La costilla de Adán: Reflexionando sobre la misoginia (I)

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Por Karina Castelao

Con las Navidades a menos de 100 días, voy a aprovechar una polémica surgida hace un par de años por tan señaladas fechas para hablar de algo crucial en el feminismo, y que no es otra cosa que definir ese concepto tan manido y habitualmente mal utilizado que es la misoginia.

En diciembre de 2021 la vicealcaldesa de Valencia de aquel entonces, Sandra Gómez, quiso visibilizar una imagen poco usual del nacimiento del niño Jesús y acabó siendo denunciada por los colectivos religiosos y por varios usuarios de las redes sociales por, según ellos, herir su sensibilidad. Visibilizar el esfuerzo y el papel femenino en un hecho «biológico y evidente», como es el nacimiento de Jesús, fue la razón por la que Sandra Gómez decidió compartir la imagen, «describiéndola sin tapujos. Hasta Dios necesitó de la fuerza de una mujer para existir. Hasta Dios necesitó de su coño con todo lo que eso significa (fuerza, naturalidad, instinto, y por supuesto órgano vital)».

Pero, pese a ser una imagen tremendamente hermosa sobre un hecho que constituye el pilar fundamental sobre el que se asienta el cristianismo, Dios hecho hombre, es considerada de mal gusto por los católicos porque «no creemos que el alumbramiento fuera así. Creemos que la Virgen María era Inmaculada, y por tanto, El parto de Jesús fue sin dolor y de una manera virginal».

Es decir, y como la propia vicealcaldesa explicó en su día, a pesar de saber la enorme polémica que provocaría decidió publicar la imagen para reivindicar con más fuerza el acto del parto y a fin de denunciar la misoginia que le rodea: «Es triste que la maternidad siga siendo algo tabú, soez o de mal gusto».

La misoginia es el odio y desprecio hacia las mujeres y niñas, a sus cuerpos incluidos los procesos fisiológicos que son propios de su sexo, y a todo lo que representan. El término (del griego μισογυνία; ‘odio a la mujer’) surgió en el siglo XVII, como respuesta a un escrito de un maestro de esgrima inglés llamado Joseph Swetnam. El texto de 1615, titulado «Proceso a las mujeres lascivas, ociosas, desobedientes e inconstantes», se publicó en medio de uno de los primeros debates sobre el lugar que las mujeres debían ocupar en la sociedad. “Las mujeres son deshonestas por naturaleza”, decía Swetnam. Desde Eva, la mujer «tan pronto fue creada, centró su mente en la maldad, pues las aspiraciones de su mente y su voluntad de desenfreno trajeron desgracia para el hombre». Tiempo después en una obra anónima satírica titulada «Swetnam, el odiador de mujeres es procesado por las mujeres», el personaje que hace de Swetnam se llamaba Misogynos.

Durante los siguientes siglos el término «misoginia» se usó poco, pero su popularidad se disparó a mediados de la década de los setenta del siglo pasado, y más o menos se instaló en el léxico del feminismo de la segunda ola con la obra de Andrea Dworkin de 1974, «Woman Hating». En el libro, Dworkin argumenta que “el prejuicio profundo y arraigado contra las mujeres está presente en distintos aspectos de la sociedad, desde la legislación hasta la cohabitación”. Posteriormente lo resumiría en: “Como mujeres vivimos en medio de una sociedad que nos ve como despreciables. Se nos menosprecia… Somos víctimas de una violencia continua, malévola y autorizada en contra nuestra”.

Pero las verdaderas difusoras y legitimadoras de la misoginia como forma esencialista de concebir a las mujeres como seres odiosos de categoría inferior, fueron siempre las grandes religiones, sobre todo las monoteístas.


Como mi culturización ha sido en la tradición judeocristiana, no me atrevo ni me compete profundizar en cómo otras tradiciones religiosas se han cebado en el odio visceral hacia las mujeres, por lo que solo voy a nombrar algunas citas que pueden servir de ejemplo de lo que digo.

Así, para el filósofo chino Confucio «la mujer es lo más corrupto y lo más corruptible que hay en el mundo», del fundador del budismo, Siddhartha Gautama, para quien «la mujer es mala», las oraciones de los judíos ortodoxos que repiten desde tiempos ancestrales: «Bendito seas Dios, Rey del Universo, porque Tú no me has hecho mujer» o sobre el capítulo de «las mujeres» del Corán donde se lee: «los hombres son superiores a las mujeres […]. Las mujeres virtuosas son obedientes y sumisas».

