Poema: Gaza

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Jesús Carretero Ajo

I

Todo el rencor del mundo anidó en el aire de la ciudad tranquila
y un dios infecto como una epidemia
lo inoculó en los hombres que cortaban lenguas.
Asesinada la palabra, solo quedaron el polvo, los cuervos
y una juventud envuelta en ataúdes fluyendo hacia un mar angosto y glotón.

II

Un estruendo de metal aéreo quebró para siempre
el paisaje tranquilo de los días
y al doblar la esquina, una garra feroz de escombro
hizo tambalear mi niñez. Lo sé,
porque el corazón se agotaba en cada latido
siguiendo el curso púrpura de las calzadas,
mientras rebotaban disparos por las paredes del aire
donde a la misma hora del recreo
se derrumbaba el edificio de los niños
y el llanto se transformaba en campana de silencio
entre las piedras de una ciudad desolada
que no sabe lo que es un sueño y sí, en cambio,
la fría mano de las balas o las rosas esparcidas de una bomba
o la risa congelada de la muerte.

III

Después del loco frenesí de fuego y polvo,
todo se detuvo como un aliento desaparecido
tras la esquina rota, de cuyos balcones
colgaban esos muertos terribles.
Las piezas de mi vida anterior
se esparcieron como animales deshechos
y solo quedó la turbia espera del silencio expandiéndose
como un jardín de rosas carnívoras
hasta que mis ojos se hicieron a una noche sonando
a derrumbe y a paisaje desenfocado.
Ya no puedo recordar la casa y la calle de los juegos,
el color de sus ojos cálidos y sus cabellos como brazos amorosos,
el rincón de los besos y las arrugas de su rostro venerable.
¿Cómo calmar este dolor que corroe la vida y desgarra la esperanza?

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