Pornoadolescencia

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Por Belén Moreno

El desarrollo cognitivo de los seres humanos se completa hacía los 25 años. Ese desarrollo paulatino es necesario para sintetizar y asimilar los procesos anteriores y alcanzar en cada etapa del ciclo vital, hasta llegar a esa edad, la madurez necesaria para emprender la vida adulta. Exponer a los niños y los jóvenes a determinados estímulos antes de tener la capacidad necesaria para entenderlos y para valorar en su conjunto que significan, así como reconocer qué sentimientos que les inspiran, puede producir daños en el aprendizaje que se resumen en actitudes y aptitudes como normales cuando no lo son.

Nuestros niños y adolescentes, a través de todos los dispositivos con acceso a internet, están prematuramente expuestos a experimentar vivencias para las que no están preparados. Una de ellas es la pornografía. Si desde el feminismo se han demostrado que las consecuencias para la sociedad que tienen este tipo de contenidos son nefastas, en ellos, el daño puede ser irreversible. 

Tenemos que partir de una premisa. En una película de cualquier género, los actores y actrices interpretan un papel, pero lo que le ocurre a ese personaje en el film, no lo sufren los actores de forma real. Ninguno muere, ni se desangra, ni es poseído por fuerzas malignas que les hace girar la cabeza 360 grados. Tampoco fallecen sus padres, ni se drogan o se prostituyen realmente. Sin embargo, en la pornografía, los y las intérpretes sí que penetran y son penetradas. Las relaciones, aunque haya ausencia de placer, son reales y explícitas. También lo son los tocamientos, mordiscos, agresiones, golpes o humillaciones. Sumemos a esto que cada vez se consume un porno más real. Hablamos de vídeos grabados (o robados) y subidos a las redes por personas que no se dedican profesionalmente a la industria. 

Hace unas semanas, ETB y TV3 emitieron un documental dividido en cuatro episodios donde se abordaba el tema del consumo de pornografía por niños y adolescentes. Los datos que se proporcionaron en el documental son escalofriantes. Los menores están accediendo a estos contenidos desde los nueve años, pero es entre los 14 y los 16 cuando el consumo se dispara. Hoy, no hay ningún chico de esa edad en nuestro país que no pase varias horas semanales delante de una pantalla donde se muestra sexo pornográfico. 

La distorsión en las relaciones sexo afectivas es palpable. En el porno no se separa realidad de ficción y ellos están asumiendo que las relaciones con las chicas deben ser iguales, o muy similares, a las que llevan a cabo actores y actrices en la pantalla. Se espera que las chicas acepten voluntariamente ser azotadas. Que se les practiquen estrangulamientos, que sean compartidas en sesiones de sexo grupal, se las tire del pelo, se las insulte, se hagan felaciones a discreción y si me apuras, actos todavía más violentos. Saber que el video de la violación de Pamplona es uno de los que más visitas ha recibido y que ha provocado una avalancha de violaciones disponibles en la red, nos muestra el grado de degradación social al que estamos llegando, sin ningún control ni pudor.

Nuestros jóvenes aplican un doble rasero en sus relaciones con las chicas de su entorno. Por un lado, buscan una réplica de las actrices que les hacen masturbarse. Ellas, empujadas por el deseo de complacer y de pertenecer al grupo, admiten dichas prácticas vejatorias y humillantes que las convierte en meros objetos sexuales sin sentimientos. Después, esos mismos chicos, las rechazan al calificarlas de putas, zorras y calentorras. En el documental, las jóvenes admitían que esa terminología es frecuente, entre ellas incluso y que pueden escucharlas de los que consideran sus amigos. Los chicos piensan que si ellas, en esa falsa forma de empoderamiento, se visten tal y como ven en películas y videos musicales, enseñando mucho más de los que se considera normal, es que son putas y como tal las tratan, partiendo de la base de que ellos sienten a las prostitutas como el grado más bajo de ser humano. Representan la máxima degradación, por eso, una vez usadas, las desprecian. 

Una aspiración del feminismo ha sido que la sexualidad femenina sea reconocida y tratada en igualdad de condiciones que la masculina. El estudio de nuestro cuerpo, nuestros deseos y la forma en la que alcanzamos el placer sexual, ha puesto de manifiesto que somos seres humanos completos y que aspiramos a relaciones sexuales satisfactorias y compartidas. El porno tira por la borda años de trabajo de divulgación, de experimentación y de didáctica feminista. Cualquier chaval de quince años tiene un concepto de las relaciones sexuales donde se carece de sentimientos, donde sus exigencias y deseos son prioritarios y que su placer venga a través de la práctica que venga, es lo único que debe buscar. Su pareja es solo el instrumento para conseguirlo. La empatía, el cariño, el respeto y la satisfacción mutua, carecen de sentido.

