España, la violencia obstétrica y mi amiga Susana

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Por Mara Ricoy Olariaga

Tengo que hablaros hoy de mi amiga Susana, y de otras mujeres a las que las españolas les debemos mucho. Pero os pido paciencia porque para ello os tengo que contar una historia como contexto o escenario indispensable para que podáis entenderme mejor.

Soy especialista en violencia obstétrica y cuando me preguntan que me llevó a ello siempre digo que el no tolerar la injusticia. 

Yo nunca sufrí violencia obstétrica, tuve tres partos maravillosos en Londres, del primero están a punto de cumplirse 22 años. En los tres conservé mi capacidad de decisión y la dignidad de mis bebés y mía fue respetada en todo momento. No hubo intervenciones ni analgesia porque no las considere necesarias y me asistieron mis matronas. 

Más tarde aprendí por profesión y por interés propio a tener más claras algunas de las cosas que ni siquiera sabía que por derecho me pertenecían y en un par de ocasiones me enfrenté con un sistema que intentó por defecto ningunearme y someterme, en una ecografía y una consulta. Eso fue todo. En Reino Unido lo del consentimiento informado y la evidencia científica está bastante inculcado en cuestiones médicas. 

Pero no sabía ni lo que era la violencia obstétrica hasta que en mi maternidad en el extranjero y sin amigas madres decidí explorar foros españoles de mujeres en situación similar a la mía. 

Allí descubrí que mi experiencia no era universal. Que mis compatriotas hablaban de cómo en sus partos tenían que ir con la vía puesta (por sistema), de rasurados sistemáticos, de prácticas obsoletas y de ser atadas en las cesáreas y mil cosas que yo ni sabía.

Pero lo peor era la forma en la que se las trataba, se las infantilizaba y se las sometía.

En estas conversaciones que me dejaban bastante perpleja fui haciendo amistades virtuales en un tema que cada vez me interesaba más. 

Mientras yo decidí formarme en educación perinatal en Londres y tuve a mi segundo bebé, esta vez en un parto domiciliario por la seguridad social, fui entendiendo como la atención al parto no era igual en todo el mundo y como además era una cuestión política y más aún una cuestión feminista. 

Me pareció increíblemente injusto descubrir que mientras que a mí, mis matronas me preguntaban en todo momento que quería hacer sin dejar de asesorarme sobre la evidencia científica y lo que era más saludable para mi y mi bebé. Mis nuevas amigas virtuales sopesaban si era mejor llevar plan de parto o no a los hospitales españoles porque “se ensañaban más aún si te veían preparada” tal y como me contaban ellas.

O veía como se dedicaban a ahorrar cantidades impensables de dinero porque el trauma del hospital era tal que las dejaba sin opciones con otros embarazos llevándolas  a tener que costearse un parto domiciliario de manera privada y muchas veces de manera muy compleja por la escasez de profesionales que pudieran atenderlos. 

A mi me costaba entender su situación y yo para ellas era una privilegiada. 

Y yo no dejaba de pensar cómo hubiese sido mi vida si hubiese parido en España, porque si bien un parto no es necesariamente trascendental para todas las mujeres, para mi lo fueron los tres, especialmente el primero, y no sé si mi carrera profesional y mi vida hubiesen sido las mismas de haber tenido un parto en el que yo no hubiese podido decidir o en el que se me hubiese maltratado y humillado como me contaban ellas. 

Y bueno, mi carrera ni siquiera existe en España, algo que por lo visto ha hecho que se me acose por redes desde la misoginia más recalcitrante y desde perfiles en redes que se dicen sanitarios, porque mi título universitario inglés o el hecho de ser madre no le van a decir a ellos (casi siempre hombres) que no han parido en su vida, lo que importan los derechos de las mujeres en el parto o como se siente una en esa situación. 

Para cuando empecé a vislumbrar la guerra que suponía hablar de violencia obstétrica en España a través de redes sociales, ya estaba dentro. 

Ya había leído y escuchado infinitos testimonios de episiotomías (corte quirúrgico en la vulva de las mujeres durante el parto) sin consentimiento, ya había demasiadas mujeres sometidas a Kristellers (maniobra obsoleta y desaconsejada que consiste en presionar el útero) ya había llorado con demasiados e-mails en los que me contaban historias de separación de sus bebés que tanto para ellas como para mi al leerlas, eran tortura. Pero para entonces las mujeres en su resiliencia habitual en España se habían asociado y ya contaban con  organizaciones tan importantes como El parto es nuestro. Y fue precisamente a través de dicha organización donde descubrimos la gota insoportable que colmó más de un vaso.

Allí se dieron a conocer las viñetas de la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia colgadas en su web en el 2010 y en las que un ginecólogo aficionado a la ilustración se había entretenido en dibujar a las mujeres y sus dolencias y partos de manera denigrante. Las dividía además en viejas ignorantes o hipersexualizadas si se trataba de hablar de enfermedades venereas y de reírse de que un ginecólogo quisiera verlas muy a menudo. Parecía tener especial fijación con los prolapsos de útero que dibujaba como una especie de cebolla gigante donde se sentaba la mujer, mientras el marido y el médico contaban el chiste. No había visto cosa igual en mi vida y pensar que venía de la sociedad de ginecología producía terror.

