Tenemos que hablar de Madonna

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Por Mara Ricoy Olariaga

Circulaba por redes en los últimos días un vídeo de Madonna en el programa del popular presentador Jimmy Fallon en el que la cantante hacía unos gestos supuestamente obscenos, digo supuestamente, porque creo que es claro ver que con la cantidad de cirugías y Botox que debe tener le es difícil gesticular con naturalidad. 

Por lo que yo no sabía si imitaba a un gato, lamía un helado imaginario o practicaba una felación sin pene.

La sociedad se inclinó por lo último y creo que Jimmy Fallon también cuando, siguiendo con el show, intentaba inútilmente tapar a Madonna. Antes de sentarse de nuevo Madonna se levantó la minifalda y enseñó su culo.

Los comentarios que han seguido han sido del tipo: Parece mentira, que ya tiene 64 años. 

A mí me fascina esta cuestión. Más allá de la tristeza que me produzca que Madonna vaya de antisistema cuando es tan víctima como la que más, el tema de la edad me parece de lo más paternalista e hipócrita.

La misma sociedad en la que existen categorías porno para “Maduritas” y “Madres que me gustaría follar” y otros tantos horrores que categorizan a las mujeres en nuestra cosificación permanente, se santigua ahora no dando crédito a semejante desacato. Si hubiese sido Iggy Pop con setenta nos hubiésemos echado unas risas. Pero ese horror con el que la sociedad mira a los cuerpos de las mujeres post menopausia, nos ridiculiza y reduce a la categoría de abuelas, no es más que otra extensión de los múltiples tentáculos del paquete patriarcal de siempre. 

El gesto de Madonna no me parece en absoluto reivindicativo, pero es que se trata de una cantante pop y no una líder feminista. Y de alguien cuya carrera se cimentó en la irreverencia y en hablar de la sexualidad en primera persona siendo mujer, algo poco visto por aquel entonces.

Aunque para mí su forma de abordarlo no escapó por más que así nos lo vendieran, de la mirada masculina que buscaba un producto más. 

Pero Madonna también supo tejer alianzas con el mundo gay y se convirtió en una de sus divas favoritas. Desde las catacumbas de la homosexualidad en el Nueva York sacó el Vogue o Voguing para el resto del mundo, y lo que no mucha gente supo en su momento, cuando intentaba aprender a no enrollarse los brazos mientras bailaba, es que detrás de ese baile había toda una historia y cultura de minorías.

 A mediados de los ochenta se hacían grandes bailes y galas, eso sí en plan “underground” y con pocos recursos, autogestionados por la comunidad negra y latina gay y travesti, en Nueva York,  en ellos tenía lugar todo un mundo alternativo en el que se competía y premiaban categorías de las que creo que heredamos parte de lo que vivimos hoy. 

Por ejemplo para travestis se daba un premio a “passing” es decir al hombre que mejor pareciera ser una mujer. También había premios para los que se vestían de marineros machos. Y todo un juego de apariencias y experimentación con los roles y las fantasías homoeróticas tenían lugar alrededor de una pasarela por la que se desfilaba y competía. 

Pero además había, al más puro estilo de Gangs de Nueva York, “houses” es decir, casas que eran el equivalente a familias alternativas que acogían a todos aquellos no aceptados en sus familias reales. 

Había drag queens autodenominados “madres” que hacían de mentores de jóvenes desamparados. Y ¿a qué viene todo esto? Pues veréis, junto con el vídeo de la “vieja” Madonna con actitud improcedente, por casualidades de la vida, también hemos visto estos días, en redes un vídeo en el otro lado del espectro de la edad, el de un crío en Estados Unidos del que según dicen, tiene 13 años, en el que aparece con un vestido corto de látex y unas botas rollo “pretty woman” bailando con gestos estereotipados y sexualizados, siendo aplaudido y vitoreado por adultos. 

