Las colaboracionistas

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Por Belén Moreno

Durante la Segunda Guerra Mundial se utilizó el término colaboracionista para definir a todos aquellos ciudadanos que participaban según sus posibilidades para apoyar a las fuerzas militares que iban ocupando países y que todas sabemos quiénes eran. Denunciaban judíos, gitanos, homosexuales, etc y con sus acciones favorecían la política del invasor. Eran nazis de andar por casa. 

Todos los invasores, los enemigos del pueblo, han contado con la labor de estos espontáneos que gratuitamente y siempre con la mano en el corazón y el oportuno discurso alabador, hacían el trabajo sucio a los que ya de por sí eran infames violadores de la libertad. 

En la serie de televisión “Mrs. América”, Cate Blanchet representaba a ese grupo de mujeres que colaboraron activamente a favor del patriarcado más rancio, oponiéndose de forma virulenta a la segunda ola del feminismo y sus ideólogas. Blanchet dio vida a una mujer real (Phyllis Schlafly) que se enfrentó, desde su republicanismo más casposo, a mujeres como Gloria Steinem, Bella Abzug o Betty Friedan, defendiendo con empeño la familia tradicional y los cuidados, encabezados por las mujeres sumisas y obedientes. Para ellas y sus maridos, algunos con mucho poder, ese era el papel de las mujeres en la sociedad de los años 60-70 del siglo XX. Una sociedad rancia, anclada en valores anticuados donde las mujeres solo eran instrumentos en manos de los hombres y en la que ellos y solo ellos, tenían derecho a utilizar el poder. Una sociedad marcada por La mística de la feminidad

En la misma época en que la se desarrolla la serie, médicos, psicólogos y psiquiatras, a espaldas de la lucha de la liberación sexual de las mujeres y de una forma velada y encubierta, dieron paulatinamente validez a través de sus nuevas tecnologías sanitarias, a las parafilias sexuales y fetichismos de los hombres que se travestían. Este travestismo que muchas veces era en espacios privados y para satisfacer placeres sexuales masculinos y que no conllevaba la intencionalidad de ser otra cosa, creó la falsa idea de la transexualidad. Estos profesionales sanitarios desarrollaron toda una estructura médica que les dijo a estos hombres que no solo podían salir de su esfera más íntima, sino que además podrían, si querían, convertirse en ese ideal de mujer que sus mentes imaginaban. Una mujer hipersexualizada y con los roles de género explotados al máximo. Miles de colaboracionistas de todos los ámbitos sociales se han ido poquito a poco, subiendo a un carro cargado de misoginia y de homofobia para dar validez a una ideología, a un credo, que se está llevando por delante la libertad más luchada de las mujeres. Los espacios y derechos conseguidos están hoy en entre dicho en favor de un descabellado delirio que por desgracia tiene muchas adeptas entre sus filas. 

Desde que el PSOE abrió el melón de los cambios registrales con la demostración de los cambios físicos y hormonales durante dos años, las CCAA de este país, gobernadas por derechas e izquierdas, han ido aprobando protocolos educativos y sanitarios que validasen a esas personas que, en su mente, y solo en su mente, pensaban que podían cambiar de sexo. Es de recibo recordar que muchas de las mujeres que militaban entonces en el partido y que incluso hoy siguen haciéndolo, aplaudieron las medidas y poco o nada hicieron para evitarlo. Sonrientes ante las cámaras, algunas incluso lloraban de emoción ante el decisivo paso para una sociedad “más inclusiva”. Las colaboracionistas se tiraron de cabeza a la piscina trans y desde un pico simbólico hasta poner rodilla en tierra, las hemos visto degradarse y restregarnos su humillación vendido como logro sin parangón. 

Hemos sufrido durante cuatro años a la peor ministra de Igualdad que se hubiese imaginado. Una mujer cuyo único objetivo ha sido poner en entredicho la teoría y la agenda feminista, respaldada por más de 300 años de lucha y otorgarle a los hombres autoidentificados el lugar que según ellos les corresponde. Ha asumido como suyos los principios de Yogyakarta y los ha puesto en una ley que se aprobó con nocturnidad y alevosía y con la connivencia del resto de miembros del Consejo de Ministros. Le dio la razón a quién una vez dijo que la mejor mujer era un hombre y ha puesto a los adolescentes y los niños como el faro al que llegar para estrujarlos cual bayetas, transformando su vida en una consulta médica crónica. Hay que despatologizar pero usamos la medicina y la cirugía para conseguirlo. 

