Reflexiones sobre la felicidad

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Braulio Moreno Muñiz, @BraulioMoreMu

Cuando uno llega a cierta edad, y no quiere quedarse descolgado de la actualidad; recurre a la información que los medios de comunicación ponen a nuestra disposición.

Por comodidad, nos informamos a través de los medios audiovisuales, en un intento de asumir con objetividad esa serie de noticias que, atropelladamente y en corto espacio de tiempo, a la vez con una intención sutil y refinada de hacernos ver la realidad según les convenga ideológicamente a los que financian ese medio. Lo razonable es informarse en varias cadenas para, de esta forma, acceder a las distintas opciones, de los distintos puntos de vista. Como la información es tanta y suministrada en un corto espacio de tiempo, la interiorizamos sin razonarla, sopesarla, sin evaluarla.

Al final, acabamos más desinformados que cuando empezamos. Las noticias se repiten una y otra vez en todos los medios, pero como cada uno introduce un matiz, que puede parecer insignificante, pero cambia por completo el sentido de la noticia. Sin embargo, hay ocasiones en que todos coinciden en la misma idea. Por ejemplo, en las fechas navideñas, la intención básica es inducirnos a un consumo exagerado y desmedido. Por lo que, a veces, no hay distinción ninguna entre aquello de lo que nos pretenden informar y los espacios publicitarios que mantienen a estos medios.

No es extraño que en los programas de noticias le dediquen mucho tiempo a “las compras navideñas”. Hacen, incluso entrevistas a pie de calle, a personas cargadas de paquetes que portan como resultado de su aventura en los distintos centros comerciales. Al elegir a las distintas personas para mostrárnoslas en la pantalla, procuran que los entrevistados sean diversos, de distintas edades, distinto sexo, distinta clase social, etc… Pero, eso sí, de aspecto saludable y “feliz”.

Y ya salió la palabra: FELICIDAD.

Como ocurre con todas las abstracciones, hemos aprendido su significado asumiendo experiencias, ejemplos, observaciones. Todo ello nos hace interiorizar y asumir un concepto difuso e intuitivo, de manera que creemos saber su significado, cuando en realidad no estamos seguros ni de su concepto.

Empleando la razón para profundizar en ello, nos damos cuenta de que nos faltan elementos para llegar a conclusiones que nos convenzan, tratamos de informarnos a través de expertos en la materia. Si nuestra duda es intentar definir aquello que el sentido común nos exige, acudimos a los distintos diccionarios de nuestro idioma. Si en uno de ellos, por ejemplo, el de la RAE nos da una definición, podemos conformarnos y aceptarla, pero si queremos precisar la definición, acudiremos a otro, por ejemplo, el “María Moliner”. Entonces nos damos cuenta de que el concepto en cada uno de ellos es distinto: El de María Moliner es más Lírico, mientras que el de la RAE es más material. Debido a esta falta de información, no estamos seguros de qué es lo que debemos de sentir en un estado de felicidad. Por lo que es posible que haya momentos en que somos felices, sin tener auténtica conciencia de ello.

Desde que abrimos los ojos al mundo, se nos educa en que la más importante misión es buscar nuestra felicidad. Entonces, a lo largo de nuestra existencia la perseguimos, pero, ya sean las causas o los azares, nos vamos encontrando obstáculos para acceder a ella, obstáculos que, a veces son interpuestos por agentes externos, y otras veces, involuntariamente somos nosotros mismos los que nos empeñamos, tal vez por miedo, en no ser felices. Cuando son los agentes externos los responsables de nuestra falta de felicidad, no nos queda otra que luchar para sortear los obstáculos. Sin embargo, es mucho más desalentador el hecho de que seamos nosotros mismos los que sembramos de obstáculos el camino de nuestra felicidad. El mayor obstáculo interior son nuestras propias contradicciones, y la solución es la misma: luchar, pero esta vez contra nosotros mismos para intentar superar estas contradicciones.

