamos género) sino que son roles aprendidos e impuestos. El trangenerismo, por el contrario, relativiza e incluso niega la dualidad genética sexual (presente, sin embargo, en cada célula de los entre 28 y 36 billones que componen un humano), asegura que el sexo no se constata, sino que se “atribuye”. El sexo es, pues, irrelevante y arbitrario. El transgenerismo encumbra el género, lo reivindica como identidad y asegura que nacemos con cerebros femeninos o masculinos. 

Mientras el feminismo quiere acabar con el género, el transactivismo propugna que sea elegible. Y, en el colmo de lo que considera modernez, pretende multiplicarlo ad infinitum.  

En consecuencia, la doctrina transgenerista -que tan fielmente defienden y difunden nuestros “amigos progresistas”- mina la base misma de nuestra lucha feminista, pues ya me diréis cómo y por qué combatir algo que se elige… 

De modo que sí, que es lógico que pase lo que está pasando: disminuye la percepción ciudadana sobre los problemas que tenemos las mujeres y concretamente sobre la violencia que padecemos, aumenta el machismo desvergonzado, se multiplican los casos de asesinatos y de violaciones…

Nos duele decirlo, pero esta misoginia rampante y sin complejos no es responsabilidad de VOX. Las ideas más reaccionarias y brutales de VOX se abren paso porque nuestros «amigos» progresistas llevan cinco años poniéndoles la alfombra roja.

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