Tu queermarca de confianza

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Por Belén Moreno

Todas sabemos que el feminismo ha sido para algunas marcas comerciales un filón económico. Campañas de Inditex o Mango donde se plasmaban frases y eslóganes de “mujer empoderada” para lucirlas con unos vaqueros rotos y convertir a las mujeres jóvenes en pancartas con piernas. El problema no es solo que esa forma de transmisión de pensamiento feminista es totalmente mercantil es que, además, no se pretendía llevar la ideología feminista a ningún sitio más que las cajas de las tiendas del imperio textil. Tampoco hay que olvidar que muchas de las jóvenes que lucían orgullosas esos mini textos, ni tan siquiera saben de dónde han salido ni que feminista dijo la frase que lucen en su vida diaria. 

El capitalismo salvaje en el que nos movemos es capaz de convertir en dinero cualquier cosa. La lucha de las mujeres, la pobreza, el cambio climático o cualquier otro problema mundial. Esa actitud mercantilista y depredadora banaliza con sus colecciones lo que hay detrás de esos problemas. Los hace pequeños, manipulables y si me apuras, ridículos. Pero también es capaz de apoyar sin fisuras el desarrollo de determinados pensamientos y, a través de prendas y artículos que nos han creado la necesidad de tener, implantar un pensamiento único.

Desde hace unos años, las grandes marcas comerciales de cualquier tipo, se han sumado incondicionalmente al carro que mueve el dinero queer. La lucha de las personas transgénero por ser ese colectivo vulnerable y desafortunado que nos están vendiendo desde las instituciones necesita que la gran masa humana que puebla este planeta se sume a ella. Que se haga cómplice de sus “problemáticas” y que las personas que no puede llegar a fin de mes o que no tienen agua a menos de diez kilómetros, se preocupen más porque unos señores disfrazados, que performan la idea de una mujer, tengan el respaldo que se merecen y lleguen a los puestos de poder que tanto ansían. 

Para esa labor tan global necesitan mucho dinero y quién mejor que los dueños de la industria capitalista para llevar a cabo esa ingrata tarea que es decirle a todo el mundo lo mucho que sufren. Marcas de ropa, deportes, maquillajes, belleza, zapatillas, productos de higiene intima femenina, etc, nos llevan un tiempo deleitando con su incursión en el paraguas multicolor y los colectivos con más letras que El Quijote, mostrando su amplia variedad de productos anunciados por cuerpos de hombres ridiculizando las imágenes femeninas. 

Esta misma semana hemos sido testigos de la venta de unos bañadores de mujer (se acerca la temporada estival) lucidos por un pecho plano pero una entrepierna abultada. Cuerpos que las mujeres no tenemos ni tendremos nunca. 

Cuando una conocida marca de tampones tomó como imagen de campaña a un hombre que no menstrua, que no lo digo yo, lo dice la biología de preescolar, el escarnio llegó a su punto más álgido. 

Las mujeres hemos sido tradicionalmente olvidadas. En todos los campos humanos. No es nuevo que los problemas estructurales y de profundidad social que sufrimos no importan lo suficiente como para que la industria se muestre a favor nuestro y en contra de los que nos provocan los problemas (los hombres). Lo que ocurre es que nosotras no generamos riqueza. No somos una fuente inagotable de sonidos de cajas registradoras dando entrada a billetes y monedas. Todo lo contrario. Suponemos un problema y nuestras reclamaciones son una mosca cojonera dando siempre por saco. Los dueños del dinero no se fijan en nosotras. 

Sin embargo, la incursión en el mundo de señores que se excitan viéndose con esa imagen que su mente crea de lo que es la “feminidad”; de adolescentes dispuestos a terminar con su salud solo porque alguien les ha engañado hasta el punto de odiarse de esa forma; de políticas y políticos que ponen en duda la sencilla pregunta de ¿qué es ser una mujer? O de los “no binarios” que ya sabemos que para ser no binario tienes que parecer un hombre… está moviendo todos los hilos de la industria, de la banca, de los fondos de inversión, del capital, para que, en cualquier plato de sopa, con poquito que se remueva, te aparezca uno de ellos. 