Mención aparte merece la Biblia. Que la Biblia es un libro muy machista es obvio. Para empezar, habla de un Dios al que se le llama “Señor”, no “señora”, que además cuando decide bajar al mundo no lo hace en forma de mujer, sino de hombre. Pero a lo largo de todo el libro el desarrollo del mensaje misógino es una constante que se ve reflejado en el desprecio e incluso demonización de sus procesos naturales y de su propia corporeidad. Dios va diciendo a los hombres que se pueden vender a sus hijas como esclavas, que si violan a una mujer luego pueden casarse con ella pagando cincuenta siclos de plata al padre, y en definitiva, que se puede hacer todo lo que le dé la gana con ellas porque no son más que algo similar a una vaca o un buey o una cosa propiedad del varón, que si se quiere se toma y si no, se vende o se regala.

Pero veamos un recopilatorio (gracias a la ayuda de Diostuitero) sobre hasta qué punto el libro sagrado de la tradición judeocristiana ha llegado en esto de la “ginefobia”.

El Génesis, 3;16. dice que «A la mujer le dijo: Multiplicaré los dolores de tu preñez, parirás tus hijos con dolor; desearás a tu marido, y él te dominará.» En la Carta de San Pablo a Timoteo 2:11-15, se ordena «Que la mujer aprenda sin protestar y con gran respeto. No consiento que la mujer enseñe ni domine al marido, sino que debe comportarse con discrección. Pues primero fue formado Adán, y después Eva. Y no fue Adán el que se dejó engañar, sino la mujer que, seducida, incurrió en la transgresión. Se salvará, sin embargo, por su condición de madre, siempre que persevere con modestia en la fe, el amor y la santidad.»

El Eclesiastés, 7:28. nos cuenta que «Por más que busqué no encontré; entre mil se puede encontrar un hombre cabal, pero mujer cabal, ni una entre todas.» En el Levítico, 12: 1-5 «El Señor dijo a Moisés: – Di a los israelitas: la mujer que conciba y dé a luz un varón, quedará impura durante siete días, como cuando tiene la menstruación.» «Si da a luz una niña, quedará impura durante dos semanas.» Y en el Deuteronomio 21:11-15, «Si ves entre los prisioneros una mujer hermosa, te enamoras de ella y deseas hacerla tu esposa, la llevarás a tu casa, se rapará la cabeza y se cortará las uñas, se quitará el vestido de cautiva, se quedará en tu casa y llorará a su padre y a su madre durante un mes. Luego podrás unirte a ella. Si deja de gustarte, le darás la libertad, pero no la venderás por dinero ni sacarás provecho alguno, pues ya la has humillado.»

También el Deuteronomio 25:11-12 explica que «Si dos hombres se están pegando, se acerca la mujer de uno de ellos y, para liberar a su marido del que lo golpea, mete la mano y agarra al otro por sus partes, le cortarás a ella la mano sin compasión.»
Para cerrar estos misóginos grandes éxitos bíblicos, en la Carta de San Pablo a los Corintios, 14:34, éste santo dice «Que las mujeres guarden silencio en las reuniones; no les está pues, permitido hablar, sino que deben mostrarse recatadas, como manda la ley. Y si quieren aprender algo, que pregunten en casa a sus maridos, pues no es decoroso que la mujer hable en la asamblea.»

Pero, no solo las religiones apuntalan la consideración misógina de la mujer como un ser lleno de taras e imperfecciones y completamente deshumanizado. La “otra” manera de explicar el mundo, la Filosofía, también se ha encargado de ello a lo largo de su historia, como si ese lugar secundario de la mujer en el mundo necesitara fundamentación lejos de las creencias y cerca del conocimiento y la razón (sobre ello hablaremos en una segunda parte de éste artículo).

Por ahora quedémonos con la idea de que cualquier disciplina o creencia humana ha tenido entre sus finalidades la de justificar la jerarquía sexual y apuntalar la creencia social de que la mujer es menos persona que el hombre. Y así seguimos milenios después teniendo que luchar para poder ocupar el mismo lugar central en el mundo que ha de tener cualquiera que haya nacido ser humano.

@karinacastelao

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