Claustro

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CAPÍTULO 8

   —Existe una palabra, no sé en qué idioma (me imagino que será griego) que significa: el momento en el que te das cuanta de que eres feliz. Esa palabra es kairosclerosis. Bueno, pues hubo un tiempo en el que yo era feliz. Fue el día en el que aprobé las oposiciones y gané la plaza de profesor en mi colegio. Cursé estudios de Magisterio en la UPV-EHU, cuando todavía estaba en el barrio bilbaíno de Arangoiti. Tres años de entusiasmo y de ganas de enseñar, después, como muchos de mis compañeros hice, con mucho esfuerzo, la carrera de Pedagogía en Deusto. Sabía de la poca trascendencia que ponen las instituciones en la educación pero cuando comencé a impartir clase se me cayó el alma a los pies y ahí seguía hasta hoy. Poco queda de esa kairosclerosis.  

   El viejo escuchaba sin atender porque esperaba que Ovidio reaccionase a su petición.

   —Si, ya sé que quieres que te saque de aquí, pero es que no sé cómo demonios voy a hacerlo. No entiendo nada de lo que sucede. Sois monigotes, astillas clavadas en los pies. No puedo moverme porque no sé si en el siguiente paso que de se acabará el mundo y será culpa mía.

   —No, no es así. Hay que restablecer el equilibrio. No solo van mal las cosas aquí. En tu mundo se está yendo todo al traste.

   —¿Por qué sabes eso? ¿Tienes comunicación con mi mundo? ¿Por qué no me enseñas a hacer eso? ¿Qué sentido tiene que yo os salve si en mi mundo soy un auténtico inútil, un mindundi, un don nadie, un lamelápidas, un cacaseno, un sinsorgo, un ser sin sentido, un miserable, un piojo redomado, un profesor con ínfulas de genio…

   El viejo le dio un coscorrón. Ovidio pareció calmarse pero se echó a llorar. Nada tenía sentido. Su vida era un libro escrito por otros. Se sentía como si un Dios, en algún lugar, estuviera jugando con él. Zarandeándole, divirtiéndose a su antojo. Radu se apiadó de él.

   —Ovidio, el primer paso no te indica hacia dónde debes andar, pero te saca de donde estés.

   —¿Y qué demonios significa eso? —respondió Ovidio cabizbajo.—

   —Intenta dar un paso.

   Ovidio le miró decidido, se levantó y dio un paso. Tan largo que apenas se dio cuenta de que el viejo Radu le había cogido del brazo. Su zancada se prolongó en el espacio y en el tiempo. Se extendió hacia los límites del universo. En un momento incluso llegó a superar el límite por donde se expande todo el universo y observó que más allá no había nada. Ni siquiera una oscuridad. Era como saber que los relojes están parados, que la extensión de tus brazos te obliga a mirar más detenidamente a tu alrededor y que podía contemplar pequeños puntos lumínicos danzando en un abismo. Era como ver besarse a mil luciérnagas en la noche más oscura del mundo. Se dio cuenta de que había ido tan rápido y tan lejos que debía volver. Entró en la órbita de una galaxia de forma esférica. Vio estrellas formándose y saliendo de extensas nubes de gas. Sintió el calor del centro de una de esas estrellas y tiritó de frío. Observó cómo se formaban planetas a su alrededor y cómo iban cambiando con el paso de un tiempo extrañamente acelerado. Nubes de materia. Esferas incandescentes. Miles de meteoritos estallando en verdaderas oleadas alienígenas. Una densa atmósfera que no dejaba ver la superficie. Un mar que lo cubría todo. Densas selvas de hongos y helechos inmensos. Oleajes que inundarían la más grande de nuestras ciudades y dejarían tan solo un charco de excrementos y musarañas ahogadas. Animales que devoraban todo a su paso, tan altos como montañas. Aves de alas increíbles. Extinciones instantáneas que acababan con casi toda la vida existente y el nacimiento de las primeras especies inteligentes. Descubridores del fuego. Constructores de cabañas. Cazadores impenitentes. El nacimiento de la escritura. Leyes escritas sobre piedra. Adoradores de ídolos. Pensadores díscolos que eran expulsados por herejes. Guerras y batallas, todos contra todos. Imperios que se alzan. Reyes que caen. Instituciones que se crean de la nada. Dioses que viven mil años y luego mueren en el olvido. Constructores de catedrales. Descubridores de continentes. Guerras de religión. Bombas nucleares. Naves espaciales. Viajes a la luna. Viajes a las estrellas. Conquista de otros planetas. Extinción total. Pero Radu le dijo a Ovidio algo al oído y entonces este decidió descender hacia el punto que el viejo le decía. En un segundo habían salido de su celda y estaban en lo que parecía un cónclave con otros treinta y cinco ancianos y ancianas, todos sentados en círculo aposentados cómodamente sobre sillas diferentes. Las había de todo tipo, de todos los colores. Grandes, pequeñas, con motores, voladoras, alguna parecía la proa de un barco, otras eran como manos que parecían atrapar a la persona en cuestión. Había sillas con patas que se movían libremente, como si tuvieran vida, otras permanecían estáticas en medio de una introspección equidistante. 

   Ovidio y Radu hicieron una entrada triunfal. 

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