La coeducación secuestrada: el regreso de los estereotipos sexistas a las aulas

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Feministas de La Rioja

El pasado sábado 3 de junio en la Biblioteca de La Rioja Almudena Grandes, las asociaciones Feministas de La Rioja y Luz Ultravioleta llevaron a cabo la presentación del libro La coeducación secuestrada: Crítica feminista a la penetración de las ideas transgeneristas en la educación, de las autoras Silvia Carrasco Pons, Ana Hidalgo Urtiaga, Araceli Muñoz de Lacalle y Marina Pibernat Vila.

Las ponentes fueron dos de sus autoras: Araceli Muñoz de Lacalle es Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad Complutense de Madrid, licenciada en Psicología Evolutiva y diplomada en Trabajo Sistémico Familiar por la Universidad Emilio Cárdenas de México. Cofundadora de DoFemCo (Docentes Feministas por la Coeducación), también es integrante de Mujeres Unidas Contra el Maltrato y Mujeres Progresistas de Retiro y colabora con la Agrupación AMANDA. Por su parte, Marina Pibernat Vila es Doctora en Antropología Social e historiadora. Forma parte del grupo de investigación EMIGRA de la Universitat Autònoma de Barcelona y es miembro de DoFemCo y de Feministes de Catalunya. Dirigió la presentación Andrea Gutiérrez, integrante de Feministas de La Rioja, psicóloga experta en intervención en violencia de género y Máster en Estudios Interdisciplinares de Género.

En este artículo se tratarán los puntos más importantes que se desarrollaron durante la presentación y que constituyen el núcleo del libro, destinado a alertar sobre las implicaciones de la introducción de la ideología transgenerista en la educación.

La coeducación, camino a la igualdad

Antes de nada, es imprescindible saber qué es la coeducación y cuáles son sus bases. Solo así se puede analizar el fenómeno actual por el que se tergiversa el concepto para lograr objetivos totalmente opuestos. La coeducación es una herramienta indispensable si se quiere llegar a una sociedad feminista de plena igualdad entre mujeres y hombres. Pretende garantizar una educación libre de estereotipos de género, de forma que no haya «cosas de chicos» ni «cosas de chicas», sino que cada niño o niña vista o juegue como quiera sin sufrir discriminación por ello. Para ello es esencial formar a chicos y chicas en valores de igualdad y respeto y erradicar comportamientos machistas. Por supuesto, es necesaria una educación afectivo-sexual feminista, sin dominantes ni dominadas, que no sitúe a las mujeres como consentidoras, sino como ejecutoras de sus deseos. Y, claro está, que no reivindique la pornografía como empoderamiento, ya que se trata de una forma más de violencia contra las mujeres, que nada tiene que ver con el sexo. Por último, pero no menos importante, la coeducación lucha contra el androcentrismo en la educación, contra la invisibilización femenina en las materias, busca crear referentes para las niñas en todos los campos, sobre todo en los más castigados, las ciencias.

¿Y no era esto lo que se estaba haciendo? Sin duda, es lo que se lleva muchos años intentando, en unos lugares con más recursos que en otros, pero, por lo general, a pesar de constar en los objetivos de los gobiernos, apenas se han destinado fondos a su aplicación real. En gran parte ha dependido de docentes comprometidas con la igualdad que han hecho lo que estaba en su mano individualmente. Esta falta de recursos choca de frente con el despliegue de fondos y medios que sí ha recibido la ideología que ha venido a secuestrar la coeducación, a vaciarla de contenido y, no contenta con eso, a rellenarla con los objetivos opuestos. El transgenerismo, como se va a ver, no es otra cosa que un nuevo y potente instrumento del neoliberalismo más salvaje.

El transgenerismo, herramienta del neoliberalismo

El liberalismo económico clásico aceptaba que había cosas con las que no era posible hacer negocio, como la sanidad o la educación. Con el neoliberalismo, la cosa cambió y todo pasó a ser un potencial producto de compraventa, incluso el cuerpo. De aquí parten los movimientos que defienden la prostitución o los vientres de alquiler, entre otras cosas.