Decía Engels que “la libertad es el conocimiento de nuestra necesidad”. En un intento de identificar cuáles son los obstáculos externos para acceder a nuestra felicidad, y mirando de frente la realidad social, notamos que no es difícil identificarlo porque es claro y diáfano el hecho de que para conseguir acercarnos al estado de armonía que nos provea de felicidad, hemos de satisfacer todas nuestras necesidades.

Los medios afines a los poderes económicos burgueses que intentan perpetuar el sistema capitalista en que desarrollamos nuestra existencia, nos ofrecen de una manera obsesiva su pedagogía, cargada de elementos que, sutilmente, nos hacen encajar según su objetivo previamente estudiado. Así que, ellos intentan imponer el concepto de felicidad, y cuáles son los requisitos para acceder a ella. Esta estrategia es precedida por un profundo estudio psicológico, sociológico y económico, todo ello incardinado y puesto al servicio de la empresa capitalista.

Para obtener la máxima rentabilidad posible, la publicidad está orientada a hacernos consumir sin freno, ya que ésta es un instrumento más, financiado por las propias empresas, pero esa inversión al final recae sobre los propios consumidores.

Es cierto que las necesidades materiales, se dividen entre las auténticamente vitales e indispensables para mantener la vida y las accesorias. Las empresas que se dedican a satisfacer las necesidades vitales a cambio de un precio, han dado con un filón, pues son un nicho del que sustraen grandes beneficios, ya que nos vemos forzados a consumir sus productos lo queramos o no, pues en ello nos va la vida. Luego están las necesidades accesorias y aquí es donde las empresas capitalistas emplean con más énfasis, terquedad e incluso una agresividad que raya casi la violencia, para conseguir el más amplio sector de consumidores. A veces, intentan hacernos creer que sus productos no son accesorios, si no vitales para conseguir nuestra autentica felicidad. Nos muestran como ejemplo, en sus videos publicitarios, personas disfrutando de su producto con una apariencia sumamente feliz, pues con ello nos quieren hacer ver que lo han conseguido todo.

La mayoría de las veces, incluso los poderes públicos, desarrollan sus políticas orientadas a forzar al consumo de los ciudadanos. De esta forma, se convierten en cómplices del capital ayudando así a engordar los beneficios de sus empresas. Pongamos como ejemplo, la compra de un automóvil. La mayoría de los centros de trabajo están ubicados en polígonos industriales situados éstos en el extrarradio de la ciudad, y la mayoría de las veces con una muy deficiente conexión a través del transporte público. Esto, que no es casual, obliga a los trabajadores a emplear un tiempo muy considerable en desplazarse desde su domicilio al puesto de trabajo; dado que el trayecto se convierte en una odisea diaria, forzándonos así a emplear demasiado tiempo en el desplazamiento. Para ahorrar tiempo, el ciudadano recurre a la solución de adquirir un automóvil, para, de esta forma, ganar tiempo e independencia. Hemos de advertir aquí, que esta no es la única razón, también hay motivos sociales, como el prestigio entre las personas de su entorno, ya que nos han enseñado que para ser “alguien” has de poseer un automóvil.

Sin embargo, desde la pandemia, hemos notado un cambio en las políticas, en lo que al transporte público respecta. Y es que desde que el gobierno del Estado, que ha cambiado las políticas neoliberales por otras de corte más socialdemócrata, que incluye una preocupación más acentuada por el medio ambiente, presionado por las organizaciones situadas a su izquierda y que forman parte de la coalición de gobierno.

Como respuesta a esas presiones, han potenciado el uso del transporte público entre los ciudadanos y han dotado de mejores infraestructuras las comunicaciones y el acceso entre los distintos lugares de la geografía más cercana que los ciudadanos solemos frecuentar.

Podríamos seguir desarrollando lo dicho anteriormente y extendernos indefinidamente hasta conseguir escribir un ensayo sobre el tema que nos ocupa. Nada más lejos de nuestra intención, ya que lo único que pretendemos es despertar en el lector una razón para meditar sobre algo tan cotidiano, rutinario y manido, debido al excesivo manoseo intelectual e interesado, como es el tema de la felicidad.

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