Toda crisis bancaria tiene sus factores desencadenantes, si bien también tiene su historia previa y sus consecuencias.
Según se ha dicho, en el caso de Silicon Valley Bank, un desencadenante fue la decisión de vender su cartera de bonos del gobierno, en busca de liquidez. Estas ventas, en las condiciones actuales, conllevan enormes pérdidas, derivadas de los aumentos de las tasas de interés, como explicaré a continuación.
Los cierres del Silvergate Bank y del Signature Bank, ambos también en los EEUU, parece que se debieron a operaciones ruinosas con criptomonedas.
Poco después de que Silicon Valley Bank quebrara, hubo una crisis, en Credit Suisse en Europa. Cuando escribo estas líneas, ha estallado la crisis del Deutsche Bank.
Muchos ahora se preguntan, si sólo se ha tratado de casos puntuales que permitirán establecer las medidas para que esto no se repita, o si, por el contrario, se propagará el contagio y luego vendrá algo aún peor.
El capital ficticio y la tasa de interés.
Marx tipificó los bonos del gobierno de capital ficticio. Estos bonos se suponen capital, pues se valorizan al aportar un interés. Pero representan un dinero que ya se ha gastado al ejecutar los presupuestos del Estado que los emitió. Es por tanto un “capital” inexistente, que no puede producir ni valor ni plusvalor. De ahí su naturaleza ficticia.
Como que los tenedores de estos bonos los pueden vender, su precio de mercado se deriva estrictamente del interés que el Estado se comprometió a pagar, a costa de su presupuesto futuro, o sea, con el dinero que prevé arrancar a los contribuyentes. Es un precio que fluctúa a tenor de las ondulaciones de la tasa general de interés. Cuando las tasas generales de interés bajan, como que estos bonos tienen asociado un interés fijo que no queda afectado por la disminución, su precio de mercado sube. Por el contrario, cuando la tasa de interés sube, el precio de mercado de estos bonos baja, pues pierden parte de su atractivo. Incluso puede que, ante una subida del interés general, sean considerados basura, si el interés que aportan es muy bajo (o nulo) como ocurre, por ejemplo, en algunos de los bonos emitidos en los últimos años.
A diferencia de los bonos del Estado, las acciones y obligaciones de las empresas encarnan pedazos del capital invertido que genera valor y plusvalor. Pero como que cotizan en bolsa y se comercializan, su precio de mercado no se asocia estrictamente al capital que representan sino al rendimiento que con ellos se espera obtener, lo que, en cierta medida, también es una ficción. Aquí de nuevo topamos con la tasa genera de interés. Cuando su rendimiento previsto crece por encima de la tasa general de interés, su precio sube. En caso contrario, baja, con lo cual su cotización siempre queda afectada por las fluctuaciones de la tasa general de interés.
El balance de los bancos
El activo de los bancos se compone de reservas de oro y dinero más títulos de deuda pública, acciones y obligaciones, que como acabamos de ver, están vinculados al capital ficticio y son muy sensibles a los tipos de interés. Otra partida importante proviene de los derechos de cobro derivados del crédito concedido, que también genera intereses. También puede que incorpore propiedades inmobiliarias que, en determinados supuestos, generan ingresos por alquiler. En el pasivo está el capital que otros le han prestado y los depósitos de los clientes. En el caso de los bancos autorizados, su pasivo también incorpora los billetes de emisión propia.
Pese a que los bancos permanentemente mueven dinero, su activo, como acabamos de ver, es poco líquido y el precio de parte de los activos fluctúa constantemente. Los préstamos sólo son exigibles en el momento de su vencimiento y es necesario que el deudor sea solvente. Cuanto más dura un préstamo, mayor es el riesgo. Con el tiempo, los valores y los precios de las mercancías cambian, mientras que el principal de los prestamos (y de los títulos de deuda pública) no lo hace, con lo cual, la inflación los devalúa. El pasivo de los bancos, en cambio, suele ser muy exigible. Esto no es problema en situaciones normales, pues mientras se retiran unos depósitos otros fluyen llenando el vacío creado. Por otra parte, el banco siempre cuenta con el comodín de financiarse con una nueva línea de crédito proveniente del propio sistema bancario, al que en los últimos tiempos se pudo acceder, prácticamente a interés cero. Pero cuando los activos se desvalorizan, como ocurre ahora, debido a la subida de interés y se produce una sangría de depósitos, la estructura bancaria se bambolea.
Pese a que la retirada de depósitos bancarios, en el caso que nos ocupa, se ha querido relacionar al pánico, puede haber otras razones. Así, por ejemplo, si una parte de los depósitos de personas consideradas “enemigas del Occidente capitalista” son robados o bloqueados y se impiden sus operaciones comerciales, es normal que otras personas “no occidentales”, decidan retirar sus propios depósitos, vendan sus “activos occidentales” y busquen nuevos medios para canalizar sus operaciones comerciales. Puede, también que, para evitar la sangría, tal o cual banco, haga la vista gorda con los depósitos y las operaciones de “los enemigos del Occidente capitalista”, con lo cual corre el riego de que “el centinela de Occidente” lo ponga en “la lista negra” y reclame su cabeza.
Por otra parte, como que los bancos se han habituado a no remunerar los depósitos e incluso cobran comisiones por ellos, parece comprensible que algunos clientes huyan para invertir en bonos del tesoro, o en otros activos, que ahora ofrecen un interés.
Los depósitos de los más ricos
En España, los depósitos bancarios están asegurados hasta 100.000 €. El aseguramiento en los EEUU es más generoso y cubre 250.000 $. Esto, sin embargo, no evita el miedo de los depositantes más pudientes, que retiran convulsivamente sus depósitos cuando sospechan que un banco arrastra problemas.
