Posmodernidad y patriarcado: la insistencia en la abnegación de las mujeres.

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por Cristina Lozano González

Asistimos hoy en día a una explosión de términos y corrientes de pensamiento nuevas –o aparentemente nuevas- que se confunden y mezclan. Así al hablar de ecofeminismo, feminismo del 99%, izquierda incluyente y otros conceptos observamos que, a veces, se solapan y otras veces se contradicen en sus significados. En esta situación, creemos adecuado recordar el brillante análisis que realizó la socióloga y economista Heidi I. Hartmann sobre las relaciones entre marxismo y feminismo. De la misma manera en la que Hartmann detectó la subordinación del feminismo dentro del marxismo –con sus indeseables consecuencias para las mujeres- en la actualidad, se está intentando diluir el feminismo -hasta hacerlo desaparecer- en las ideologías identificadas como izquierda posmoderna. Este hecho provoca un “olvido” de la visión crítica feminista imprescindible en cualquier pensamiento que se quiera presentar como igualitario, civilizatorio, moderno y/o transgresor.

Según Hartmann, la relación entre el marxismo y el feminismo –lejos de lo que se pueda pensar- ha sido conflictiva siempre. Se ha tratado de una relación en la que no ha existido un pleno reconocimiento de la importancia de la igualdad entre hombres y mujeres, quedando el feminismo siempre como una perspectiva secundaria dentro del al análisis marxista. 

Los marxistas o bien mantienen que el feminismo es algo subordinado a la lucha de clase o, peor aún, que el feminismo es un obstáculo a la lucha de clase porque divide a la clase obrera. Pero, como nos advierte, Hartmann, nada más lejos de la realidad, ya que: “si bien el análisis marxista aporta una visión esencial de las leyes del desarrollo histórico, y de las del capital en particular, las categorías del marxismo son ciegas al sexo” (Hartmann, 1981, p.2). Es decir, únicamente el feminismo puede aclarar las relaciones entre hombres y mujeres, aunque haya que reconocer que el feminismo carece del análisis histórico y material del que sí dispone el marxismo. 

Según Hartmann, en la sociedad actual existe una colaboración entre patriarcado y capitalismo, y solo se entenderá nuestra sociedad cuando se analicen correctamente ambos sistemas, sin olvidar el apoyo que se prestan mutuamente. 

En su artículo Un matrimonio mal avenido: hacia una unión más progresiva entre marxismo y feminismo (1981), la autora comienza señalando la necesidad de distinguir entre la “cuestión de la mujer” y la “cuestión feminista”. La cuestión feminista es el análisis de las causas de la desigualdad entre mujeres y hombres, pero la cuestión de la mujer que se ha tratado en el marxismo ha analizado la relación de las mujeres con el sistema económico en lugar de con los hombres. Y ahí radica su error. Según el marxismo, la desigualdad de las mujeres se debe única y exclusivamente a la relación que mantienen con la producción. Por lo tanto, la postura de algunos marxistas clásicos -como Marx, Engels o Lenin- es la de creer  que con el capitalismo las mujeres accederían en masa al trabajo asalariado y, de esta manera, se acabaría la división sexual del trabajo y la discriminación que conlleva, quedando sólo lo que ellos consideran el auténtico problema: la lucha de clases. 

La autora destaca una obra esencial de Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, donde Engels explica que la subordinación de la mujer se debe a la existencia de la propiedad privada. En la familia burguesa la mujer servía a su marido, debía ser monógama y darle hijos para que heredaran los bienes conseguidos por su marido. Sin embargo, en la clase proletaria la mujer no estaba oprimida porque carecían de propiedad privada. La solución, según Engels, era que conforme hubiera más gente con trabajo asalariado y se destruyese la pequeña propiedad campesina, las mujeres trabajarían en igualdad con los hombres, acabándose la autoridad del padre y destruyendo las relaciones patriarcales con ello.

Era esencial –entonces- para Engels, la incorporación de las mujeres al trabajo asalariado, ya que así serían independientes y llevarían a cabo, también, la revolución proletaria. Después de esa revolución, cuando no existiera la propiedad privada, la mujer se liberaría de la opresión del capital y de los hombres.

Es decir, como reconoce Hartmann- el análisis marxista no se ocupa de la cuestión feminista, de por qué la mujer es oprimida en tanto que mujer, ni del hecho de que el hombre obtiene un beneficio de esta subordinación de las mujeres y, por lo tanto, le interesa mantenerla. El hombre se beneficiaba -y lo sigue haciendo- de, por ejemplo, no tener que realizar las labores domésticas o de cuidados, o de disfrutar de los mejores puestos de trabajo.

