Consecuencias de la indignación: Auge de la extrema derecha

0

Hace años, y bajo uno de los gobiernos del PSOE, en desacuerdo con una de sus medidas, un compañero de trabajo, llevado por la indignación del momento, exclamó: “estoy ya harto de esta gente. Ya no los voto más. A partir de ahora voy a votar a izquierda Unida”. Yo, en el fondo me alegré, pues pensé que la formación política con la que más me identificaba había conseguido un voto más. Pero mi alegría duró poco porque antes de que yo pensara esto, él añadió: “bueno, a izquierda Unida no, porque nunca gana, voy a votar al PP”. En ese momento, no se me ocurrió contestarle, pues me quedé abstraído pensando en la levedad del influjo ideológico en muchísimos trabajadores. No pude reponerme inmediatamente de la sorpresa que me provocaba que en tan corto espacio de tiempo se produjera un cambio tan sustancial en el sentido del voto de una persona.

En política, cuando las medidas de unos u otros gobiernos te decepcionan, lo primero que sientes es indignación. Cuando te tienes que tragar esta, viene la frustración, pues te preguntas ¿y qué puedo hacer yo? Si soy un simple ciudadano sometido a un montón de leyes, que yo mismo desconozco en su totalidad, y que nos marcan unas pautas dictadas por gobiernos y parlamentos a los que le han otorgado ese poder una mayoría de votantes, que, al parecer, disienten de mi opinión en cuanto a los problemas, y la solución de éstos.

El sistema democrático que impera en la mayoría de países europeos, está diseñado para blindar a este sistema contra los cambios políticos derivados de la indignación de los ciudadanos en cualquier momento, de manera que se vota cada cuatro años, lo que quiere decir es que para que haya un cambio verdadero en el sentido de los votos guiados por la indignación hay que mantener esta demasiado tiempo, consiguiendo así amansar a las fieras que en un momento de rabia pueden aparecer en un considerable número de ciudadanos.

Según Noam Chomsky, desde principios de los ochenta, el capitalismo ha creado más riqueza que en toda su historia, pero el reparto ha sido muy desigual, por que los beneficios empresariales han sido enormes, mientras que los salarios se han estancado o han disminuido, creando así un descontento, una indignación permanente en la clase trabajadora. Este descontento y esta indignación contenida provoca una frustración general por que cuando intentamos responsabilizar a alguien no sabemos identificar quién es el culpable de nuestro empobrecimiento crónico.

El sistema, también ha sabido blindarse ante esto para perpetuar la explotación de los trabajadores sin sufrir menoscabo en sus beneficios, ocultándose detrás de múltiples instituciones y organizaciones para que la realidad descarnada no se muestre ante nuestros ojos. Por que ¿a quién responsabilizamos los trabajadores de nuestro, cada vez más evidente y exagerado empobrecimiento?: ¿a los gobiernos?, ¿a los sindicatos?, ¿a los partidos políticos?

Habemos personas que hemos identificado el origen de nuestro mal: el capitalismo. Las grandes corporaciones financieras, que funcionan especulando, vendiendo, comprando, expropiando, etc. manejan el sacrosanto, omnisciente, poderoso, intocable y salvaje “Mercado” y a través de sus medios de comunicación, que controlan nuestras voluntades, inculcándonos  la ideología que al capital le interesa, haciendo, a la vez negocio con ello, nos quieren hacer pensar que, en economía es el mercado el que gobierna la manera de actuar de todos los ciudadanos. En consecuencia , es el mercado con su voluntad impredecible, el que maneja nuestras vidas. Pero, eso sí, el “Mercado” es intocable.

Cuando el descontento social se hace patente con manifestaciones multitudinarias en la calle, o de forma velada, a través de las infinitas encuestas que encargan los partidos políticos, o las estructuras gubernamentales, los Estados de estos países deciden aflojar la soga, o intentan actuar sobre los mercados en aras de la necesaria paz social. Entonces el capital se rebela, y emprende acciones contra los gobiernos que toman estas medidas.

Hemos visto, sobre todo en países latinoamericanos, gobernados por la izquierda, cómo los poderes económicos actúan sobre la economía de esos países para crear crisis económicas que provoquen el empobrecimiento de los ciudadanos, luego, aprovechando su poder mediático, responsabilizan a esos gobiernos progresistas de la mala marcha de la economía, debido, según el capital, a la incompetente gestión del gobierno de la izquierda. Esto puede parecer una contradicción, pues si los países se empobrecen, el capital verá mermados sus beneficios. Esto a ellos no les importa, porque tienen reservas para sustentarse, y se toman esta situación como una inversión a medio o largo plazo, con la seguridad de que recuperarán, con creces, lo invertido, cuando la mayoría que gobierne les sea favorable.

