Cuirfuror en el Supermercado

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Es que lo estoy viendo. imagínense a los que llevan la batuta en el mundo en una de esas reuniones rodeados de lujo oriental, encerrados en una habitación con mucho humo del mejor cohiba diciendo. ¿Qué podemos hacer para que incluso los que se dicen de izquierda olviden las luchas materiales y las cosas de comer y se lancen a una locura colectiva? ¡Eso es imposible! —se dicen en voz alta mientras se meten una raya de cocaína pura por sus anchas narices— y algún iluminado saca el libro de Judith Butler y dice: —Esto es oro puro!

Algo así ha tenido que ocurrir para que aquellos que se dan golpes en el pecho diciendo que son de izquierdas se metan de lleno en la inqueersición y comulguen con ruedas de molino y se pongan el nuevo traje del emperador y sean capaces de decir que 2 más 2 son 5,63 y me llevo una. 

Cuando una trabajadora necesita la ayuda de la izquierda esta se la ha negado. Una cajera de supermercado le ha repetido, al menos cuatro veces a alguien que parecía un señor que es un señor y este se ha sentido ofendido ya que su sexo sentido es el femenino. El sentido, que no el asignado. La cajera se ha dirigido a un cuerpo peneportante que se siente mujer de forma correcta pero el sexo asignado hombre que se siente mujer ha sentido que el cielo se abría sobre su cabeza asignada varón pero sentida hembra. El dios de los Queer se le ha debido aparecer en ese instante e igual que Jesucristo en el huerto de Getsemaní ha visto una zarza arder y un carrito de la compra estrellarse. Bueno, no sé si era así pero es lo que se dice y se comenta que para el caso es igual. La cuestión es que para aquellos nacidos varones, asignados hombres, peneportantes y que tenían un nombre masculino hasta hace dos días, el simple hecho de confundirles con su sexo asignado, que no sentido, debe ser un grave delito. —¡Herejía! —repetían por la megafonía— mientras el cielo se abría en la sección de verduras y mil pepinillos se partían a la vez porque se sentían huevos fritos. En fin, que el dios de los Queer se le ha aparecido al susodicho susodicha y le ha desvelado desde el mostrador número 5 que debía denunciar el flagrante delito por los hijos de Israel o de San Miguel Arcángel travestido de Mónica Naranjo. 

No, no me he vuelto loco. Es que resulta dificilísimo decir lo que quiero decir sin tener que exponerme ante las hienas de la inqueersición. Que hasta los sindicatos que debieran proteger a las trabajadoras se estén cuestionando si esa cajera debía o no ser despedida nos dice que esta ley es una auténtica locura. Nadie estamos exentos de ser utilizados como carne de cañón por esta gente dogmática, que utiliza la neolengua fascista como nadie, que se victimiza como nunca nadie lo ha hecho en la historia de la humanidad, que utiliza el pensamiento mágico como si de la ciencia más demostrable se tratase, que tiene un poder que jamás ha tenido minoría alguna y que es capaz de expulsar de su puesto de trabajo a una trabajadora que lo ha hecho bien y que no ha cometido ningún fallo en su trabajo. Hasta qué punto estamos comprometidos con semejante disparate y me pregunto qué clase de persona clasista, egocéntrica y miserable puede destrozarle la vida a una mujer por el simple hecho de llamarle “Señor”. Desde este periódico estaremos siempre y acompañaremos siempre a las trabajadoras. Las apoyaremos y señalaremos a los culpables de tal aberración. ¡Ya basta!

2 COMENTARIOS

  1. Qué placer encontrar en un mismo escrito la reflexión y denuncia firme de esta ley tan peligrosa junto con la descripción hilarante de lo que no deja de ser una situación surrealista. Si no fuera tan serio daría para muchas risas.

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