Me enamoré de un narcisista

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El abuso narcisista es maltrato y sufrirlo es estar muerta en vida.

Tras muchos, muchos años en una relación de abuso de la que me echaron cuando ya no fui útil, y más de dos años de terapia, hoy he sido capaz de sentarme a escribir sobre ello.

Hoy os voy a contar una historia. Mi historia.

Me enamoré de un narcisista. Me reclutó a través de una red social. Hoy tengo claro que yo fui una más en su enésima cacería. Caí en la trampa. Porque mis circunstancias postdivorcio y alguna tarita más me hacían vulnerable a su bombardeo de amor. 

Tras una fachada divertida, cariñosa y amable se escondía la serpiente del paraíso, el lobo con piel de cordero, la oscuridad vestida de luz, el odio disfrazado de amor. El príncipe azul estaba haciendo su trabajo y escondió su podredumbre moral tras una máscara de encanto y seducción creando un personaje del que yo me enamoraría sin remedio  y que desapareció para siempre en el momento en que supo que ya me tenía.

Se abrió la boca del lobo y me tiré dentro. El príncipe azul desaparecía y llegaba el horror.  

Amar a un narcisista es firmar un pacto con el diablo por medio de una coerción sutil, muy sutil. El narcisista te “ofrece” un mundo, SU mundo, irreal delirante e ilusorio, regido por sus normas; un mundo en el que él es dios y amo, dicta leyes  y las cambia a su conveniencia; un mundo al que te arrastra a base de devaluación, humillaciones, desintegrando tu autoestima.

Sí, firmé un pacto con el diablo y obtuve mi billete en primera para viajar al infierno. A cambio de ser arrojada a SU mundo, cedí mi capacidad para poner límites y decir que no; cedí mi capacidad de raciocinio, mi lógica y mis necesidades emocionales para poner en el centro de mi vida las suyas, para asumir la culpa de todos sus errores y la proyección de todas sus faltas, y para dejar de ser yo misma y convertirme en su suministro, en un objeto que debía inflar su ego, satisfacerlo sexualmente y alimentar su maltrecha autoestima.

Aquel narcisista, terriblemente misógino, me odió y despreció desde el principio porque era lo que él nunca sería; creía ser especial, único, superior a mí y exigió admiración y atención constantes. No quería que le amara, quería una fan. Él no me amó, nunca. Su objetivo era vaciarme de mí para llenarme de él y así fue. Eligió hacer el mal, eligió dañarme y lo hizo conscientemente. Carecer por completo de empatía le facilitó mucho las cosas “Le va a doler,  lo sé y no me importa. Le va a doler y lo voy a disfrutar”.

Fui humillada. En público lo disfrazaba de broma (ay, mujer, eres muy sensible) y en privado lo acompañaba de su ira. Arrogante, mentiroso, manipulador e infiel, me castigó con el silencio cuando las cosas no fueron como él quiso. Días, semanas, meses de ley del hielo, de un silencio que disparaba mi ansiedad y desintegraba mi autoestima, porque “si yo no estoy, quién te va a querer, quién te va a  cuidar como yo, quién va querer follarte…”. Y él probando su suministro nuevo.

Tuve que asumir culpas que no me correspondían, consentir lo que no deseaba, soportar triangulaciones en sus redes sociales y ser castigada con el silencio (una y otra y otra vez) si no hacía lo que él esperaba y como él esperaba. Y ojo, lo que él quería hoy, no iba a ser lo mismo que lo que iba necesitar mañana.

Más tensión, más ansiedad, más angustia.

Intuir sus estados de ánimo; ahogarme en falsos conflictos creados por él en momentos de paz y en los él que acababa siendo la víctima; infidelidades con pruebas que, o solo estaban en mi cabeza o eran perfectamente justificables porque yo no le daba lo que necesitaba; invalidación de mis sentimientos, ignorancia de mis necesidades…

Y yo cayendo al vacío. Aprendiendo la indefensión, disociándome y con mi disonancia cognitiva haciendo cumbre. Anulada, vacía, dejando de ser útil a sus ojos y esperando a ser descartada, muerta de miedo y comida por ansiedad. Y en la caída me acompañaban migrañas, caída del pelo, dolores articulares, más ansiedad, más miedo, insomnio, comportamientos compulsivos y adictivos… Ya no me reconocía a mi misma. Años de maltrato me habían robado mi yo.

