Cómo abolir la realidad

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Lidia Falcón, Presidenta del Partido Feminista de España.

El 3 de septiembre El País publica una larga entrevista con Irene Montero. El entusiasmo que muestra la ministra con el escándalo organizado por el “caso Rubiales”, “ajena a toda autocrítica” como comentan los entrevistadores, “segura de que no hizo más que ajustarse al ritmo que demanda una sociedad abrumadoramente feminista” la lleva a afirmar que “España es un país feminista”. Conducida por sus entrevistadores que le preguntan “¿Qué es una mujer”, cuestión esta que ni Pedro Sánchez ni Yolanda Díaz, sorprendentemente, respondieron,  se atreve a definir la mujer como “alguien que por ser mujer tiene más riesgo de pobreza, más precariedad laboral, más riesgo de sufrir violencias machistas, de ver vulnerados derechos sexuales y reproductivos, Ser mujer es tener menos posibilidades para garantizar todos sus derechos y poder conquistar la posibilidad de tener una vida digna. Es estar en una posición de desventaja por el hecho de ser mujer”.

Esta respuesta de la ilustre ministra demuestra claramente que ni la escuela secundaria ni la Universidad española instruyen a sus alumnos en las más elementales leyes de la lógica aristótelica ni enseñan a pensar mediante el análisis materialista de la realidad. Porque las condiciones que relata se pueden aplicar igualmente a los esclavos, los siervos, los negros, los indígenas, los obreros, los pobres, los discapacitados, los emigrantes y tutti cuanti cuyas condiciones sociales y económicas sean desfavorecidas. Sean hombres o mujeres.

Y cuando los entrevistadores insisten: “¿Sentirse mujer es ser mujer?”, replica con una arrogancia sin límite: “Es que esa pregunta implica una enorme carga de transfobia”, así sin más. La estrategia del ignorante y del agresivo que consiste en insultar a quien plantea objeciones a su discurso. Para después mostrarse compasiva con quienes no la entienden y necesitan que les haga pedagogía, pontifica “ex cátedra” que “las mujeres trans son mujeres y los hombres trans son hombres. Lo diga la ley o no lo diga”. Porque la señora Montero tiene que hacer pedagogía con todos los que se han opuesto a sus engrudos filosofico-psicológicos: filósofas feministas, dirigentes del MF, catedráticos de Universidad, médicos, psiquiatras, trabajadoras sociales, psicólogas, profesores de todos los grados, sociólogos, biólogos, antropólogos, etc. etc, que como ignorantes que somos necesitamos asistir a las clases que impartirá la Irene Montero. Para rematar esta exhibición de petulancia afirma: “la ley trans es una de las leyes que más consenso social ha generado de todas las que se han aprobado en esta legislatura”. Y eso después de cuatro años de enfrentamiento con feministas de todos los sectores, procesos judiciales, como el que me incoaron a mí, presentación de mociones para modificar el proyecto de ley presentadas en el Congreso y en los Ministerios por parte de numerosos asociaciones feministas, el despido de Carmen Calvo, vicepresidenta primera del Congreso, el cargo más alto que ha tenido nunca una militante feminista, el de Amelia Valcárcel del Consejo de Estado, la abstención de Calvo en las votaciones de la ley, agrias polémicas públicas en los medios de comunicación por parte de todas las dirigentes conocidas del MF y manifestaciones multitudinarias en las calles de las ciudades en las que se exigía la dimisión de Montero. Por todo ello, Yolanda Díaz ha acabado por prescindir de ella en el grupo SUMAR. 

La polémica sobre la ley trans que redactó y promocionó la ministra ha transcendido a muchos países. Me han llamado y realizado entrevistas en varios países latinoamericanos y europeos, se han publicado en los periódicos de varios continentes y se llevará a debate su reforma en el Parlamento Europeo en la próxima legislatura. Menos mal que ha generado tanto consenso social.

