Cuando los depredadores son profesores

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M. Engracia Martín Valdunciel (Abolicionistas Aragón).

Depredar, según el DRAE, tiene dos acepciones, la primera se refiere a robar y saquear con violencia y destrozo.  La segunda tiene que ver con animales que cazan a otros de distinta especie para su subsistencia. Podemos utilizar ambos significados en el caso de dos profesores – depredadores del Aula de Teatro de Lleida: porque se apoderan de las ganas de salir al mundo de unas adolescentes, de su deseo de aprender, de su legítima aspiración a labrarse un porvenir. Como animales depredadores, además, violentaron a unas chicas, en este caso, a seres de su propia especie, para cebar su status de supremacismo machista.

En el Aula de teatro de Lleida dos miserables abusaron, manipularon y violaron a alumnas de 13-16 años entre 2001-2008. Son hechos probados. Aunque la realidad es más cruda: se habla de 20 años de abusos sexuales continuados en el aula… En 2018, un grupo de víctimas decidió denunciar. No debió ser un camino fácil: sabemos lo difícil que es romper el silencio que el patriarcado impone a sus víctimas. Había que superar, además, mucho miedo, confusión y sentimientos de culpa y vergüenza, porque el machismo hace recaer sobre las mujeres el delito de los abusadores.  Había que nombrar los hechos, señalar a los depredadores, plantar cara a un sistema de poder en el que la palabra de las mujeres se pone bajo sospecha. Y estas jóvenes lo consiguen tras poner en común sus experiencias. Fueron capaces de reconocer los abusos sexuales de los que fueron objeto y, por tanto, apuntar a los victimarios. En ese proceso de toma de conciencia un colectivo de profesionales, Dones a Escena, fue crucial por su apoyo a las jóvenes. Pero la denuncia llegó tarde: el delito había prescrito. No obstante, al parecer, las agresiones continuaron en 2018-2019 y quizá, esperemos, el caso se pueda reabrir… La película El sostre groc, (El techo amarillo) de la directora Isabel Coixet, reproduce esta historia, un film de 2023 que ha obtenido, entre otros, el Premio Gaudí y la Concha de plata de Donostia.

El techo amarillo.

A lo largo de nueve capítulos Isabel Coixet organiza con inteligencia, tacto y sobriedad un relato sobrecogedor enhebrando diferentes registros y fuentes: grabaciones realizadas por las propias estudiantes correspondientes a la época en que se produjeron los hechos; documentos sobre el Aula de teatro y sus responsables procedentes de la tv local y su propia filmación, entrevistas al grupo de mujeres que denunciaron los abusos de que fueron objeto. Las ya actrices narran su experiencia a cámara, vuelven a un pasado difícil con fortaleza y capacidad de distancia revelando una historia de manipulación y violencia, pero también de resistencia y valentía. El film supone para los y las espectadoras una bofetada, muestra una parcela de ejercicio de terrorismo patriarcal que causa indignación, que no pueda dejar impasible a nadie. Coixet ya en el primer capítulo señala a Antonio Gómez (en el quinto, aparece, el segundo depredador, Rubén Escartín): un profesor guay, adorable y cercano; un sujeto, que gustaba de hacerse pasar por un colega entre los y las estudiantes.  El documental muestra la mise en scène de un ídolo masculino a la medida de estudiantes adolescentes. A través de diferentes episodios asistimos a las dobleces de individuos que violentaban a las alumnas de forma habitual; docentes que hacían pasar por “ejercicios de clase” las vejaciones a las que las sometían o cómo estos profesores indicaban a las alumnas la necesidad de “abrirse emocionalmente” y sugerian que los abusos sexuales fuesen leídos como propuestas de creatividad. La película refleja cómo el Aula de teatro sexualizaba a las chicas o pornificaba las obras teatrales que sacaban adelante, normalizando el abuso y la violación a las jóvenes como algo transgresor. El relato nos muestra depredadores jugando a varias bandas, utilizando a profesoras, novias o alumnas…fomentando e instrumentalizando el “tú eres especial”. A la postre, la manipulación y el abuso sexual tuvo costes para ellas: miedo, confusión, ansiedad, sentimientos de culpa y vergüenza o, directamente, abandono de estudios o de centro (en el caso de profesoras). Mientras, uno de ellos, Antonio Gómez, ascendió a la dirección del Centro y fue nombrado presidente de la Asociación Catalana de Artes Escénicas. Según el film, Antonio Gómez y Rubén Escartín no han sido juzgados aún y la salida del Centro se saldó, en el caso del primero, con una indemnización de 60.000 €.

Cultura de la violación.

