Una red de violencia

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Por Belén Moreno

Vivimos en la era digital. Nuestra vida ya no es nuestra. Es propiedad de todos aquellos que nos miran a través de las plataformas como Facebook, TikTok o Instagram. Medimos nuestro éxito en número de seguidores y en las interacciones que otros usuarios hacen con nuestros comentarios. Hemos dejado de ser personas para ser solo imágenes

Esto podría parecer exagerado, pero no lo es. Hoy figuras como los tiktokers, youtubers o instagramers están a la orden del día y algunas/os de ellos ven desbordados sus ingresos solo porque millones de personas viven pegadas a las pantallas de sus dispositivos digitales esperando que su “héroe o heroína” publiquen cualquier insignificancia de sus vidas, que bien editado y con el filtro adecuado, convierte un hecho cotidiano en un espectáculo. 

Muchos de nuestros jóvenes (incluso niños) están viviendo la existencia de otros. Ya no quieren ser astronautas, científicos, médicos o escribir el libro que les haga ganar un Nobel. Quieren ser Ibai o Rubius, o cualquier otro que por el arte de la nada, se han convertido en ejemplos a seguir. Hablan de seres humanos que exponen toda su vida en las redes sociales. Lo bueno que les pasa, lo guapos que son, el dinero que ganan, las casas en las que viven. Pero como todo en la vida, tenemos el lado malo y el más malo. Los niveles de frustración y de ansiedad que produce no cumplir con las expectativas de lo que las redes sociales están mostrando en los demás, empuja a jóvenes y niños a estados de aislamiento y falta de socialización y los hace mucho más receptivos a quiénes usan las redes como captadores de mentes sin fortaleza y las manipulan para su propio beneficio. 

Los contenidos digitales de las plataformas son incontrolables. Niños y adolescentes están tan expuestos que llegan a obviar que lo que están visionando es perjudicial, insano y puede provocar serios problemas en sus vidas y en su salud mental. Aunque como padres y adultos tratemos de que todo lo que tienen a su alcance sea inofensivo, sus ojos absorben imágenes violentas, sexuales, pornográficas, que dañan seriamente su mente, transformando conceptos hasta hacerlos perjudiciales.

En los adolescentes, la violencia como sinónimo de popularidad está llevando a los jóvenes a comportarse de forma violenta con sus iguales. Y todos aquellos que no lo hacen pasan a ser parias u objeto de esa violencia. Es cierto que no es un único factor lo que conduce a esos comportamientos violentos, pero éstos refuerzan esa “fábula de invencibilidad” ya muy presente en los adolescentes. Fomentan el consumo de sustancias perjudiciales como el alcohol, el tabaco y los predispone al consumo de la pornografía. Los jóvenes cuelgan en la red, actos cada vez más violentos porque reciben un feedback que aumenta su autoestima sin darse cuenta que el problema tiene mucha más trascendencia de lo que ellos imaginan. 

Fabián Prieto Álvarez, psicólogo, nos indica que: “la interacción con la violencia (por medio de video juegos, redes sociales o televisión) puede generar un aprendizaje observacional que se interiorice y se lleva a cabo en situaciones en las que el niño asuma que son iguales. El rechazo a un acto violento es una respuesta primaria, las risas que acompañan a un acto violento y los comentarios tomando partido por quien realiza el acto, pueden ser indicativos de que ese aprendizaje se está llevando a cabo”.

En el año 2018, un grupo de psicólogos estadounidenses pidieron a Mark Zuckerberg que cerrase Messenger Kids, una aplicación creada para niños entre 6 y 13 años. En su carta los profesionales de la salud mental afirmaban que los niños no están preparados para tener redes sociales y que la aplicación no solo no era una necesidad si no que estaba creando una. «Atrae principalmente a niños que de otra forma no tendrían sus propias cuentas en las redes sociales».

Instagram se ha posicionado como la gran plataforma de emisión de una vida en directo y no es capaz de controlar el contenido que los millones de usuarios suben a la red diariamente. Estos contenidos deberían estar alejados de nuestros niños, porque no se puede tener cuenta en esta red hasta no haber superado los 13 años. Sin embargo, no existen mecanismos de control eficientes que impidan que menores de esta edad tengan cuentas activas. Los controles parentales se han demostrado ineficaces y sin darnos cuenta dejamos que se empapen de imágenes para las que no están preparados.