Al ser descubiertos concedieron una sola entrevista a Julia Otero y no solo no se disculparon, sino que dijeron estar ofendidos y molestos ante la falta de sentido del humor de las usuarias del sistema de salud.

Y ante semejante despropósito organicé un movimiento internacional llamado La Revolución de las Rosas, se me daba bien instigar campañas lo de mantenerlas ya era otra cuestión. Y por eso mi amiga Susana una de tantas mujeres supervivientes de violencia obstétrica fue fundamental para que aquella revolución llegase algún sitio. Susana y yo hemos trabajado juntas en muchas campañas, tiene todas las cualidades que yo no tengo, es tranquila, racional y sobre todo muy modesta. Susana lleva años entre bambalinas y sin poner su nombre la mayor parte de las veces, luchando contra la violencia obstétrica, y además luchando simultáneamente por su caso personal. 

A Susana como dicen muchas mujeres como ella, le robaron su parto, la ningunearon, la patologizaron, cortaron y desoyeron, y lo que suele ser lo peor para una madre, la separaron de su bebé. 

Lo más difícil de la violencia obstétrica es encontrar las fuerzas y las ganas en medio de un posparto como para pelear.

Susana las encontró y también encontró aliadas como la abogada Francisca Fernández Guillen quien lleva años ocupándose de todo tipo de negligencias en los partos en España. 

Juntas llevaron el caso de Susana a los tribunales, y allí encontraron otra vez la misoginia y el ninguneo, y como ambas mujeres son incombustibles siguieron y no pararon hasta que once años después de los hechos, en 2020 la ONU les dio la razón condenando a España por violencia obstétrica dentro del marco de violencias machistas y sentenciando a re educar a sus profesionales sanitarios y jueces y a pagar una indemnización a Susana. 

No se hizo nada y lo atribuimos a la pandemia, dos mujeres más ganaron otros dos casos de violencia obstétrica también frente a la ONU y con Francisca y su equipo de abogadas. 

El sábado recibía un mensaje de Susana pidiéndome ayuda en la difusión de esta carta:

«Me llamo Susana. 

El 28.09.2009 nació mi hija en un parto con violencia obstétrica, algo que no ha reconocido el sistema judicial español, pero sí el Comité CEDAW de la ONU en una resolución de 28.02.2020, en la que insta al Estado español a indemnizarme y a desarrollar planes formativos del personal sanitario y judicial para, algún día, erradicar esa forma de violencia de género. 

A esa condena han seguido otras dos por violencia obstétrica, lo cual no debe sorprendernos, teniendo en cuenta que la incidencia en España de este tipo de violencia es de un 40℅ (Mena-Tudela et al., 2021).

Lo que sí nos asombra y desconcierta a las mujeres a las que la ONU ha reconocido que la Sanidad, primero, y la Justicia, después, han vulnerado  nuestros derechos fundamentales es que el Estado español ignore esas resoluciones. 

En mi caso concreto, anoche recibí la notificación de la sentencia de la Audiencia Nacional que desestima mi pretensión de cumplimiento de la resolución del Comité CEDAW de la ONU de 28.02.2020, desoyendo, por cierto, el dictamen del Ministerio Fiscal.

Ni como ciudadana ni como jurista concibo, por una parte, que se vulnere el artículo 10 de la Constitución sobre la dignidad humana como prioridad y sobre la interpretación de los derechos fundamentales conforme a los Tratados internacionales, ni, por otra, que mi país firme un Tratado, lo incumpla y no repare el daño (inmenso) causado. 

Quiero decirle a nuestro Gobierno que en violencia de género y en derechos humanos no hay medias tintas: o se cumplen los Tratados ratificados en esas materias por España o lo más coherente es que nuestro Estado se aparte de los mismos. 

O que derogue el Título I de la Constitución en cuanto a las mujeres, ya directamente.»

No podemos seguir aceptando que España ignore, maltrate y humille a las mujeres en los paritorios y en los tribunales. No podemos seguir aguantando la misoginia desde la que el único titular al respecto de tres sentencias condenatorias por violencia (machista) obstétrica sea para que el colegio de médicos diga que tal cosa no existe. No podemos dejar de acompañar a mujeres como Susana que han luchado no solo por ellas sino por nosotras y nuestras hijas.

No sé qué es lo que hay que hacer en semejantes circunstancias de absoluta negación y ceguera, pero por lo pronto os rogaría la mayor difusión de este artículo, reenviadlo a quien creáis que pueda ayudar y especialmente en redes a los Ministerios de Justicia, Sanidad y de Igualdad.

Y que colguéis por redes una foto con el gesto del número tres y la etiqueta #YaVanTres.

Tal y como nos dicen: “Contra el maltrato tolerancia cero”. Y a las mujeres y madres se nos maltrata también en las instituciones y en los hospitales. Y para poder cambiarlo hay que empezar por reconocerlo.

@matriactivista

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