Al final, aunque la lucha política se radicalice y se vuelva cada vez más violenta de cara al público, y los medios nos informen de la buena o mala marcha de la economía, según el color del gobierno que apoyen, los ciudadanos optan por una visión más subjetiva de la realidad. Y es que por una u otra causa, su calidad de vida no evoluciona positivamente, y los datos macroeconómicos apoyados por sus estadísticas pueden decir lo que quiera interpretar cada uno, pero la realidad es que con mil euros al mes hay que malvivir privándose de la satisfacción de necesidades primarias. Cuando una indignación, se suma a otra y otra, se provoca en los ciudadanos una sensación de rabia latente que se cronifica sin visos de solución. Esto sumado a la desorientación provocada por la constante contradicción entre la realidad que nos muestran los medios y la nuestra, personal y subjetiva, instala en un, cada vez más amplio sector de la población, la necesidad de aferrarse a algo seguro y consolidado. Ya no creen en las ideologías de los partidos clásicos y mayoritarios que llevan décadas alternándose en el poder. Entonces: ! Oh milagro ! Aparecen en el escenario político una serie de formaciones que hasta ayer eran residuales, minoritarias y sin apenas incidencia en la escena política. Pero, de la noche a la mañana, estos partidos políticos empiezan a adquirir una relevancia inusitada y llegan a alcanzar tocar poder, incluso, en el ámbito estatal. Su ideario político es corto, sencillo y cala en un considerable sector de la población. Su nicho de votos, está, por un lado, en parte de la burguesía, a la que le horroriza la idea de perder sus privilegios, adquiridos durante siglos. Y ante la desconfianza en el partido que más descaradamente ha protegido sus intereses, pero con un barniz de moderación, empiezan a pensar que la resistencia de este partido no es suficiente para frenar las ideas progresistas que avanzan paulatinamente, notando todos un cambio en la percepción de una nueva manera de entender las relaciones sociales. Por que, se va abriendo paso, poco a poco, la idea de unas relaciones más justas sustentadas en el concepto de la pluralidad.

Así que, tenemos por un lado, apoyando a las formaciones de extrema derecha, a la burguesía rancia, vestigio de la España feudal. Y , por otro, a parte del proletariado, hasta ahora desideologizado, o en proceso de ideologización ; y descontento, decepcionado, por que ve que los partidos clásicos no han sido, en mucho tiempo, capaces de solucionar sus tremendos problemas, que afectan directamente su calidad de vida.

Esto los indignó, cosa que ha sabido aprovechar la extrema derecha para ampliar la base sobre la que apoyar sus aspiraciones de gobierno. Y lo han conseguido con sus mensajes sencillos, directos y cuadriculados; identificando a los supuestos sujetos responsables de nuestro mal.

Los ciudadanos, deslumbrados por la falsa identificación aceptan estas ideas porque, al fin y al cabo esos supuestos responsables a los que identifica y pone nombres la extrema derecha, son las personas más débiles y desprotegidas de la sociedad. Porque jamás la extrema derecha ha identificado como nuestros enemigos a las grandes corporaciones económicas, cosa que daría miedo apoyar a parte de los ciudadanos. Porque identificar a la banca como enemigo nuestro, nos da más miedo que culpabilizar a los inmigrantes, a colectivos LGTBI+, o a las feministas, ya que estos colectivos no tienen  capacidad de responder con acciones que atenten contra nuestra “seguridad”.

Así que estas formaciones ultras, con sus mensajes transversales acaban consiguiendo enfrentarnos al proletariado entre nosotros mismos, basados en diferencias accesorias, nimias e irrelevantes, pero que ellos magnifican dándoles una desmedida relevancia que no se corresponde con la realidad. Y es que la extrema derecha en su afán de ignorar la lucha de clases sociales y económicas intentan hacernos pensar que las relaciones económicas, tal como están, han sido siempre así. De manera que hay que aceptar en lo económico las cosas como están, y rebelarse contra los más débiles o nuestros iguales, pero intentando unirnos a todos, de manera obsesiva en torno a la idea de dioses, patrias y reyes, impuesta por una tradición de origen divino, y por lo tanto, falso.

No vamos a derrochar más tinta aquí enumerando las falsedades, contradicciones y mentiras de los ideólogos de la extrema derecha. Ellos, con sus acciones, lo demostraran por nosotros.

Hemos de reflexionar sobre la parte de culpa que hemos tenido los progresistas, por no haber sabido hacer la suficiente pedagogía para desmontar sus mentiras, y no haber sabido dar una alternativa justa a la sociedad capitalista.

Hemos de preguntarnos, también ¿Por qué los indignados de nuestra clase los vota? La respuesta puede ser que si hay algo más peligroso que la indignación, es, la frustración.

 

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.