Relato: Estamos cambiando el mundo

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Autor: Braulio Moreno Muñiz.

Al romper el nuevo día, y no habiéndome deshecho todavía de la tibia sensación que dejan las sábanas al despertar, intento abrir los ojos y no puedo. A duras penas empiezo a sentir que vivo; cuando quiero darme cuenta, estoy al volante del coche, y en la puerta de la fábrica. Todo ha cambiado, se diría que el viaje desde casa ha sido infinito, sin embargo, sólo ha durado veinte minutos. Vivo un sueño que ahora empieza a abandonarme; la realidad, la pura realidad me sorprende pensando que todavía hay esperanzas de cambiar el mundo. Mientras mudo de atuendo en el vestuario, el frío color de las paredes me hace despertar a la realidad, comento la idea con mis compañeros (la de cambiar el mundo). Algunos sonríen; otros, sin creérselo ellos mismos, responden que es una quimera: <<El mundo no puede cambiarse, y menos, nosotros, simples trabajadores, y tan alejados de donde se cuece todo>>. Mi sueño acaba por tornarse en vida, parece como si mis ojos hubieran reaccionado a la débil luz de los tubos de neón. Mi cerebro ya funciona porque acaban de atacarme con el clásico inmovilismo, con la mortal resignación, y he de defender mis ideas: <<Si quisiéramos, podríamos cambiar el mundo de golpe, sólo con nuestra fuerza. Pero ahora no se trata de eso, si la tierra es redonda, puede seguir así; sin embargo, podemos mejorar las condiciones de trabajo, podemos ir tomando parcelas de poder que nos corresponden a los trabajadores, y así hasta conseguir una sociedad más justa>>. Instantáneamente, como movidos por un resorte, nos volvemos todos hacia el tablón de anuncios: Acaban de publicar los turnos de la semana que viene. La empresa ha vuelto a poner el turno de noche; después de varios meses de tranquilidad, el maldito horario nocturno vuelve a pender sobre nuestras cabezas como la espada de Damocles.

Un murmullo recorre todo el taller, se extiende por la fábrica como el olor del alcohol isopropílico. Se forman grupos de descontentos, que no hacen más que protestar entre ellos, los jefes de equipo quieren dispersarnos, uno de ellos va a avisar al director de fábrica. Aquellos a los que no afecta el turno de noche, vuelven con miedo a sus puestos de trabajo; los rostros, que al principio estaban pintados por la rabia, empiezan a recuperar el tono de la resignación. “Como siempre, sin avisar, como una puñalada por la espalda. Hoy viernes ponen los turnos para el lunes, y nos dan una bofetada con el turno de noche”. Yo, que hace unos minutos pensaba hacer un mundo más justo, me sorprendo a mí mismo rozando los límites de la resignación. El que hace un momento discutía conmigo acerca de las posibilidades de cambiar el mundo, se dirige a mí de forma que apenas puede contener la risa: <<Tu no quieres cambiar el mundo, pues empieza por quitar el turno de noche>>. Estas palabras se me han clavado en el pecho como una inyección de adrenalina que hace que me ponga en guardia y reaccione con coraje ante la situación.

Llego al despacho del director de producción: <<Esos turnos no valen, hay que quitarlos>>. Me han sorprendido mis propias palabras, mi tono autoritario. El otro me mira sin creerse lo que oyen sus oídos: << ¿Por qué?>>. Interroga al tiempo que se pone de pie. <<Porque la empresa no tiene permiso de la Delegación de Trabajo para volver a poner el turno de noche>>. Voy creciendo, voy a por todas… “El mundo tiene que cambiar”. Voy obsesionándome con la idea. << ¿Y quién va a denunciar ese horario? Tú sabes que esto se ha hecho siempre así en esta empresa>>. Me mira fijamente, quiere que me doblegue, que me vaya con la derrota en las manos, quiere triunfar otra vez usando el miedo como arma. <<Vamos a denunciar los del Comité de Empresa, vamos a ejercer nuestro derecho. A partir de ahora la cosa va a cambiar, porque no somos máquinas, somos personas que venimos a ganarnos el pan, pero con nuestro trabajo, y no a costa de ceder a todos los caprichos de la empresa. Nosotros no tenemos por qué pagar su mala organización>>. Me doy media vuelta y me marcho a mi puesto de trabajo. Una hora después, sigo con el gusto a rabia en la boca. Aparece el director de fábrica y se encamina al tablón de anuncios. Alguien, con un tono de alegría en la voz grita: <<¡¡Han quitado el turno de noche!!>>. A partir de ese momento, cambian los semblantes, y una oleada de alegría invade el recinto. Alguien se me acerca: <<Me parece que me he equivocado, porque has demostrado que poco a poco el mundo lo podemos cambiar>>. Yo le contesto con una amplia sonrisa porque he ganado una batalla: “Está cambiando…” Miro a mi alrededor, todos, aunque sea de manera inconsciente, sabemos que el mundo lo estamos cambiando.        

1 COMENTARIO

  1. Braulio que tiempos aquellos en que tod@s hacíamos algo por cambiar el mundo. Espero que esté relato sirva a la mayoría para seguir cambiando el mundo…

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