Para que la sociedad pueda llegar a aceptar que todo es susceptible de ser comprado y vendido, es imprescindible cambiar las palabras, introducir un neolenguaje que cada vez es más evidente y que difumine y borre las categorías que no interesan. Por supuesto, también es necesario eliminar todo rastro de lucha colectiva, que es lo único que en realidad puede plantar cara al sistema, cuando las personas se unen pensando en la opresión común en vez de las diferencias individuales. Así, remarcar estas diferencias individuales es la clave. Fomentar un individualismo atroz donde la identidad sea lo más importante e impida unirse activamente a grupos sociales para luchar por el bien común, ya que lo único que pasa a ser relevante es el «bien» individual, como si no fuéramos una colectividad, como si realmente fuera posible vivir separado de la sociedad. Por esto, entre otras cosas, el neoliberalismo se ha encargado de hacer desaparecer la conciencia de clase (para la trabajadora, claro), al introducir la falsa idea de «clase media». Lo mismo ha ocurrido con otros movimientos sociales colectivos que han visto resquebrajado su núcleo y han perdido una enorme fuerza en nombre de la individualidad. Por supuesto, el feminismo, seguramente el único movimiento social masivo que sigue en pie, no iba a quedar exento.

A lo largo de las últimas décadas, diferentes figuras han ido contaminando a propósito los conceptos manejados por el feminismo para luchar contra el patriarcado, siendo el principal el sistema sexo-género. Hay que recordar brevemente la diferencia porque se está produciendo una confusión deliberada con el fin de introducir las ideas más sexistas. El sexo son las características biológicas y fisiológicas que determinan si somos machos o hembras, como ocurre en el resto de mamíferos, y que determinan nuestro papel en la reproducción desde el punto de vista puramente biológico, como que las mujeres tienen capacidad de gestar. El sexo viene determinado en los mismos cromosomas, XX y XY. Sin embargo, el género es el sistema de roles sociales totalmente artificial que divide las tareas y conductas de ambos sexos y las impone creando una jerarquía que sitúa a los hombres por encima de las mujeres (ellas crían, ellos trabajan fuera, ellas rosa, ellos azul, ellas pasividad y emoción, ellos acción y razonamiento, etc.). El género es un constructo social creado por los hombres para someter a las mujeres en todas sus formas (también a través de privilegios, accediendo a sus cuerpos cuando deseen). En definitiva, el género es el núcleo del patriarcado.

El feminismo pretende abolir el género, de manera que el sexo, más allá de las diferencias biológicas materiales y observables, no suponga ninguna actitud o conducta impuesta. De esta forma, un niño que quiere jugar con muñecas debe poder hacerlo sin problemas, al igual que una niña que quiere ser mecánica porque adora los coches. Pero no por ello deja de ser niño o niña biológicamente hablando.

Sin embargo, el transgenerismo diluye las categorías creando de nuevo una ideología absolutamente sexista, recupera los valores patriarcales y los convierte en identidad. Y, volviendo al terreno educativo, vende como coeducación precisamente todo lo contrario. Considera que los niños y las niñas lo son biológicamente de acuerdo a esas actitudes y conductas sexistas (rosa, azul, muñeca, camión). Así, si a un niño le gustan los vestidos, mientras que la respuesta del feminismo sería que le dejen ponerse vestidos, para el transgenerismo esto ocurre porque es una niña y debería transicionar a una. Es decir, recupera los estereotipos más sexistas del patriarcado, los valida y los considera identidad. Además, el transgenerismo supone un borrado sistemático de las mujeres y su historia, ya que, al basarse en los estereotipos, cualquier mujer que históricamente se haya rebelado contra lo establecido, por ejemplo, vistiéndose de hombre para poder trabajar, esta ideología la considera automáticamente un hombre trans.

En definitiva, detrás del transgenerismo hay un orden patriarcal que busca perpetuarse a través de esta ideología. Esto se ve en aspectos tan sencillos como que no saben cómo definir a una mujer —curiosamente nadie cuestiona nunca el concepto de hombre—, pero para violentarlas (prostitución, vientres de alquiler, etc.) sí tienen claro qué es una mujer.

La DGIR, un peligro para la adolescencia

La ideología transgenerista existe desde hace tiempo, pero lo que está suponiendo realmente un ataque frontal a los derechos de las mujeres y de la infancia es la disforia de género de inicio rápido (DGIR), por la que en países como Suecia o Reino Unido ya están dando marcha atrás en sus políticas identitarias.