Toqué fondo y aún así no podía dejarlo. NO SABÍA DEJARLO. Me hizo dependiente emocionalmente, desintegró mi autoestima y ya me había convencido de que si él no iba a ser nada. Pequeña, sola, asustada.

Mi psicóloga llegó al rescate. Empecé mi terapia estando en la relación y él hizo lo imposible porque la dejara. “Yo te puedo hacer terapia”, “haces terapia y te alejas de mí”… Me tomó un tiempo reconocer los (dolorosísimos) motivos que me habían llevado a esa relación de abuso. Tomé distancia y empecé un proceso de sanación que, a fecha de hoy, aún dura. Me descartó él. Me veía más segura y más fuerte y estoy convencida de que empezaba a ser consciente de que lo de manipularme se iba a complicar, y como buen narcisista que se cree perfecto e infalible, que nunca asume sus errores y los proyecta sobre los demás, decidió volver a vestirse de príncipe azul y salir de caza. Y mientras me dejaba, me escupió a la cara que tenía varios frentes abiertos y que estaba teniendo “sexo sagrado” con una medium (ahora me río por lo infantil de su comportamiento, pero en ese momento fue como un disparo) Morir matando.

Hoy, casi ocho meses después y tras pasar dos meses postruptura en los que el dolor fue absolutamente insoportable, empiezo a ser yo. Poco a poco, con mis hermanas dándome la mano y construyendo mi sitio seguro. Aún queda camino por recorrer y aunque hay que superar el estrés postraumático y tengo bastante miedo a salir a la calle fuera de mi “radio de seguridad”, los hombres me aterrorizan y la hipervigilancia y desconfianza andan cerquita de mí, empiezo a ver la luz al final del túnel. Estoy en mi proceso de reconstrucción para parir una versión mía muy mejorada., Y LO VOY A CONSEGUIR.

No olvidéis nunca que nadie se queda en una relación de maltrato porque quiere. Se queda porque no sabe o no es capaz de salir. No juzguéis y tended un mano.


El abuso narcisista es maltrato y sufrirlo es estar muerta en vida.

Tras muchos, muchos años en una relación de abuso de la que me echaron cuando ya no fui útil, y más de dos años de terapia, hoy he sido capaz de sentarme a escribir sobre ello.

Hoy os voy a contar una historia. Mi historia.

Me enamoré de un narcisista. Me reclutó a través de una red social. Hoy tengo claro que yo fui una más en su enésima cacería. Caí en la trampa. Porque mis circunstancias postdivorcio y alguna tarita más me hacían vulnerable a su bombardeo de amor. 

Tras una fachada divertida, cariñosa y amable se escondía la serpiente del paraíso, el lobo con piel de cordero, la oscuridad vestida de luz, el odio disfrazado de amor. El príncipe azul estaba haciendo su trabajo y escondió su podredumbre moral tras una máscara de encanto y seducción creando un personaje del que yo me enamoraría sin remedio  y que desapareció para siempre en el momento en que supo que ya me tenía.

Se abrió la boca del lobo y me tiré dentro. El príncipe azul desaparecía y llegaba el horror.  

Amar a un narcisista es firmar un pacto con el diablo por medio de una coerción sutil, muy sutil. El narcisista te “ofrece” un mundo, SU mundo, irreal delirante e ilusorio, regido por sus normas; un mundo en el que él es dios y amo, dicta leyes  y las cambia a su conveniencia; un mundo al que te arrastra a base de devaluación, humillaciones, desintegrando tu autoestima.

Sí, firmé un pacto con el diablo y obtuve mi billete en primera para viajar al infierno. A cambio de ser arrojada a SU mundo, cedí mi capacidad para poner límites y decir que no; cedí mi capacidad de raciocinio, mi lógica y mis necesidades emocionales para poner en el centro de mi vida las suyas, para asumir la culpa de todos sus errores y la proyección de todas sus faltas, y para dejar de ser yo misma y convertirme en su suministro, en un objeto que debía inflar su ego, satisfacerlo sexualmente y alimentar su maltrecha autoestima.

