Alas cortadas

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Naces. Eres una niña. Te agujerean las orejas como metáfora del ganado humano que ya eres, para que nadie te confunda con un humano “de verdad”. Te regalan bebés para que aprendas a cuidar, barbis para que aprendas a arreglarte, cocinas y planchas para que vayas conociendo las tareas que se te suponen asignadas el resto de tu vida. Desde muy niña te preguntan si tienes novio y juegan a emparejarte. Durante un tiempo juegas, corres y te ensucias como todos, pero luego tendrás que irte calmando porque no puedes actuar como un chicazo, porque tienes que ser más suave, más dulce, más obediente. En el colegio te enseñan que la historia la construyeron los hombres, que la ciencia la inventaron los hombres, que las mujeres acompañaban y parían. En los cuentos que te leen desde niña las mujeres que son buenas y dulces serán salvadas por el príncipe. Te baja tu primera regla y sin saberlo has dado otro enorme salto hacia la cosificación. Apenas tienes diez o doce años pero ya eres “una mujer”, ya eres de forma abierta el objeto sexual que eras desde que naciste. El mundo se divide entre quienes quieren mantenerte “intacta” y quienes quieren algo de ti. Tu padre te dice que todos los hombres son unos cerdos y que no te fíes de ninguno mientras él se fía de todos. A los chicos se les educa para coger lo que desean y a ti para no desear. Además, sobre tus hombros descansa la responsabilidad de no ser deseada y, en el caso de serlo, esquivar o frenar ese deseo. Los hombres son libres y excusados siempre por serlo, las mujeres somos cautivas y siempre culpables de nuestros actos y de los de ellos. Nadie lo dice en voz alta pero hay estudios y profesiones más adecuadas para nosotras: profesoras, enfermeras, psicólogas, asistentes sociales… porque las mujeres cuidamos mientras los hombres descubren y construyen. 

Y un buen día tienes que salir al mundo como mujer adulta, trabajadora e independiente y te echan en cara que seas demasiado sensible, que te falta ambición, que tienes que enfrentarte a compañeros y jefes para que no te pisen, que a ver si espabilas. Te han educado toda la vida para ser buenecita y sumisa y luego quieren que salgas a comerte el mundo. Y entonces toca revisarte entera, destruir lo hecho y volverte a hacer de nuevo, encontrar tu propia voz ahogada entre el mar de normas ajenas. Y si no te hace falta porque has conseguido sobrevivir al corsé que te pusieron también mal, porque es muy feo que una mujer sea ambiciosa o tenga carácter, en nuestro caso siempre se tilda de “demasiado”. Aparece en tu vida el príncipe azul de los cuentos, pero la vida real funciona al revés y se va transformando en rana y crees que es culpa tuya por no ser lo suficientemente buena. 

Y el resto del mundo te culpa por no haberte dado cuenta antes, por aguantar. 

Como decía Simone de Beauvoir, nos cortan las alas y luego nos culpan por no saber volar.

Ojalá no os sintáis identificadas al leer esto, ojalá penséis que son desvaríos de una mujer mayor, restos de un mundo ya desaparecido, nada me haría más feliz. 

Pero si no es así, sabed que no estáis solas, que sois heroínas que voláis por el mundo con las alas mutiladas, que habéis conseguido lo que ningún hombre puede y mucho más. Y seguiremos trabajando para que las futuras generaciones salgan al mundo con las alas intactas. Tenéis un mérito enorme, todas, no lo olvidéis nunca. 

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