En algún momento de nuestra vida hemos oído hablar de las snuff movies. Una snuff movie es una película violenta donde se transmiten asesinatos o violaciones como intención de que sean tomadas como reales. Hay quien dice que lo son, pero es difícil demostrar que sea cierto. Lo que está claro es que existe un género de películas donde se trabaja con la violencia extrema como un recurso cinematográfico más. Si se hacen es porque hay un público que lo demanda. Hoy en día no se necesita rodar una película, solo se necesita un móvil para dejar a Asesinato en 8mm en mantillas.

Hace unos meses, una joven recibía un guantazo en la cara por parte de su pareja mientras emitía un video en directo con otros internautas. El golpe dejó en shock tanto a la protagonista como a sus compañeros y aunque la pareja ha desmentido los malos tratos y haya incluso hablado de que fue un montaje, la inmediatez de la realidad fue que a ella la agredieron en directo.

Y ese instante fue muy significativo porque demuestra siempre se puede llegar a más. En agosto de este año, Nermin Sulejmanovic, un culturista bosnio que contaba con unos 11.000 seguidores en Instagram, asesinó a su mujer en directo a través de la plataforma. “Ahora veréis cómo es un asesinato de verdad” les dijo a sus espectadores. Nermin no solo asesinó a su mujer, si no que mató a otros dos hombres e hirió a una mujer, un hombre y un policía, mientras, móvil en mano, llevaba a cabo una carnicería que culminó con su propio suicidio. El video se compartió 286 veces y 300 usuarios apretaron el corazoncito para dejar constancia de que “les gusta”. 

No solo los niños están siendo “agredidos” con las imágenes. Todos nosotros somos víctimas de lo que cualquiera pueda colgar sin filtro. Me pregunto seriamente como alguien puede compartir un video donde una mujer es asesinada en directo o le puede parecer que es digno de likearlo.

Las redes sociales están llenas de todo tipo de imágenes, algunas de extrema violencia. La pregunta es cuál es el nivel de tolerancia que estamos desarrollando para asumir la violencia como un aspecto natural de la vida humana. En el mundo de la pornografía sabemos ya que no solo se absorbe la violencia contra las mujeres sino que se exige cada vez más. Si un hombre visiona con naturalidad como se graba una violación en directo, quizá un asesinato no le parezca tan escalofriante. 

Vivimos en una sociedad donde lo violento está socialmente asumido. Sin embargo, consumir violencia de forma habitual tiene efectos negativos en la persona. Lo primero es que nos desensibiliza ante ella. Dejamos paulatinamente de sentir rechazo a las imágenes y su consecuencia es el menoscabo de la resiliencia y la empatía. Se minimiza y se normaliza. Este proceso de respuesta sensible a la violencia implica que cuando nos enfrentamos a situaciones de violencia real, no conectemos con la víctima, con el sentido de justicia, reaccionando negativamente, es decir, obviando el hecho, sin empatizar con la o las personas que son agredidas en ese momento. Un claro ejemplo es la normalización de la sociedad ante la violencia machista. Los casos se van convirtiendo en estadísticas, en números. El rechazo dura lo que tarda la imagen en ser retirada. Los informativos cada vez dedican menos tiempo porque está asumido que las mujeres van a morir violentamente a manos de sus parejas. Nos tiembla una pequeña fibra y seguimos con las noticias de deportes que eso sí que tiene un público entregado. 

En Bosnia, el asesinato en directo del culturista, puso sobre la mesa el debate de cómo se está gestionando la violencia machista por parte de las autoridades, ya que se sospecha que el asesino llevó a cabo la atrocidad después de una denuncia por violencia machista. En las manifestaciones que se celebraron posteriormente se exigía al gobierno contundencia contra estos delitos, pero tuvo que morir una mujer y verse en directo en Instagram para que sucediera. Estoy completamente segura que no fue la primera asesinada del país ni por desgracia será la última. 

Nuestros ojos son la puerta a nuestra mente. El cerebro absorbe a través de ellos lo que ocurre a nuestro alrededor y si todo lo que nos rodea es violencia, llegará un momento en que no nos importe. Nos dará igual que se asesine a una mujer en directo, que se la viole por uno o más hombres, que se maltrate a un menor, a un animal o que se agreda a un mendigo. Vivimos en mundo donde la violencia es el pan nuestro de cada día, pero están en nosotros seguir impidiendo que forme parte natural de nuestras vidas. Somos responsables de que nuestros menores y adolescentes, aprendan a rechazarla, a que no la asuman como algo intrínseco al ser humano. Sus efectos en todos, pero en ellos especialmente, son devastadores. Dejemos de usar las redes sociales como el espectáculo de la vida diaria. Rebajemos la exposición, usemos la interconectividad para fines positivos y eliminemos todo aquello que es no aporta. 

@Belentejuelas

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