Antonio Gómez o Rubén Escartín no son monstruos. En la película parecen personas normales, profesores que hacen su trabajo, viajan con los y las estudiantes, tutorizan sus trabajos, salen en tv., etc. Tampoco son excepciones. Forman parte de la estructura machista que habitamos. Son apenas dos eslabones que mantienen vigente las cadenas de poder masculino. Son causa y producto del patriarcado, un sistema de poder que les protege a ellos y culpabiliza a las víctimas.  Si bien es verdad que no todos los varones son abusadores, hay que incidir en que todos los depredadores sexuales son varones…  ¿Cómo llegan a interiorizar estos que pueden violentar, manipular o abusar de niñas? Los hombres son socializados y educados como si fueran el centro del universo, de forma que van interiorizando que su deseo es ley. Y aprenden cuáles son los roles que les legitiman como machos dominantes de la especie. Lo observan desde pequeñitos en la familia o en la clase, donde se sigue socializando en estereotipos sexistas o perciben cómo en los textos escolares los varones son los protagonistas indiscutibles. Prácticamente, toda la cultura, desde la más formal a la de masas, adolece del mismo sesgo. Mitología, religiones, filosofía, ciencia, … Da lo mismo. Se reitera la presencia de “grandes hombres” protagonizando la historia; de Dios a Prometeo o Supermán, de Aristóteles o Hércules a Einstein o Indiana: todos esos personajes funcionan como espejos de aumento para ellos mientras ningunean o violentan a las mujeres. Además, como “el hombre” es referente de lo humano, el mundo de los chicos se asume como “universal”: por tanto, de interés para todos y todas. Por contra, el mundo de las chicas, que no son referentes de nada, sigue siendo cosa “de mujeres”, algo anodino.  Estas siguen siendo cosificadas, reducidas a objeto erótico en la cultura misógina, no sólo en la pornografía. Aprenden a ir de puntillas, asumen el mandato del agrado, a sentirse meras “invitadas” a espacios de los que se adueñan varones. Aunque la sociedad dice que niños y niñas son iguales, en realidad, ellos y ellas asumen a través de la publicidad, la pornografía, la prostitución…que no es así e interiorizan una “doble verdad”. Sigue en boga el mito del “amor romántico”, como vemos les ocurre a las jóvenes de la película, al tiempo que las mujeres pueden ser objeto de abuso y violación. En definitiva, hablamos de cultura de la violación, de una violencia simbólica normalizada en la vida de las mujeres que justifica la física y material. Puede afirmarse que el Aula de Teatro de Lleida impartió durante años auténticos másteres en desigualdad al alumnado al tolerar las agresiones, la manipulación, la violencia sexual sobre las adolescentes, tanto por parte de dos de sus profesores como de algunos de sus propios compañeros.

Los depredadores sexuales no nacen, se hacen.

Una sociedad machista se basa en la normalización y reproducción de las relaciones de poder entre varones y mujeres; entre otras, las que se producen entre adultos varones y chicas, situación que se ha naturalizado y se sigue normalizando. Desde el histórico derecho romano del pater sobre todas las mujeres de la familia a los casamientos concertados entre niñas y viejos en medio mundo o las parejas más chic de las portadas sensacionalistas, siempre mayor él y siempre ella mucho más joven. Ahora además, añadamos la promoción del abuso sobre menores a través de la pedofilia en todo tipo de “redes sociales” (sugar daddy) ¿Qué tipo de relaciones e imaginarios necesitan los varones para construirse?  Buscan espejos que aumenten y repliquen su ego, como explicaba Virginia Woolf. Miradas que incrementen su figura, su talento, su poder…Y relaciones no entre iguales, sino asimétricas, prepotentes. En El techo amarillo se nos muestra que los profesores se hacían pasar por colegas de las estudiantes para confundirlas, seducirlas y extorsionarlas; obviamente, los dos profesores no podían desconocer que ocupaban una posición de autoridad: por ser varones, por ser mayores, por su status de docente, por su condición de tutores…Una múltiple posición de poder desde la que el centro, y la sociedad, les permitió abusar de menores. Disponemos de mucha información sobre la charca patriarcal que produce y legitima estos tipos despreciables, sea en el cine, en la academia, en el medio musical… en cualquier espacio:  se hace entender, a ellas, naturalmente, que resistirse o cuestionar el abuso sexual no el progre o puede significar un obstáculo—otro más— en una carrera profesional… Ya es hora de que el miedo cambie de bando.

El abuso no es teatro

Por otro lado, está “el mundo del arte”. El Aula de teatro de Lleida forma parte de ese amplio campo que parece contar con patente de corso. Bajo paraguas como creatividad o libertad de expresión… ¿todo puede estar permitido? ¿Cabría repensar el mundo del arte, como muchos otros, desde normas éticas, morales y políticas de igualdad entre los sexos? ¿Hasta cuándo, bajo el marbete de “creatividad”, se pueden tolerar abusos? Justamente, el medio artístico, música, danza, teatro, cine, publicidad, …se concibe como ámbito especial de originalidad que parece justificar la ausencia de “límites” en las relaciones entre varones y mujeres. Las experiencias que cuentan las jóvenes en El sostre groc, invitan a reflexionar sobre estos temas: el papel de la singularidad, la importancia del desarrollo del yo, las relaciones profesor-alumna o la presión por la auto-promocion y superación personal.  Cuestiones relevantes que, de facto, pueden utilizarse como coartada para que cruzar límites —aquellos que garantizan derechos, como el respeto a la integridad física y moral de las niñas y las adolescentes— se muestre como algo transgresor y supercreativo…Lo contrario es cosa de puritanas y mojigatas y responde a una moralidad estrecha y pasada de moda. Una jugada maestra de los depredadores, porque, ¿qué adolescente que aspira a comerse el mundo quiere identificarse con una mojigata?