Ningún movimiento social, si quiere ser lo más global posible, puede lograrlo sin dinero y estos movimientos y publicidades empresariales lo que nos está diciendo es que hay mucho, mucho dinero detrás de una ideología que tiene dos fines: enriquecerse a costa de los adolescentes enfermos de por vida y destruir la lucha feminista. La segunda es una persecución que los hombres y el sistema patriarcal llevan ejerciendo sin cuartel desde que nos pusimos de pie para salir andando de las cavernas. Desde que los hombres descubrieron que las mujeres parían y de que nuestro cuerpo era una fuente eterna de satisfacción sexual. La primera empezó en los años 60-70 del siglo pasado cuando, los hombres que se travestían primero de forma particular y después abiertamente, encontraron en psicólogos, psiquiatras, endocrinos y médicos en general, un apoyo incondicional para dar rienda suelta a sus excéntricas intenciones y los convencieron admitiendo que ser mujer era todo lo que ellos quisieran imaginar. Le pusieron un nombre al tema, desarrollaron toda una innovación médica mengueliana y lo lanzaron al mundo sabiendo que adeptos no les iban a faltar. La nomenclatura aparece en todos los manuales médicos editados, primero en un sitio y luego en otro, logrando así la validez de tratamientos y la asunción de unas “dolencias” que había que tratar. Malestares que cincuenta años más tarde ya no son tales (recordemos que en nuestra legislación, cualquier persona solo con su palabra ya es transgénero, no precisa demostración) pero que sin serlo tienen a su disposición un enorme abanico de medicamentos y cirugías si es que sus necesidades así lo precisan. 

Desde ese día la bola de nieve no ha parado de crecer. Ya no es solo los miles de autoginefílicos que pueblan los platós de televisión, mostrando su falso dolor con una sonrisa mientras se llenan los bolsillos, publicitando ideales de mujer propios de los tiempos de la Primera Guerra Mundial, con sus cabezas ladeadas y sus piernas cruzadas para lucir taconazos en pies demasiado grandes. Ahora tenemos todo tipo de modelos, desde actores mediocres que se inventaron un papel y viven una vida de lujos paseándose por alfombras rojas vestidos de Audrey Hepburn mientras los paparazzis expanden su imagen fotografiada a todo color por el planeta, o presentadoras de televisión y ministras de igualdad, que doblan la rodilla para mostrar sumisión a su delirio. Tenemos militares, deportistas que van por la vida robando medallas o se echan a llorar en los medios de comunicación de purita rabia cuando los comités de competición les piden que dejen en paz el deporte femenino. Tenemos candidatos a las comunidades autónomas, tenemos ministros belgas que además persiguen hacer legal que las mujeres seamos fábricas de bebés, tenemos hombres ocupando el lugar de una mujer en las listas electorales, a cargos públicos que gritan a pleno pulmón que ellos y nosotras somos lo mismito. Y también tenemos el circo, el fenómeno ideal para la carroña periodística y el amarillismo de la comunicación. Los hombres que paren. 

Todo ese fenómeno social sería imposible sin el apoyo estructurado y calculado de antemano de los dueños del dinero. Empresas médicas y farmacéuticas. Pero también toda la estructura capitalista que se ha puesto a su servicio. Dispuestos a llevar la ideología queer hasta sus últimas consecuencias. Asumiendo los daños que se cometen y cometerán en una generación de jóvenes dominados por las redes sociales donde los encargados de la propaganda, cual Goebbles cualesquiera, instruyen sus mentes, lavan sus cerebros y los llevan al abismo para que caigan sin remedio en un pozo del que no podrán salir. 

Mientras tanto, las que vamos resistiendo, las que nos negamos a que todo eso ocurra, somos cada vez más arrinconadas. Canceladas, prohibidas y silenciadas. La maquinaria está en marcha y la lucha es más ardua. El tiempo irremediablemente nos dará la razón y la evaluación de los daños humanos y sociales, será incuantificable. 

@belentejuelas

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