Nuestras jóvenes están presionadas por la necesidad de complacer, porque piensan erróneamente además que es así como debe ser, que se colocan a disposición de los chicos, degradándose a sí mismas y olvidando que en las relaciones sexuales, sus sentimientos y satisfacción son igual de importantes. 

El consumo de pornografía tiene otras consecuencias negativas para nuestros adolescentes. Ciberataques, extorsión, amenazas, acoso, exposición a pederastas y pedófilos e incluso a las mafias sexuales. Porque no se trata solo de ver porno, se hace porno. Fotopollas, desnudos, fotografías que dan la vuelta a un instituto en pocos minutos, videos de chicos masturbándose mientras miran la cara de su compañera de pupitre. Cualquiera con dos dedos de frente más que ellos, puede llevarles a una situación harto complicada de resolver, al menos en soledad. 

Lo que demuestra este documental es que existe un profundo desconocimiento en todos los ámbitos implicados en la pornografía. Legales, tecnológicos, sanitarios, sexuales, emocionales, donde nuestros adolescentes están entrando a tumba abierta sin ser protegidos para una visualización donde pueden involucrarse de forma activa y ser dañados física y psicológicamente. Ellos y sus familias, que descubren asombrados hasta dónde llega el problema. Recordemos que la industria ha cambiado su finalidad. Ahora lo que importa no son las películas o videos, lo que importa es quién lo consume. El objetivo son ellos. Los jóvenes. Son el público diana, precisamente porque son inexpertos y vulnerables. El porno es adictivo (ya que esa falsa sensación de felicidad que puede producir de forma momentánea, lo es) y es ese aumento de la adicción por lo que los productores y plataformas pelean.

Abordar el tema de la pornografía es un tema espinoso que nadie quiere asumir. Políticos e instituciones muestran su repulsa, pero no emprenden acciones legales que constriñan las plataformas para hacerlas inaccesibles para los menores, incluso cuando existen aplicaciones efectivas que podrían reducir significativamente el consumo. No mueven un dedo para impedir que tengamos una generación que tiene en la pornografía la escuela del sexo. 

El porno tiene consecuencias directas como redes llenas de sugar daddys que incitan a la prostitución, canciones con letras humillantes para las mujeres que ellos se aprenden sin valorar su contenido hasta que no se paran a leerlas sin música y fuera del ambiente donde las escuchan, algo que en muchos casos los hace escandalizarse (en otros no le dan importancia ninguna), cantantes rodeados de chicas sexualizadas y donde se muestran como el más malo de todos, el más castigador y el más machista. Búsqueda de ser el más empotrador para aumentar su autoestima, jactancia de éxitos sexuales, etc, están a la orden del día y los hace ser los más populares. Ellas, jovencitas en fila perreando frente a los chicos en una discoteca, que creen que se empoderan vendiendo sus cuerpos gratuitamente en los directos de Instagram, aplicaciones que les permiten saltarse el control parental y borran los historiales de búsqueda. Todo está encaminado a que sean un público fiel y permanente. 

Necesitamos una sociedad que legisle con dureza, que imponga políticas educativas con perspectiva feminista desde los siete años, siempre adaptada a cada etapa y que enseñen realmente como son las relaciones sexo afectivas y no como se puede penetrar a una chica mientras se le pisa la cabeza. Una educación basada en el respeto y la igualdad mutua, con sentimientos que no siempre tienen que ser amorosos, pero si empáticos. Relaciones donde nadie sufre, porque si hay sufrimiento hay maltrato y si hay maltrato no hay placer. A lo mejor así, no tendremos que ver a crías de 15 o 16 años, abrazar llorando a Marina Marroquí mientras le cuentan sus experiencias de acoso y maltrato. No olvidemos que una de cada tres chicas está sufriendo o sufrirá algún tipo de agresión sexual.

Os recomiendo que veáis el documental con vuestros hijos e hijas. Que entabléis conversaciones directas y sin pudor, que sepan que vosotros vais a resolver sus dudas y que pueden contar con vuestra ayuda siempre. Enseñadles que sus padres también practican sexo y no hay en sus relaciones esos juegos peligrosos y nada satisfactorios. Y luchemos desde todos los ámbitos sociales, para presionar a nuestros políticos que están desoyendo las voces de expertos, de víctimas y de sus familias, y se niegan a afrontar un problema real que ya está trayendo consecuencias muy peligrosas. 

@belentejuelas

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