Para evitar esta retirada de depósitos, al estallar lo de Silicon Valley Bank, las autoridades de los EEUU anunciaron, de inmediato, que no había porque temer, pues se iban a garantizar los depósitos en su totalidad. La medida puede resultar costosa si las insolvencias se extienden, pero, según dicen, será inocuo para el contribuyente de a píe, pues se gravará a los bancos comerciales prósperos para que se hagan cargo de las pérdidas ocasionadas por la parte no asegurada de los depósitos. El anuncio permite que los demócratas de los EEUU (y sus emuladores europeos) puedan presumir diciendo que ahora se “grava a los ricos y a los banqueros”. Más allá de las disquisiciones sobre quienes serán los paganos finales, de momento son los gobiernos quienes asumen el riego. Mientras, los bancos más sólidos se comen a los vulnerables, con lo que se entra en una nueva tanda de concentración bancaria.
La Unión Europea, tras los pasos del amo norteamericano
Al estallar, primero lo de Credit Suisse y luego lo de Deutsche Bank, las autoridades monetarias europeas, en su ronda de intervención inicial, juraron y perjuraron que el sistema bancario europeo es más fuerte que un roble. A continuación, dijeron estar “totalmente equipadas” para proporcionar liquidez, “si fuese necesario”. Como se ve, todo es “muy coherente”. ¿De qué equipamiento hablan? Parece que anuncian que, al igual que el amo norteamericano, están “equipándose” para garantizar todos los depósitos. ¡Que los ricos no tiemblen, ninguna catástrofe los desabrigará!
La coerción permanente.
Este afán por garantizar depósitos, sea cual sea la cuantía, tiene una explicación, desde la lógica del sistema capitalista. Está en juego el metabolismo mercantil, o sea, la compra y venta de toda la producción, a través de la intermediación del dinero.
Hace apenas unas décadas, a los trabajadores se nos pagaba en mano con dinero contante y sonante. La mayoría de compras se hacían con dinero, en forma de monedas o billetes de banco que, durante un tiempo, incluso estuvieron respaldados por oro. Cuando se aceptaba el pago aplazado, el dinero contante y sonante operaba como medio de pago, al vencer la deuda. Los comerciantes y los industriales, por su parte, tenían dinero en efectivo en el cajón y en la caja fuerte, si bien es cierto que eran ellos quienes más operaban con los bancos en busca de financiación y liquidez o para consignar sus ahorros. En aquellas condiciones, las crisis bancarias no amenazaban seriamente el metabolismo mercantil. Ahora, en cambio, la mayoría de cobros y pagos se hacen por transferencia bancaria o utilizando tarjetas de crédito o teléfonos móviles. Si se paralizara el sistema bancario, aunque fuera por poco tiempo, el metabolismo mercantil se contraería hasta tal punto que el capitalismo podría colapsar.
Está situación, en la que todo el metabolismo mercantil queda conectado al sistema bancario, además de permitir a los bancos abrir una nueva línea de negocio con el cobro de comisiones, pone en manos de los ricos un poder terrible para chantajear a la población. Primero nos dicen que contamos con un sistema bancario solvente, gestionado por la flor y la nata del “talento empresarial”. Luego, cuando la crisis bancaria estalla, hay que rescatar a los grandes depositantes. En caso contrario, todo se puede ir al garete, dejando a la mayoría en paro y en la miseria.
La endémica emisión de dólares (y euros) y su futuro
Ahora nos encontramos ante una nueva disyuntiva. Cada día circulan menos billetes y monedas por nuestras manos, pese a que cada día realizamos un mayor número de operaciones vinculadas al intercambio mercantil y pagos de todo tipo, por las obligaciones contraídas. A la vez, se acrecienta el monto de dinero emitido por los bancos centrales, adictos a la emisión. Esta adicción suele tener consecuencias inflacionistas, aunque personalmente me cuesta denunciarlo en unos momentos en los que la legión de pijo-predicadores de las redes, asiduos de las televisiones y radio privadas más reaccionarias, quieren justificarlo todo con explicaciones monetaristas mientras afirman que, de seguir así, nuestro dinero pronto no valdrá nada. En todo caso, ante esta disyuntiva, no se puede descartar un futuro desplazamiento de los ahorradores hacía el oro, con lo que la inflación se aceleraría aún más.
Una nueva contradicción en el Occidente capitalista
No es necesario ser un lince para darse cuente de que, en las condiciones actuales, se está produciendo una gran contradicción en el Occidente capitalista. Por una parte, se quiere salvar al sistema bancario. Por la otra, se quiere salvar al dólar, como moneda hegemónica a nivel mundial. Esta contradicción puede llevar directamente a la estanflación en esta parte del mundo, con lo cual, el paro se cronificará y los salarios se empobrecerán.
Las causas reales de las crisis
En el libro tercero de El Capital, Marx sostiene que, de no existir el crédito bancario, todas las crisis se presentarían como crisis de desproporción entre los distintos sectores productivos o como crisis de realización, por la discrepancia entre el volumen de producción mercantil existente y la capacidad y necesidad (o, oportunidad) de compra solvente. El crédito bancario, añade, demora el estallido y transfigura la forma de aparición de las crisis, que suelen aflorar como crisis bancarias. La pregunta que ahora nos debemos formular es la siguiente: ¿La reciente crisis bancaria es (o no es) el presagio de un proceso cronológico de crisis general, tal como en su día lo formuló Marx?