La soledad de la feminista de fondo

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Por Reis A. Peláez

Hace mucho que no me dejo caer por el insondable mundo de las letras perdidas de mi erupción creativa, pero creo que ya va siendo hora de volver a hacer sonar mi voz.

Anda la red social X, antes conocida como Twitter, algo revolucionaria con unas declaraciones de una cantante supuestamente feminista sobre cierta canción también supuestamente feminista.

Vengo por aquí a hablar, una vez más, de feminismo, pero, otra vez más, desde el feminismo que no gusta, que no levanta pasiones ni aplausos de la opinión pública. Vengo a hablar con la acidez corrosiva con que fui socializada en este nebuloso rincón del norte de la península.

Me gustaría escribir algo sobre esas mujeres famosas que creíais feministas y no dejan de decepcionaros. Quiero tratar sobre las que hacen que desviéis la mirada y olvidéis dónde está vuestro enemigo para centrar vuestras iras en otra mujer. No temáis, no vengo a reñiros: soy gran pecadora que no tira piedras.

Para empezar, voy a sacar la destructora de mitos y leyendas varias. A nadie se le ocurriría pensar que una persona de la clase trabajadora va a tener mejores condiciones laborales y una vida más digna por hacer suya la ideología de clase que le corresponde, ¿verdad? (las personas que contesten aquí que no es cierto, que dejen de leer, por favor). Exactamente por las mismas razones una mujer cuando se hace feminista no pasa ni mágica, ni lógicamente a tener una vida mejor.

De hecho, lo que ocurre es precisamente todo lo contrario: la vida empeora para la mayor parte de las mujeres que lo hacen (las que aquí estén diciendo que estoy equivocada, las invito a seguir leyendo con paciencia hasta el final). El feminismo no es una suerte de autoayuda o terapia, ni mucho menos un akelarre de consecuencias mágicas que nos hará la vida más fácil a las mujeres. El feminismo es un movimiento revolucionario cuyo único fin es terminar con el patriarcado, sistema sostenido sobre la opresión de las mujeres. El feminismo no empodera, no atiende a necesidades individuales ni deseos personales. Este carácter radical hace que militar en él traiga complicaciones inevitables. De un lado, tomar la pastilla morada nos hace ver la perfecta realidad virtual que el patriarcado lleva creando durante milenios para instalarnos en ella y que no movamos ni un ápice de sus cimientos. Desde asumir e interiorizar que no hay en nosotras absolutamente nada que nos lleve a tomar esas decisiones ni a tener esos gustos tan comunes en las que compartimos cromosomas sexuales (verdad cuestionada desde el inicio de los tiempos patriarcales, bajo diversos prismas y corrientes, nuevamente hoy con gran intensidad), hasta tener que reescribir nuestra historia vital como víctimas del horrible terrorismo patriarcal que nos destruye a todas. A este doloroso y traumático proceso de construcción de identidad (eso sí que es identidad de género: entender cuál es el puesto que la sociedad pretende imponer según nuestro sexo) hay que sumar el efecto centrifugador que produce en nuestras relaciones personales. La feminista molesta en todas partes: la familia de origen, la pareja, el grupo de amistades… La feminista va a denunciar en todo momento actitudes, creencias y pretensiones que se asienten en la base del patriarcado y eso abarca la casi totalidad de las actitudes, creencias y pretensiones de la mayoría de las personas. Si, además, la feminista es heterosexual, añade a todo ese dolor, el tener que elegir entre vivir consciente en una relación con violencia o renunciar a este tipo de relaciones (aquí es posible que algunas mujeres ya decidan dejar de leerme y lo entendería), porque, a estas alturas de la vida, la feminista que leen ya no cree que se pueda tener una relación heterosexual libre de violencia, porque esta es la parte fundamental de todo el engranaje que forma el sistema patriarcal. Ser feminista y heterosexual o bisexual implica saber que cuando un hombre se pasa días u horas sin hablar o contestando solo con monosílabos a su pareja, está ejerciendo violencia verbal; que, cuando no escucha a su pareja sobre sus gustos sexuales e insiste en practicar un sexo cuando o como no quiere su pareja, está ejerciendo violencia sexual; que, cuando pega enfadado un puñetazo en la pared, está ejerciendo violencia física, que, cuando le grita a su pareja, la está maltratando… Ser feminista es decirle a la madre, al padre, la hermana o el hermano que no va a poner esa ropa, no va a planchar esas camisas, va a estudiar eso, va a ir con esas amistades… Ser feminista es enfadarse con el amigo del novio o el novio de la amiga ante el chiste machista o la broma violenta de turno. Ser feminista es sentir asco con solo pensar en estar con un hombre que le guste pagar por tener una mujer sirviendo sus deseos de poder que entiende por sexo o se excite viendo una filmación donde un hombre obliga a una mujer a hacerlo. Y todo esto, señoras y señores, provoca un rechazo tremendo en todos los círculos. 