Según el informe Trànsit, llevado a cabo por Feministes de Catalunya ante no pocas trabas y negación de información por parte de las instituciones, entre 2015 y 2021 en Cataluña el número de niñas de 10 a 14 años que dicen no ser niñas aumentó un 5.700 %. Se ha producido un cambio en el perfil demográfico, ya que se ha pasado de principalmente hombres adultos transexuales a niñas adolescentes que aceptan hormonarse y amputarse los pechos porque no quieren ser mujeres. Y, en un país donde la violencia hacia las mujeres está sufriendo un aumento alarmante, donde las niñas y adolescentes se enfrentan a todo tipo de acoso, en vez de preguntarse por qué estas niñas no quieren ser mujeres —siendo la respuesta tan obvia—, se opta por la terapia afirmativa, es decir, validar su autopercepción sin cuestionarla.

La DGIR supone un peligro enorme para el desarrollo de la infancia y la adolescencia, ya que es habitual que acabe terminando en medicación e incluso cirugía, cuando los estudios demuestran que la gran mayoría de casos de disforia se superan tras la adolescencia, una etapa tremendamente frágil y vital. Y, en muchas situaciones, resulta estar relacionada con la homosexualidad. Es decir, muchos chicos que dicen querer ser chicas y viceversa acaban descubriendo que homosexuales. Por eso, la ideología transgenerista es también homófoba. De hecho, no hay que olvidar que en países teocráticos como Irán, donde la homosexualidad está perseguida y penada, la identidad de género se valida y se acepta que en una pareja de hombres homosexuales uno transicione para ser «una mujer». También es habitual que muchas familias homófobas donde los estereotipos sexistas están a la orden del día (el padre que prefería un niño en vez de una niña para llevarle al fútbol, por ejemplo) acepten mejor una niña o niño trans que un gay o una lesbiana. La realidad es que la infancia trans es una construcción social que procede de las personas adultas, pues solo con nuestros ojos es posible imponer estereotipos sexistas, ya que el género no es innato.

Adolescentes, carne de cañón

Como se ha visto, son adolescentes, y especialmente chicas, las principales víctimas de la nueva ideología transgenerista que penetra por todos los ámbitos de la sociedad. Además, no es casual que en muchas ocasiones padezcan patologías y trastornos psicológicos previos, sobre todo del espectro autista. También ansiedad, depresión, TDAH o estrés postraumático por bullying, abusos, etc. En vez de llevar a cabo una terapia exploratoria para descubrir las causas de su malestar —que a menudo hunden su raíz en cuestiones puramente sociales—, se les realiza una terapia afirmativa y la anterior pasa a considerarse «terapia de conversión».  Tampoco se tienen en cuenta otros aspectos típicos de la adolescencia, como el contagio social y la personalidad egocéntrica, necesaria para el autodescubrimiento y desarrollo de la propia personalidad. El transgenerismo se aprovecha de las dos para potenciar esa individualidad hasta el extremo.

Sin embargo, afirmar sin cuestionar la autoidentificación independientemente de la edad es algo peligroso porque esta se basa en la percepción de su alrededor. Especialmente en esa etapa tan delicada como es la adolescencia es habitual encontrar percepciones que no se ajustan a la realidad, como es la anorexia («estoy gorda»), las personas con dificultad de aprendizaje y baja autoestima por ello («yo no valgo») o el bullying («yo no gusto»). Como profesionales, validar sin más la autoidentificación es una irresponsabilidad, ya que esta siempre se basa en las vivencias sociales de esa persona en base al mundo que la rodea.

El profesorado, entre la espada y la pared

Todo este asunto quedaría en el ámbito de la sociología si no fuera por las implicaciones que las leyes tienen en la realidad. Las mal llamadas leyes trans no solo reconocen la autodeterminación de género —que en la práctica es el sexo— sin necesidad de requisito alguno —simplemente basándose en sentimientos internos, algo imposible de demostrar—, sino que establecen protocolos de actuación para el profesorado en las escuelas, protocolos de los que las familias son muchas veces las últimas en enterarse. Protocolos profundamente sexistas, ya que el profesorado debe estar alerta y «detectar» comportamientos y gustos entre el alumnado, todos basados en los estereotipos antes mencionados (niños que juegan con muñecas o niñas que prefieren jugar al fútbol). Incluso en casos en que el alumnado ni siquiera lo sabe, ya que simplemente le «gusta» hacer cosas «del sexo opuesto», el profesorado tiene la responsabilidad de, como mínimo, llevarles a cuestionarse si se encuentran «en el cuerpo equivocado». Teniendo en cuenta la figura de autoridad que supone el profesorado, sobre todo en la educación primaria, es natural que, como mínimo, siembre dudas.