Lo defienden quienes dicen que es sólo un baile, que estamos fatal por ver sexo ahí, que es parte del movimiento LGTB, etc… Pero es que las cosas andan bastante invertidas en estos días y por eso es importante combatir el adanismo que nos somete y ya que no puedo enseñar el culo por edad, por lo menos que mi edad sirva para que algunos sepan de donde venimos y no que me acaben explicando a mí Dirty Dancing (a Footloose no llegan).  

En los ochenta y más en Estados Unidos ser gay, travesti o punk o lesbiana era ser marginal, a eso se le sumó el absoluto horror que fue el S.I.D.A y por aquel entonces que una cultura subterranea surgiera para divertirse y protegerse fue lo normal. Y también que en esas comunidades se cuidase de muchos jóvenes a los que sus padres no comprendían ni aceptaban. 

El problema es que ya no somos aquella sociedad y pese a que fachas y nazis por desgracia habrá siempre, la gran mayoría hemos evolucionado, pero aún hay muchos apoyándose en una incomprensión que ya no existe hablando en unos términos que no aplican a la realidad que vivimos. 

Y esos son los que, ya no es que cuiden a las nuevas generaciones en la marginalidad, sino que ahora que son el centro y portada de ese Vogue al que aspiraban, explotan ya no solo a jóvenes sino a críos que aún no tienen una sexualidad definida. Los utilizan de lienzo en blanco para sus proyecciones y fantasías y se auto convencen de que es lo que la infancia necesita y quiere.

Algo que recuerda mucho a lo que ocurre con las niñas en su hipersexualización constante en el “mundo heterosexual”. 

Escuchaba a un periodista catalán que me cae muy bien, hablar contra la ley que ha prohibido los espectáculos drag para audiencias con menores en Estados Unidos. Y mientras le escuchaba me di cuenta de que su discurso era progresista de los de antes. De cuando el mundo era o progre o facha. 

Y hablábamos en esos términos, diciendo cosas como “que un niño no se vuelve homosexual por ver homosexuales”. Yo hubiese hablado como él hace unos años. 

Pero es que el mundo ya no es aquel. Los espectáculos drag ya no son una marginalidad a rescatar, son Prime Time, están en todas partes, los niños en su gran mayoría ya tienen familias homosexuales en los colegios, y los colegios y las instituciones en muchas partes del mundo trabajan para bien y para mal según instrucciones de Stonewall. Y la diversidad natural de la humanidad no se esconde ni en catacumbas ni armarios.

Ahora vivimos en un mundo en el que además a los niños se les hace creer que el sexo se puede elegir, y se les empuja a hablar de orientación sexual antes de quitarles el pañal. 

Por eso lo que antes era necesario y transgresor ha superado con creces su marginalidad y el discurso victimista ya no casa. 

Y aquellos espectáculos drag que quizá pretendieron subvertir la homofobia y lo heteronormativo ahora son espectáculos donde es inevitable ver una versión rancia, estereotipada y misógina de lo que es una mujer, en un mundo en el que por suerte en gran parte de él, todas las minorías tienen por fin el derecho a ser como les de la gana (pese a lo que diga la ministra Montero). Y de hecho se han quedado obsoletos porque las mujeres tampoco somos las mismas que entonces y ya no aceptamos que se nos parodie o mal imite. 

Y los niños y niñas también tienen nuevos derechos por los que ya no tienen porque estar expuestos a espectáculos de adultos.

Pero no podemos evolucionar por un lado y por otro mantener un ideario de opresión cuando no la hay, porque entonces tenemos a personajes que predicando esa antigua protección de supuestas familias que no te comprenden, lo único que hacen es captación de adolescentes para fines sexuales y eso sigue siendo pederastia. 

La edad importa no sólo para que Madonna ahora tenga menos derecho a enseñar el culo que un drag que la imite. O para que haya hombres célebres llorando porque les miran mal por salir con mujeres a las que doblan o triplican en edad. 

Importa para dejar a la infancia en paz y para que recordemos de dónde venimos y sepamos dónde ya no estamos. 

No podemos seguir vendiendo eslóganes antiguos cuando los problemas han cambiado.

@matriactivista

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