Para José Luis Sampedro lo que daba valor a la democracia no era el voto, o no sólo el voto en cuanto igualaba a cualquiera con independencia de su clase social y patrimonio, sino el proceso, la evaluación y razonamiento por el que se llegaba a decidir el voto.
Razonaba que para que la democracia tuviese valor y fuese merecedora de tal nombre se precisaba una ciudadanía crítica, que tuviera la formación suficiente para sopesar las alternativas de cada partido y sus propuestas; sin ello, no le daba valor a votar cada cuatro años.
Votar a “tu partido”, porque ha sido el de siempre, porque es de tu región, por hábito… le parecía que era una perversión del espíritu de la democracia.
Cuando a finales de los 80 comienzan sus emisiones las televisiones privadas uno de los argumentos a su favor era la pluralidad de opiniones que habría en la información. Ya no existiría ese monopolio cuasi franquista de TVE, por lo que los españoles tendrían otras fuentes para contrastar la información hasta entonces en mano de un único emisor.
Por supuesto ya existía pluralidad en la prensa escrita y la radio desde hacía años, pero sin el impacto y alcance que una pantalla de televisión tenía, especialmente en áreas rurales, donde se jugaban un porcentaje de votos nada desdeñable en las elecciones en la España despoblada.
Esa pluralidad televisiva vino acompañada del ocio más cutre como seña de identidad de alguna cadena. Las mama chicho, los gran hermano, tomates y sálvames encumbraron a la categoría de ídolos a presentadores y tertulianos que en una cena de cuñados darían vergüenza.
Las plataformas que internet permitió a partir de finales de los 90 no mejoraron el nivel de la información ni del ocio, salvo casos muy contados. Únicamente se incrementó la posibilidad de difundir la misma mentira con mil enfoques distintos por opinadores; ahora, influencers.
Años de tragar basura informativa de la boca de Jorge Javieres, Anas Rosas, Urdacis y similares ha creado una masa de votantes con la capacidad bajo mínimos para cualquier crítica mínimamente elaborada.
Así, la posibilidad de introducir en un debate político una duda a la última ocurrencia o chascarrillo que circule por las RRSS, de las que las televisiones “serias” se hacen eco como si fuesen crónicas del mismísimo Manu Leguineche desde el frente de batalla, son inútiles.
Por ello no nos extraña ya, aunque a algunos nos produzca urticaria, ver al aspirante a la alcaldía, presidencia autonómica o nacional en animado debate con el influencer defenestrado del Sálvame de turno creando opinión y siendo tendencia sobre la que crear una alternativa política.
Y junto al deterioro del pensamiento crítico se ha dado uno ético en paralelo, porque uno es consecuencia del otro. No hay ética si no hay crítica y ésta si no hay capacidad para manejar conceptos, ideas, y contraponiéndolas para extraer conclusiones válidas para la propia guía.
Ello explica que a un equipo de campaña le parezca brillante desplegar una pancarta en la fachada de un edificio con el lema, casi declaración de principios, de” Madrid es la hostia” o soltar “ETA sigue viva” entre el aplauso de los fieles dispuestos a hacer de esas máximas su logo.
Logo que serigrafiarán en una camiseta o pancarta llamando “cayetanos” a todos los habitantes de un barrio, porque deben pensar que en Vallecas todos van a votar a Podemos y en el de Salamanca a Vox, y así ni en uno ni en otro van a comerse una rosca.
Lo de las formas en democracia -de la inteligencia ya ni hablamos, después de que hayan descubierto que Sálvame era una nueva versión de El Manifiesto Comunista- ni se les ocurre que tenga algo de valor, no sólo simbólico, sino ético.
Pero nada de eso le importa al votante de uno u otro partido; y los comités de campaña lo saben y actúan en consecuencia. Saben que incluir a asesinos como García Juliá o Sáenz de Ynestrillas en las listas municipales por Falange en el País Vasco no les resta ni un voto.
Como no se lo resta a EHBildu incorporar a cuarenta y cuatro ex etarras en las suyas. Sus votantes no se lo van a reprochar, sino todo lo contrario. Y tanto falangistas como ex etarras tienen perfecto derecho legal a presentarse y ser votados. La ley les reconoce y protege ese derecho.
¿Qué problema hay entonces? Ninguno. Y como la ley lo permite se da por bueno olvidando lo que se ha repetido hasta la saciedad, que lo legal no hace el acto moral, como les recordamos cada poco a los compra niños que tanto sufren por su derecho a la paternidad no legalizado.
Saben esos comités que cualquier crítica que reciban sus líderes por sus salidas de tono no sólo no les penaliza sino que les da prestigio por marcar lo que llaman la agenda política, copar minutos en los telediarios y hacer virales sus meme-ces en las RRSS.
“Que ha dicho una barbaridad” Y qué más da. Es lo que quieren oír sus votantes –dicen- y eso es suficiente. Sus votantes llenaran mítines y si les acompaña un famosillo con 200 o 300 mil seguidores en RRSS tienen el aforo y la atención de los medios asegurada: un exitazo.
Porque ese influencer lo mismo te llena el WiZink Center que el paraninfo de la facultad de Bellas Artes en la Universidad de Salamanca; como llena el de periodismo de Madrid la influencer Ayuso con sus ocurrencias, que, como las de Samantha Hudson, avergüenzan a cualquiera.
A cualquiera menos a los rectores y decanos que promueven, invitan y declaran alumna predilecta a estos personajes sin que el claustro les expulse a patadas, porque en definitiva unos y otros ticos saben que no les penaliza este tipo de compañías. Es publicidad gratuita.
Y así andamos ante el 28 de mayo. Así estamos. Nada que merezca ser votado por su campaña y pasado reciente. ¿Y si en esta ocasión ignoramos esas llamadas al voto in-útil y damos un voto de confianza y crítico a una nueva opción? ¿Qué tal si votamos al Partido Feminista?
Tiene mucho a su favor. No ha vendido su acción política por figurar en una u otra coalición; es más, las han expulsado por defender sus principios. No han prometido nada con tal de figurar; al contrario, las han vetado en medios de comunicación y perseguido judicialmente por opinar.
No copan los medios informativos con mamarrachadas y sus propuestas son tan realistas como lo pueden ser las de cualquier partido antes de tener que gestionarlas. Creo que hoy es la mejor opción para el feminismo y para la izquierda en Madrid, en tanto uno sea sinónimo de lo otro.