Sin embargo, el tiempo ha demostrado que con el trabajo asalariado de las mujeres no se han eliminado las relaciones patriarcales que subordinan a la mujer frente al hombre en todas las clases sociales, sino que continúan vigentes en el sistema capitalista actual. Según Hartmann, como la propiedad privada no es el origen de la desigualdad de las mujeres con los hombres, su abolición tampoco supondrá el fin del patriarcado.

Es interesante observar cómo la posición de las feministas marxistas difiere del marxismo clásico. Ellas analizan el trabajo doméstico y su relación con el capital. Algunas defienden que el trabajo doméstico genera una plusvalía de la que el empresario se apropia. Eli Zaretsky, en su obra Socialist Revolution, explica que el capitalismo no ha introducido la igualdad de la mujer con el hombre en el mercado laboral, sino que ha dividido aún más los espacios de trabajo y hogar, reforzando al patriarcado con esa separación. Para el hombre la opresión es tener que trabajar, mientras que para la mujer la opresión es no poder trabajar a cambio de un salario. Y esto es así porque al capitalismo le interesa esa división para que la mujer pueda reproducir y cuidar a los trabajadores asalariados. Es decir, las mujeres en el hogar no están trabajando para sus maridos, sino para el empresario. Por eso, el movimiento feminista –según Zaretsky- se equivoca al desviar su análisis, ya que la mujer es siempre clase obrera al servicio del empresario aunque no tenga un trabajo remunerado por las labores domésticas que realiza.

Aunque Zaretsky toma la idea feminista de que el patriarcado es anterior al capitalismo, también defiende que la división de los espacios es la cuestión principal que aporta el capitalismo. No obstante, se le puede preguntar a Zaretsky por qué en esa división capitalista es la mujer la que debe quedarse en casa y el hombre ostentar el trabajo asalariado. Esa división de las tareas por sexo se debe al patriarcado y no al capitalismo.

Todas las posturas marxistas analizadas por Hartmann carecen, según la autora, del aspecto primordial, de pensar las relaciones entre hombres y mujeres, es decir, del análisis feminista. El estudio marxista es apropiado para explicar cómo funciona económicamente el capitalismo –gracias a él contamos con conceptos como “plusvalía”, “clase” o “ejército de reserva del trabajo”-, pero no sirve para determinar quiénes ocuparán los espacios o quiénes obtendrán los mejores puestos en los trabajos. Como afirma Hartmann: “Las categorías marxistas, como el propio capital, son ciegas al sexo” (Hartmann, 1981, p.8).

Actualmente nos encontramos que el mismo borrado que sufrió el feminismo en las teorías clásicas marxistas que señala Hartmann, se está reproduciendo a manos de las corrientes ideológicas posmodernas. Ninguna de las teorías posmodernas trata la “cuestión feminista”, sino las “cuestiones de las mujeres”, es decir, cómo se relacionan las mujeres con el medio ambiente –como la contaminación que producen los productos necesarios de higiene femenina- o la relación que deben mantener con personas de diversas supuestas identidades.

La solución “feminista” que nos plantea la posmodernidad es animar –mediante el chantaje emocional o la coerción- a que las mujeres sigan “cuidando a”. Lo único que parece haber cambiado -o mejor dicho “ampliado”- con el paso del tiempo es a quién tienen que cuidar las mujeres: a una mascota -en lugar de, o además de a un hijo/a-, al planeta Tierra, a toda minoría o grupo que se sienta desvalorizado, etc.

La clave para que el patriarcado permanezca a través de la historia es seguir convenciendo a las mujeres de que su sacrificio, abnegación, sumisión y olvido de sí mismas, son necesarios – callándose el para qué o para quién- y que la exigencia de una vida propia con intereses personales más allá de la familia y del amor romántico es producto de un malvado egoísmo que deben evitar.

Resulta necesaria en nuestros días la primacía del feminismo radical frente al patriarcado de las ideologías posmodernas que se dicen de izquierdas. Lo que éstas últimas definen como “postverdad” -no existe una verdad universal- y que “fundamenta” sus planteamientos no es más que un relativismo que se inhibe de los problemas de las mujeres. Sin embargo, toda ideología que represente un avance de nuestra civilización requiere de universalidad y de la defensa  de unos valores frente a otros –la igualdad de derechos entre los dos sexos es mejor que la desigualdad o la diversidad-. La posmodernidad basada en la diferencia, diversidad, etc sólo es una nueva forma de relativismo incompatible con la civilización basada en el avance de toda la humanidad que propone el feminismo radical. 

Cristina Lozano González es Licenciada en filosofía y Doctora en economía. Profesora de filosofía y feminista defensora de la coeducación, la libertad de expresión y el pensamiento crítico.

Twitter: @CrisColmenaP

Instagram: @CRIS_LOZCOL

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