Aquel narcisista, terriblemente misógino, me odió y despreció desde el principio porque era lo que él nunca sería; creía ser especial, único, superior a mí y exigió admiración y atención constantes. No quería que le amara, quería una fan. Él no me amó, nunca. Su objetivo era vaciarme de mí para llenarme de él y así fue. Eligió hacer el mal, eligió dañarme y lo hizo conscientemente. Carecer por completo de empatía le facilitó mucho las cosas “Le va a doler,  lo sé y no me importa. Le va a doler y lo voy a disfrutar”.

Fui humillada. En público lo disfrazaba de broma (ay, mujer, eres muy sensible) y en privado lo acompañaba de su ira. Arrogante, mentiroso, manipulador e infiel, me castigó con el silencio cuando las cosas no fueron como él quiso. Días, semanas, meses de ley del hielo, de un silencio que disparaba mi ansiedad y desintegraba mi autoestima, porque “si yo no estoy, quién te va a querer, quién te va a  cuidar como yo, quién va querer follarte…”. Y él probando su suministro nuevo.

Tuve que asumir culpas que no me correspondían, consentir lo que no deseaba, soportar triangulaciones en sus redes sociales y ser castigada con el silencio (una y otra y otra vez) si no hacía lo que él esperaba y como él esperaba. Y ojo, lo que él quería hoy, no iba a ser lo mismo que lo que iba necesitar mañana.

Más tensión, más ansiedad, más angustia.

Intuir sus estados de ánimo; ahogarme en falsos conflictos creados por él en momentos de paz y en los él que acababa siendo la víctima; infidelidades con pruebas que, o solo estaban en mi cabeza o eran perfectamente justificables porque yo no le daba lo que necesitaba; invalidación de mis sentimientos, ignorancia de mis necesidades…

Y yo cayendo al vacío. Aprendiendo la indefensión, disociándome y con mi disonancia cognitiva haciendo cumbre. Anulada, vacía, dejando de ser útil a sus ojos y esperando a ser descartada, muerta de miedo y comida por ansiedad. Y en la caída me acompañaban migrañas, caída del pelo, dolores articulares, más ansiedad, más miedo, insomnio, comportamientos compulsivos y adictivos… Ya no me reconocía a mi misma. Años de maltrato me habían robado mi yo.

Toqué fondo y aún así no podía dejarlo. NO SABÍA DEJARLO. Me hizo dependiente emocionalmente, desintegró mi autoestima y ya me había convencido de que si él no iba a ser nada. Pequeña, sola, asustada.

Mi psicóloga llegó al rescate. Empecé mi terapia estando en la relación y él hizo lo imposible porque la dejara. “Yo te puedo hacer terapia”, “haces terapia y te alejas de mí”… Me tomó un tiempo reconocer los (dolorosísimos) motivos que me habían llevado a esa relación de abuso. Tomé distancia y empecé un proceso de sanación que, a fecha de hoy, aún dura. Me descartó él. Me veía más segura y más fuerte y estoy convencida de que empezaba a ser consciente de que lo de manipularme se iba a complicar, y como buen narcisista que se cree perfecto e infalible, que nunca asume sus errores y los proyecta sobre los demás, decidió volver a vestirse de príncipe azul y salir de caza. Y mientras me dejaba, me escupió a la cara que tenía varios frentes abiertos y que estaba teniendo “sexo sagrado” con una medium (ahora me río por lo infantil de su comportamiento, pero en ese momento fue como un disparo) Morir matando.

Hoy, casi ocho meses después y tras pasar dos meses postruptura en los que el dolor fue absolutamente insoportable, empiezo a ser yo. Poco a poco, con mis hermanas dándome la mano y construyendo mi sitio seguro. Aún queda camino por recorrer y aunque hay que superar el estrés postraumático y tengo bastante miedo a salir a la calle fuera de mi “radio de seguridad”, los hombres me aterrorizan y la hipervigilancia y desconfianza andan cerquita de mí, empiezo a ver la luz al final del túnel. Estoy en mi proceso de reconstrucción para parir una versión mía muy mejorada., Y LO VOY A CONSEGUIR.

No olvidéis nunca que nadie se queda en una relación de maltrato porque quiere. Se queda porque no sabe o no es capaz de salir. No juzguéis y tended un mano.

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