Pero si esa gestión ya fue nefasta, hoy nos encontramos con un partido dirigido por la incombustible Sor Yolanda Díaz, madre superiora de la orden colaboracionista, que ha hecho el corte de mangas definitivo al feminismo español (recordemos que nuestras multitudinarias manifestaciones de años anteriores llenaron las portadas de la prensa de medio mundo). Ha sido la artífice de la ofensa mayor del reino. 

Nuestra querida lideresa sumadora ha tenido los santos ovarios de poner a un niñato de 22 años al que todavía se le caen los mocos de vez en cuando y que no ha vivido más que del cuento en las redes sociales, como portavoz de feminismo de su partido. Una hostia con la mano abierta en la cara a ese más del 50% de la población de este país. 

Duval sale en televisiones y revistas, periódicos y noticiarios dando su opinión sobre todo. Le da igual si sabe o ni siquiera le suena el tema. Sus palabras se escuchan en los foros que hoy mueven los hilos de los medios. Es la joyita de la corona (todavía no llega a joya entera) y toda la que quiera ser alguien en su campo, necesita como presentación una foto a su lado. El feminismo de Duval pasa por decir que Lidia Falcón y el fascismo están a partir un piñón o que los roles y los estereotipos de género forman parte de nosotros ocupando siempre el lado subordinado, cuando hasta la más ignorante de las mujeres, sabe que la socialización es un proceso externo y que se nos educa de forma diferenciada para que mantengamos los lugares que el patriarcado nos ha asignado hace siglos. Cualquier chica de su misma edad le da lecciones de vida y por muchos años que pase en este mundo, jamás podrá experimentar como la sociedad trata a las mujeres. Ni sus procesos biológicos que condicionan su existencia ni su experiencia vital. 

Esta patada en los ovarios ha sido intencionada. Es una ofensa llevada a cabo con premeditación y alevosía. Un país donde la lista de mujeres feministas es interminable, con un recorrido de trabajo y formación, amplios conocimientos tanto de la filosofía como de la agenda feminista, se ve vapuleada por el nombramiento de este personaje. Además, no se quedan ahí, se cuestionan el sujeto político del feminismo para hacerlo más inclusivo y transversal y de esta forma añadir a los señores, el cambio climático o la subida de las lechugas. Incluyen también un teléfono de ayuda al machito para que cuando les de el arrebato de partirle la cara a su mujer, prefiera llamar y escuchar lo maravilloso que es el concepto de la nueva masculinidad, o se quedan tan anchos al afirmar que la diferenciación entre el feminismo y la lucha de las siglas, es un dislate. El feminismo es la madre de todas y aquí el que más o el que menos chupa de la teta cuando le conviene. También aprovechan para sacar en la radio a Errejón hablando de la prostitución. Sus palabras no es que ofendan es que son un vómito de indigencia moral continua.

Este nombramiento es colaboracionismo en estado puro. Es una denuncia a la Gestapo, es un señalamiento público, es acudir a la sentencia de muerte de un preso vitoreando a los verdugos, es empujar el carro que lleva a la bruja la hoguera. 

Sumar, ese partido hecho de retales, ha despreciado la labor de la infame ministra Montero para saltarla por encima e ir más allá, para colocarse en la parrilla de salida del primer puesto y con políticas y políticos de hipócrita sonrisa, aupar a lo más alto los nuevos ideales neoliberales que se disfrazan de posmolernidad. Están empeñados en expandir que la izquierda es eso que escupen las universidades americanas y que definir mujer es de incultas, de retrógradas y miserables damas blancas con millones en el banco. Su defensa de la testosterona es escandalosa y digna de ser estudiada en los futuros próximos. 

Cuando los países que nos llevaban la delantera en las escaleras al cielo que ascendían la cultura queer, están dando marcha atrás porque se les come la desvergüenza ante el descalabro, nosotros que siempre vamos a la cola de todo, queremos ser más que nadie y vamos a dejar en mantillas a todos los demás. Peer en botija para que retumbe. 

La indignación tiene un límite. Uno que si se sobrepasa hace que todo estalle. Os recuerdo que cuando en Rusia triunfó la revolución fue cuando los pobres se levantaron en armas. Quizá haya llegado el día de ponerse el traje de bolchevique. 

@belentejuelas

1 COMENTARIO

  1. Pues nos vemos en las trincheras, compañera, porque está lucha empezó hace unos años pero no ha terminado, ni terminará mientras que quedemos una sola Feminista en pié. Somos las Bolcheviques que venimos a seguir luchando.

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