De puteros y unicornios

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Por Sara Garrido Díaz

Existe una gran confusión alrededor de lo que es un sistema abolicionista de puteros y un sistema regulacionista de puteros, pero esta proviene de una complejidad que no existe. El primero consiste en abolir la idea de que las mujeres son siervas sexuales de los puteros y el segundo, en perpetuar que las mujeres son siervas sexuales de los puteros. Ya.

Si acaso, la confusión viene de que la gran mayoría no sabe lo que es un putero, o lo sabe, pero se olvida de ellos. Porque si hay algo que saben hacer los puteros requetebién es pasar desapercibidos: son como invisibles, etéreos, gaseosos… Son un pedo silencioso y denso que, cuando se escapa furtivo de entre los cachetes del culo, pudre hasta las plantas y tú te quedas pensando que qué narices ha pasado, que qué habrás hecho tú para que se te muera la petunia de golpe. Te vas al vivero o la floristería más cercana a comprar algo para los bichos o las plagas o nutrientes, yo qué sé, algo que te solucione el problema, que se te pudre la petunia y tienes que hacer algo. Pones toda tu energía en la planta y en mantenerla viva, ignorando la raíz del problema, que es un pedo excretado sigilosamente del culo que es nuestra sociedad.

Más allá de la metáfora y su increíble habilidad para el camuflaje, los puteros son hombres (en su inmensísima mayoría) que usan el cuerpo de terceras personas (casi siempre mujeres) para satisfacer sus deseos sexuales. Los puteros no practican sexo, que es cosa de dos, sino que dirigen un acto sexual unidireccional (hasta cuando eligen “ser dominados”, son ellos los que toman esta decisión y se hace bajo sus condiciones) cuyo único fin es alcanzar su clímax sexual a costa de lo que sea. Este “a costa de lo que sea” incluye siempre y sin excepción el cuerpo de otra persona (casi siempre mujeres) cuyo deseo de participar en dicha actividad no se pregunta, sino que se asume; no se cuestiona, sino que se da por hecho. ¿Es posible que esas terceras personas (casi siempre mujeres) sí sientan deseo de participar en la actividad sexual? Sí, a veces lo será, pero eso es completamente irrelevante, porque si el putero ha llegado a ellas es precisamente porque no le importa ni lo más mínimo que sientan ese deseo o no, y sientan ese deseo o no, el putero va a seguir adelante con su actividad. 

Conste que no estamos refiriéndonos al deseo sexual, sino simplemente al deseo consciente de ser parte pasiva y controlada de una actividad sexual. El deseo sexual de la tercera persona en la relación putero/persona-que-usa-para-su-satisfacción-sexual, es el unicornio de los puteros: quien no sea putero sabe que no existe, es una fantasía, un ser mitológico, pero todo putero te dirá que siempre está ahí, y que igual se manifiesta con gritos de placer multiorgásmico con súplicas de “no me hagas más daño, por favor” o “no me mates”. Porque si hay otra cosa en que los puteros son muy duchos es en describir el placer femenino y el deseo sexual de las mujeres en una escala que va de “si una mujer respira, es que quiere que me la folle” a “lo que más le gustó es que la descuartizara después de que la violáramos los veinte”. Así nunca fallan, en sus ojos puteriles, el deseo sexual de la tercera persona (casi siempre mujer) siempre, siempre coincide con el suyo. Es un argumento infalible para no enfrentarse a los violadores que son cuando se miran en el espejo. Porque cuando no existe deseo sexual de las dos partes, incluso si en la otra persona existe deseo de ser parte de la actividad sexual por razones ajenas a la libido, no es una relación sexual, es una agresión sexual, es una situación de abuso de poder y control: es una violación.

Maestros del incógnito, definidores del placer sexual femenino, son, además, muchos. En España son abiertamente puteros más del 30% de la población masculina, más de catorce millones de violadores confesos caminan impunemente por nuestras calles, saludando con simpatía, siendo “buenos” padres de familia, compañeros de trabajo, conduciendo un autobús u operando a corazón abierto. Y no lo dudéis, en las circunstancias adecuadas, el 51% de la población española (todas mujeres) es susceptible de ser presa de sus apetitos sexuales.

Así que un sistema de abolición de puteros trabaja para que aproximadamente un 30% de la población masculina no se piense con derecho a violar al total de la población femenina, si se presenta un contexto que lo permita, con penas civiles o criminales para aquel que perpetúe estas violaciones. Mientras que un sistema regulacionista de puteros promueve la existencia del unicornio puteril que permite a todos los hombres, no sólo a los puteros, percibir al total de la población femenina como presa potencial de sus agresiones sexuales, con total impunidad para el que perpetúe estas violaciones, que serían percibidas como actividad volitiva y sexualmente deseada de las víctimas (el unicornio mitológico elevado a categoría mamífera real). Como bien se deduce, el primero es más esencialista (puteros, mal) y el segundo más inclusivo y diverso (puteros y amigo de puteros, bien). Últimamente, esta distinción conceptual al tuntún ayuda mucho a posicionarse del lado incorrecto; no iba a ser menos en este caso.

Sabiendo y teniendo claro lo que es un putero, es más fácil entender y posicionarse en el abolicionismo o en el regulacionismo. Pero lo que sigue siendo un misterio es por qué los puteros no ejercen presión social, por qué no salen a la calle a apoyar el sistema regulacionista que soporta y promueve su actividad o a posicionarse abiertamente en contra del abolicionista que les criminaliza. Sólo por un segundo, imaginad el efecto que tendría que catorce millones de hombres españoles se echaran a la calle a reivindicar su derecho a eyacular mediante el uso de terceras personas (casi siempre mujeres). Catorce millones, en cada ciudad, en cada pueblo… ¡en cada aldea! No quedaría ni un rincón de España (ni siquiera la vaciada) sin sus pancartas “Nosotros eyaculamos, nosotros dominamos” o “De camino al burdel quiero ser libre, no valiente” o “La revolución será putera o no será”. ¿Acaso no serían capaces de convencer? ¿Tantos?

Será que les puede la humildad o que el unicornio, en realidad, no les da para llenarles ni calzoncillos slips.

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