Después de que la señora Montero haya realizado esta exhibición de desconocimiento de las leyes de la naturaleza y desafío agresivo a quién se atreva a contradecirla, descalificándolo con la acusación de “transfobo”, difícilmente puede tenerse alguna esperanza de que la monstruosidad de esa ley trans, de la que tan orgullosa se siente, vaya a ser reformada bajo los principios de las leyes de la naturaleza. Y no porque la ministra sea ahora determinante para proceder a esa corrección, liquidada como está para continuar en su puesto, sino porque estos argumentos son los que han inventado, asentado y difundido los activistas de ese lobby trans, que defienden arriscadamente la inexistencia de las diferencias sexuales en la especie humana. No sé si también en las animales. Introduciendo en la ciencia la filosofía idealista de los escolásticos que discutían seriamente cual sería el sexo de los ángeles.

De otra profesora universitaria escuché el disparate de que “las leyes de la naturaleza no existen, son un invento humano”. Y me da pena por Pitágoras e Hipatia y Newton y Galileo y Einstein, y muchos otros científicos y estudiosos. que desvelaron, con tantos estudios y sacrificios a los que se sometieron, cómo se realiza el movimiento de los astros y la formación del universo, y el proceso de fecundación y gestación de los animales mamíferos, entre otros descubrimientos de esa Naturaleza “que se complace en ocultarse”, como dijo Heráclito. Claro que a pesar de su convicción profunda de que las leyes de la naturaleza no existen, ninguna de las defensoras de lo trans se tira por un balcón porque, al fin y al cabo, la ley de la gravitación universal “es solo un invento de Newton”.

Esa necedad les sirve para aceptar que un hombre se convierte en mujer por su sola voluntad. Si así se lo propone. Y según la declaración de Montero, no es siquiera un cambio inducido por los deseos del sujeto implicado, sino que se produce “porque una mujer trans es una mujer y un hombre trans es un hombre”, y no nos explica cómo es que la mujer se formó desde el momento de la fecundación del óvulo con dos gametos femeninos XX, y el varón con un gameto femenino X y otro masculino. Y el embrión femenino se desarrolló con útero, ovarios, trompas y vagina y la hormonación construyó sus pechos, su piel sin pelo y su abundante cabellera, a la vez que su voz es lírica, mientras que en el masculino posee testículos y pene, no tiene desarrollados los pectorales, y en cambio posee pilosidad en pecho, piernas y brazos, y unas cuerdas vocales más graves.

Porque para ellas, la Montero y mi interlocutora universitaria, y todo el lobby trans, la materialidad de los cuerpos humanos y animales, y las leyes que rigen la biología de los machos y las hembras de todas las especies, no tienen ninguna importancia, o son inventos de chalados o de seres que descargan el odio que sienten los tránsfobos contra quienes exigen que se les considere del sexo contrario, porque ellos así lo quieren. Y en tal sentido han legislado, imponiendo sanciones incluso a quienes no estén de acuerdo con semejante disparate científico.  Hemos llegado al punto de abolir la realidad.

Es muy preocupante que en este siglo XXI, que ya no es el de las Luces, sino el de las tinieblas, hayamos retrocedido a la tenebrosa Edad Media, donde era posible discutir tan elementales conocimientos, guiados por el convencimiento de son las almas las que deciden el destino de los seres humanos y no sus condiciones materiales de existencia.  

Es muy preocupante y enormemente peligroso que, aunque la señora Montero no vuelva a ocupar el sillón del Ministerio de Igualdad se nos amenace con entregárselo a otro personaje llamado Elisabeth Duval, trans de profesión, según las informaciones que nos ha ofrecido Yolanda Díaz, protagonista ahora de las directrices de la “izquierda” instalada en SUMAR. Y así sumamos más disparates en esta perversión en que ha caído el feminismo en los últimos años, que nunca, en el devenir de los siglos en que se inició y se desarrolló hubiera imaginado.

Es evidente que con Irene Montero o sin ella, el Patriarcado está ahora triunfante nuevamente, y todo el espectáculo montado en este último mes por el caso Rubiales, es una estrategia para distraer la atención de los más graves problemas que padecen las mujeres, y que llegan al crimen incluso, sin que las ministras, ni los jueces, ni los trans ni sus acóĺitos y entusiastas seguidores se emocionen.

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