Entre los y las docentes existen diferentes actitudes ante estos protocolos. Por un lado, se encuentran aquellas personas que cierran los ojos, que simplemente «quieren enseñar» sin inmiscuirse en asuntos de valores, como si eso fuera posible. Por otro, es habitual la actitud buenista, esas personas que, con su buena fe, creen que se trata de una cuestión de derechos humanos y hablan del bien superior del menor. Aquí cabe preguntarse hasta qué punto este bien debe pasar inevitablemente por el bloqueo del desarrollo hormonal y la cirugía, ignorando deliberadamente el sistema de valores sexistas en que vivimos y que explica gran parte de los comportamientos. Por supuesto, existen profesores y profesoras posmodernas, que directamente buscan alumnado trans como mérito personal, para demostrar su modernidad, habitualmente frente a las familias.

En el otro lado se encuentra aquella parte del profesorado que directamente tiene miedo, especialmente a ser acusado de transfobia, y no quiere meterse en líos para no perder su empleo, algo totalmente comprensible. Por supuesto, también se encuentran las personas críticas con la ideología transgenerista, que sufren la agresividad de la misma, a menudo a través del acoso laboral, acusaciones de intolerantes, excluyentes, tránsfobas, violencia, cancelación o amenazas. También son comparadas con quienes persiguen la homosexualidad, cuando, como se ha dicho, el transgenerismo es profundamente homófobo en sí mismo. Además, esta parte del profesorado es acusado de vulnerar derechos, cuando precisamente a través de estas leyes se vulneran varios derechos fundamentales, como la libertad de expresión o la presunción de inocencia, ya que es la persona acusada la que debe demostrar su inocencia, que su intención no era herir sentimientos.

Las familias, una mera comparsa

¿Y qué papel juegan las familias en todo esto? En no pocas ocasiones, son las últimas en enterarse de la transición de sus hijas e hijos. Existen diferentes actitudes. Por un lado, familias que afirman y que incluso son inductoras de la transición. Por otro lado, familias que luchan activamente, otras que están tan confundidas como sus hijos e hijas en esta etapa tan delicada y vital, y familias incapaces de luchar contra la violencia de la respuesta de hijos e hijas adiestradas en las redes para engañar a sus familias, incluso haciendo uso el chantaje emocional, como el suicidio, un argumento también utilizado por las propias organizaciones transactivistas cuando imparten formación sobre esta ideología entre el profesorado y las familias.

Sin embargo, es imprescindible que las familias acompañen a sus menores, pero, como ocurre en otras cuestiones, han de ponerse límites y, sobre todo, no se pueden validar ni afirmar equivocaciones que además provocarán una distorsión de la realidad. Ante todo, es necesario preguntarse: ¿Cómo sería la vida de estos y estas menores si no hubieran nacido en un mundo tan sexista?

Las redes sociales, centro de captación

Hace ya muchos años que Internet y las redes sociales sirven a las políticas de identidad e imagen. Y es aquí donde la adolescencia de hoy en día recibe el grueso de los mensajes que interioriza, especialmente a través de influencers. En el caso del transgenerismo, a la ignorancia se une la propaganda y también comportamientos propios de una secta, como aquellas cuentas que aseguran a las chicas y chicos que ellas son su verdadera familia y que si su familia no les acepta es porque no les quiere, sin distinguir entre no aceptación, discriminación o, simplemente, preocupación ante un potencial daño a sus propios cuerpos. Por si esto fuera poco, también se ofrecen maneras de conseguir la medicación para hormonarse a espaldas de las propias familias.

A estas alturas, se sabe que las redes sociales están al servicio del capitalismo, del neoliberalismo y, por supuesto, del patriarcado. Estos sistemas han visto en las personas trans —término que deliberadamente incluye mucho más que a las personas transexuales y que precisamente hace mucho daño a estas últimas— un colectivo fetiche para seguir haciendo negocio a costa de personas sanas condenadas a convertirse en pacientes de por vida.

@feministasrioja

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