Primero la censura y después el fuego

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Hace pocos días nos levantábamos con la noticia de que la editorial de Agatha Christie iba a reescribir algunas de sus obras para adaptarlas a las nuevas “sensibilidades”. Unos meses antes nos enteramos de que también se iban a adaptar pasajes de los cuentos de Roald Dahl y de las novelas policiacas de Ian Fleming. El propósito es siempre el mismo, eliminar lenguaje potencialmente ofensivo, insultos y referencias raciales. Todo lo que pueda ser potencialmente ofensivo. En fin, se trata de la nueva censura de la corrección política pero aplicada en la literatura. Todo porque algunos lectores se sienten incómodos al leer. Como si la literatura fuese una invitación a sentarse sin reflexionar y disfrutar, como si estuvieras viendo un programa del corazón. La literatura es mucho más, la literatura tiene que ser molesta, tiene que ser crítica, no tiene porqué corresponder con la moral de una sociedad en concreto, sino que la sociedad que la produjo estará, irremediablemente, inscrita en sus páginas. Y eso es lo que debemos buscar cuando leemos un libro. Ser conscientes del contexto de la época nos avisará de cómo son sus personajes y qué contenido real vamos a encontrar en el libro que leamos.

No me quiero imaginar qué le ocurrirá a la cultura si casos como los mencionados se expanden y se repiten constantemente. ¿Alguien querrá “mutilar” el Quijote porque trata mal la enfermedad mental? ¿Alguien se sentirá ofendido porque las descripciones y las aventuras del ingenioso hidalgo no correspondan con las que nosotros usamos en nuestro tiempo? ¿Qué ocurriría si a alguien se ofendiera con los múltiples pasajes truculentos de la Biblia? ¿La van a cortar para adaptarla a los tiempos actuales? Me pregunto, cuál es el verdadero motivo por el cual en un momento paradójico como el actual, cuando el cociente de inteligencia global está bajando por primera vez desde que se coteja, cuando el acceso a todas las grandes obras de la historia humana es más fácil que nunca, cuando en los planes de estudio se está apostando por relegar a las ciencias humanas al basurero de la historia, cuando ya no hay relatos universales sino personales, cuando ya no hay seguridades sobre la verdad de las cosas sino versiones igualmente válidas de un acontecimiento, cuando ya no sabe, se cree; cuando lo relativo es dogma y la misma información es superchería, cuando los hechos ya no importan sino tan solo los sentimientos, me pregunto cuál es la razón por la cual este retoque está ocurriendo precisamente ahora.

Creo que ya nos han preparado para que los hijos de los obreros salgamos de la universidad. Nos dictan que debemos leer cosas que no molesten, historias con las que no nos podamos identificar, personajes y actitudes que no se rebelen, que no luchen, que no intenten cambiar las cosas. Y para ello resulta útil transformar las obras ya acabadas en floreros para la decoración o en obras que no abran la mente. Me estoy imaginando qué harán los posmodernos con un libro como “El manifiesto Comunista”, ¿Qué harán con libros de más enjundia como “1984” de George Orwell o “Un mundo feliz” de Aldous Huxley? 

Dentro de no mucho sólo los hijos de los ricos tendrán la oportunidad de leer este tipo de obras y podrán hacerse las preguntas pertinentes. Serán los únicos con acceso real al conocimiento. Nos estará vetado a los demás y nos tendremos que conformar con las obras retocadas que serán las únicas con acceso libre. Obras a las que se le habrá cercenado lo mollar, lo jugoso, lo realmente importante. Esas escenas donde los protagonistas evolucionan y se preguntan acerca de lo trascendente serán sólo para aquellos que las puedan pagar y hacer un uso “razonable” de las mismas. Como serán los hijos del poder no querrán cambiar nada porque para eso estarán destinados a regir las voluntades de sus pueblos. Los demás estaremos obligados a ser llevados al matadero y no podremos aprender de la historia o de las obras cumbre de la literatura universal. Ese es el futuro que yo veo si seguimos por estos derroteros.

Soy de la opinión de que se pretende borrar conciencias dado que el ejercicio literario es peligroso. La lectura te convierte en un ser crítico, capaz de plantarle cara a un sistema injusto. Nada hay más peligroso que un libro. Armados hasta los dientes con la literatura podemos aún hacer una revolución. Armados de las ideas escritas en esos libros. Contagiados por la fiebre del que desea comentarlos o hacerlos realidad. Nada más contagioso que una idea y por eso si la idea no existe, se acabó el peligro. De eso se trata. 

Nuestra realidad actual está diseñada para el consumo rápido. La cultura, la literatura, no se desvía de ese principio y existen cantidades ingentes de personas que demandan un tipo de literatura de consumo rápido. Presentación, nudo y desenlace. Personajes planos. Enredos y disputas planas. Lugares trillados. Frases hechas. Nada más. Aquí te pillo, aquí te mato. Sin embargo, la literatura abre mentes y es muy probable que alguien que lee, aunque sólo sea este tipo de literatura, busque algo más que puro entretenimiento. Es probable que desee analizar la mente humana, que desee hacer una propia introspección. Es posible también que esa persona sea más difícil de manejar, de engañar, de manipular que una persona que no lee. En el momento en el que la literatura sea invadida totalmente por el ansia de consumo rápido, y ya no queden personas que deseen algo más que mero entretenimiento, entonces habrán triunfado. La literatura, la suma de todas las literaturas del mundo, con sus clásicos, con sus autoras y autores brillantes, con sus poetas y sus cuentistas, con sus ensayistas y sus biógrafos, con sus historiadores y sus dramaturgos, la literatura es la última frontera que no ha sido hollada por el mundo posmoderno. Un mundo de enanos mentales, un mundo de seres abyectos, un mundo dominado por sentimientos de ofensa y de mentes pequeñas y cerradas, miedosas y preñadas de un sentimiento de inferioridad tan marcado que desean cercenar a aquella persona que destaque en cualquier faceta de la vida y qué es más sencillo de cercenar que quien ya no puede defenderse porque está muerto. 

Si entendemos que aquel producto acabado que es un libro puede ser cambiado porque ofende la sensibilidad de alguien estaremos diciendo que no puede haber obras que se consideren clásicas ya que siempre, en cualquier época, en cualquier lugar, siempre habrá una persona que considere que determinada obra no cumple con los estándares de la época y entonces la cambiará. Ese acto de cambiar la obra acabada nos dice algo muy peligroso: nada puede ser eterno y todo puede ser cambiado. Algo de hace mil años no le puede servir a alguien de este siglo. Dejarán de existir esas obras que nos dicen cosas importantes acerca del ser y de la vida, cosas eternas, porque ya no podrán acompañarnos dado que ya no serán eternas, y si no lo son habrán puesto límite a su duración y un punto final a su sentido. Serán simples obras con fecha de caducidad, es decir, productos. Justo lo que no son las obras literarias. 

Por eso hay que evitar que esa insana costumbre llegue a nuestro país y hacer todo el ruido posible ante estos ataques a la línea de flotación de la cultura. Hay que señalar a aquellos que provocan esta censura. Hay que negarse a comprar libros cercenados. Hay que boicotear esa costumbre bárbara que consiste en cortar las páginas de un libro porque ya sabemos qué viene a continuación, la pira, el fuego y el fascismo.

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