El sostre groc pone en evidencia que el hecho de no tener claros esos derechos, no reconocer y nombrar la manipulación, el abuso de poder o la agresión sexual por su nombre produce confusión e indefensión en las niñas y en el propio contexto escolar, —que hizo dejación de responsabilidad al tiempo que garantizó la impunidad de los depredadores—. Situaciones que envían un mensaje que las mujeres conocen muy bien: este no es tu sitio, eres una invitada, tienes que pagar una tasa extra…etc., etc.

Por supuesto, no cabe, en modo alguno, recurrir a conceptos viciados, como consentimiento, empoderamiento o transgresión, como perversamente propone el patriarcado del capitalismo y sus voceros, para abordar la violencia sexual sobre las mujeres:  no procede su uso porque oscurecerían las relaciones de poder, relaciones asimétricas entre varones y niñas; en este caso, de profesores, de personas de cierta edad y responsabilidad, jugando peligrosamente a seducir y abusar de sus alumnas.

El cine, herramienta de transformación social

Hay que agradecer el imprescindible ejercicio colectivo de denuncia y valentía que suponen narraciones como El techo amarillo, tanto por parte de las actrices como de la directora, porque sacan a la luz un aspecto más de la violencia machista. Necesitamos narraciones audaces que animen a salir a la luz otras agresiones porque ya es hora de que el miedo cambie de bando. El relato cinematográfico —poderoso y habitual aliado del patriarcado, como los análisis de Pilar Aguilar, entre otras, vienen poniendo de manifiesto—puede convertirse en herramienta crítica, política, si visibiliza y cuestiona el sistema de poder masculino. Títulos como El proxeneta o Chicas nuevas 24 horas de Mabel Lozano o películas como Noemi dijo sí, de la directora canadiense Geneviève Albert, que ponen el foco en proxenetas y puteros, son imprescindibles.  El cine puede convertirse en instrumento de cambio social cuando visibiliza los abusos y señala a los depredadores, cuando alerta y conciencia a la sociedad de que la violencia sexual está instalada en lo cotidiano, cuando hace ver que la agresión machista no es excepcional. En definitiva, cuando desenmascara una sociedad sexista y misógina que carga sobre las chicas la responsabilidad, —“el consentimiento”— al tiempo que los depredadores sexuales permanecen en la sombra.

Si algo queda claro tras este relato de terror patriarcal es que la unión, el apoyo sostenido del grupo de mujeres, fue fundamental para enfrentar la situación: para reconocer cada una que su historia particular era la de todas, para ser conscientes, en definitiva, de que eran o habían sido víctimas de manipulación y abusos sexuales y tomar la palabra e interponer la denuncia correspondiente. Es esencial la cohesión de todas para encarar una sociedad y una justicia que sigue dudando de la palabra de las mujeres, revictimizando a las víctimas. Y, también, para enfrentarse a instituciones educativas lastradas por siglos de androcentrismo y sexismo, —tanto el más rancio como el de nuevo cuño transgenerista— que, demasiado a menudo, “no saben no contestan” o miran para otro lado, protegiendo de facto, al eslabón fuerte, al depredador. Por tanto, El techo amarillo es también una lección de solidaridad y un aldabonazo para las chicas, sobre todo, cuando la enseñanza es individualizada —profesor-alumna— como ocurre, por ejemplo, en conservatorios y aulas de música.

Por una educación no sexista

Las manifestaciones de las jóvenes dejan entrever la confusión a la que la manipulación y la agresión de los dos profesores condujo a las (entonces) adolescentes: eran conscientes de que se estaban cruzando límites en el Aula de teatro… pero faltaba esa autoconciencia clara que hace saltar las alarmas cuando están vulnerando tus derechos, jugando con tu inexperiencia, confundiendo tus sentimientos o menoscabando tu autoestima.  Por tanto, en tiempos de Coeducación secuestrada, es más necesario, si cabe, seguir luchando por dinamitar los estereotipos sexuales, para que niños y niñas puedan ser educados en igualdad y respeto. Es imprescindible que las chicas aprendan a reconocerse en sus deseos y legítimas aspiraciones para que puedan identificar las agresiones y a los depredadores, varones que no llevan un cartel que los identifique. El acoso y la violencia sexual mandan siempre el mismo mensaje a las mujeres, por tanto, hay que seguir luchando por el derecho a habitar cualquier ámbito de la esfera pública y por modificar las reglas del juego, esto es, construir con todas las herramientas a nuestro alcance convivencias más justas.

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