Y en este momento es necesario hacer un inciso: los seres humanos somos animales sociales y esto significa que solo podemos sobrevivir en comunidad: la soledad y el aislamiento nos podría matar. Obviamente esto ocurriría en una sociedad humana que viviera de manera natural (llamada tradicionalmente salvaje), pero esa característica condiciona todo nuestro comportamiento y no solo en el desarrollo del lenguaje y la empatía. Cuando un ser humano es aislado se activan en su cerebro las mismas partes que cuando muere un ser querido. Es un dolor inmenso para la persona. Que se lo digan, si no, a las niñas y niños víctimas de ello en los centros escolares. 

Abrazar cualquier ideología puede traer, no lo negaremos, roces en nuestras relaciones sociales, pero el feminismo es la única que afecta a todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida cotidiana. El patriarcado es un sistema social madre (perdóneseme la paradoja) de todos los demás sistemas que han ido naciendo de él y acoplándose de manera casi perfecta. Esa es la razón por la que está presente, cual ADN, en todas y cada una de las piezas del engranaje. Enfrentarse a él, significa enfrentarse al mundo entero.

Cuando decidimos tomar la píldora violeta no vemos esto de una sola vez, no se trata de una iluminación completa y concreta. Todo este proceso es lento y nos va acompañando a lo largo de nuestra vida. Las gafas violetas se van graduando y cada vez nos devuelven una imagen peor de nuestro entorno. 

Por todo ello es muy común que muchas feministas decidan dejar de serlo y permanecer en Matrix. Es mucho más fácil seguir con tu pareja después del portazo, dejar de escuchar a la amiga feminazi o no perder tu trabajo, seguir grabando discos, publicando libros, artículos… Para las mujeres heterosexuales es más sencillo seguir teniendo la aprobación masculina y pensar que no es cierto todo lo que veían con las gafas moradas, creer que estaban manipuladas, y que no es todo así. Las que defendemos que toda relación heterosexual implica cierto grado de violencia patriarcal no somos más que unas amargadas que proyectamos nuestros propios traumas en las demás… Not all men… 

En definitiva, ser feminista coherente a lo largo de toda una vida es tremendamente doloroso y traumático y es bastante razonable que muchas mujeres nos decepcionen por falta de pureza feminista. Las feministas que hacemos la revolución somos las mindundis, cierto, pero las que elegimos luchar contra el Patriarcado con todas sus consecuencias somos las que vamos a cambiar el mundo. La revolución no la va a hacer ninguna cantante mainstream o ninguna periodista admirada y seguida por todo el sector masculino de la izquierda. Pero la revolución no es un lugar de placer y reconocimiento. La revolución es sacrificio y dolor. Las que elegimos muerte en vez de susto, debemos tener claro cuál es nuestro objetivo y nuestro enemigo y no perder ni un segundo de nuestra vida ni una onda de nuestra energía en todas las mujeres que no pueden seguir con ello y deciden subirse al carro del feminismo de postal, el feminismo que no aísla, que permite seguir dando clases en la universidad, publicar libros, mantener empleos, tener infinidad de seguidoras y seguidoras en RRSS, tener amistades, familia que adore, marido, partido político…

Puedo entender y hasta practicar algún ataque aislado a las cooperantes vomitivas con el patriarcado que son elevadas al poder en todos los ámbitos porque interesa muchísimo, aunque quieran hacernos creer que son feministas, aunque lleguen a ministras. Ahí quizá sí, pero a las otras, a las que realmente perdieron mucho en el camino, pero decidieron volver al redil en algún momento, dejémoslas en paz y volvamos al campo de batalla a seguir luchando, por mucho que el sistema insista en darles todo el foco, bombo y platillo posible para callarnos a las otras. 

Porque, en realidad, queridas, la sociedad nos aislará, sentiremos su cordón sanitario estrangularnos, pero, y esto es lo que nos hace tan poderosas, NO ESTAMOS SOLAS: somos un ejército y lo sabemos. Ya nada nos puede parar. 

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