Para que el miedo cambie de lado la vergüenza tiene que hacerlo primero

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Por Mara Ricoy Olariaga

La vida es un continuum y por eso esto que escribo tiene que ir por fuerza y aún con miedo a sonar monotemática, a continuación de mi artículo anterior.

Pero antes de eso tendré que explicar primero como escriben las mujeres o al menos como escribo yo. Hace unos años mi hermano me habló de un muy conocido escritor que colaboraba en un muy conocido periódico y de cómo sus seguidores le ayudaban a conseguir una máquina de escribir muy específica que era la que él utilizaba, a mí me dio la risa. Yo acababa de escribir mi último libro prácticamente en su totalidad con el pulgar en mi móvil. Escribo desde que recuerdo o quizá recuerdo desde que escribo, pero lo hago como muchas mujeres hacemos lo que importa, en los bordes de todo lo demás, en los interespacios, en el baño, acostándome tarde o levantándome pronto, en el autobús…

Y ha sido en uno de esos espacios, a punto de ir a una clase de gimnasia acuática con señoras septuagenarias donde, tras cumplir con la tarea de comprar unos regalos para unas amigas de mi hija, sorteando barbies y otros horrores, he decidido tomarme un zumo en una cafetería y acabar el artículo sobre la violación en Alicante que precede a este que escribo en este mismo medio. 

Le di a enviar y salí a toda prisa hacia el gimnasio donde voy a la piscina, al llegar en recepción advertían a otra mujer sobre el hecho de que había unos “caballeros” arreglando las duchas. 

Yo intenté preguntar sobre el tema pero me hablaron de las duchas: ya les habíamos avisado de que esta semana no habría duchas. Insisistí: “¿Dices que hay hombres en nuestros vestuarios?”

“Sí, están arreglando las duchas” me contestó con cara de sorpresa la recepcionista. 

Creo que porque aún seguía en mi cabeza metida en el artículo que acababa de escribir, sin apenas pensar, lo único que fui capaz de decir fue: “Soy superviviente de violación y no quiero estar en el vestuario con hombres”.

Una cara de no entenderme fue lo primero que encontré y a su lado otra más empática me señalaba un cubículo para familias y personas discapacitadas como mi opción. 

Yo en ese momento no me sentía que debiera estar ahí ni por lo uno ni lo otro. Y en mi civismo me justifique sintiéndome con cierta discapacidad para enfrentarme a un mundo que a las otras les parecía normal. 

Pero luego pensé que eso no es cierto, la que tiene un problema aquí no soy yo, y reflexionando me di cuenta de que decir algo así en voz alta: “soy superviviente de violación” aún sigue siendo tabú. Y en un país anglosajón aún mas. Too much information (demasiada información) es una frase muy usada para evitar interacciones incómodas y para los británicos cualquier interacción con lo que se consideran intimidades ya es incómoda. 

Y quizá por eso desde que decidí hablar públicamente de ello me lo cuestiono mucho.

Empecé a hacerlo porque me di cuenta de que yo aún lo vivía como algo que implicaba mi culpa o mi vergüenza. 

Mientras me quitaba la ropa para ir a la piscina, me venía a la cabeza todo el rato un poema de Gamoneda llamado Malos Recuerdos que me encanta y que empieza con la frase de Marx: “La vergüenza es un sentimiento revolucionario.”

Por lo visto cuando dijo esa frase (hablando de la revolución francesa) dijo también que la vergüenza era una forma de rabia y que si toda una nación sintiese vergüenza sería como un león reculando para saltar. 

 En “mi” violación, ante la falta de datos por la sumisión química lo primero que hice fue asumir que yo había hecho algo. No fue difícil, llevaba una vida siendo preprogramada para entender que, desde el corto de mi falda a la elección de mis amistades o no haber tapado mi copa o cualquier otra cosa, me señalaban como culpable inequívoca de aquella situación.

La culpa que desde Eva hace, que lo que nos sale del útero venga manchado de pecado no es un asunto baladí y menos cuando te has pasado años en un colegio de monjas.

Y en todo este proceso mental mientras me cambiaba en un cubículo con la taquicardia que el trauma reactivado suele generar, me alcanzaba otra frase, la de una mujer, la periodista  y escritora polaca Elena Paniatowa quien dijo:

“La culpa es la mejor arma de tortura contra las mujeres”.

Hace unos años me ofrecí a hablar de “mi” violación en una televisión regional en España porque como activista me preocupaba que las mujeres a entrevistar tuvieran la cara y la voz desfiguradas para proteger su identidad. Conocía a la periodista y le expresé mi miedo a crear un ser abstracto que fuese “la mujer víctima de violación.”

Como si esto no nos pasara a una de cada tres. Tenemos el estereotipo del violador como una sombra agazapada tras un arbusto que ataca al otro estereotipo: la mujer sin identidad, de espaldas, en una silla y con una voz distorsionada. 

Como si de un cómic se tratara, como una de tantas películas en las que se viola a las mujeres. Bueno no, porque esas, en realidad, se parecen más al porno que a la realidad de lo que es una violación y lo que significa para sus víctimas, y que quienes las perpetran no son seres asociales que se esconden tras arbustos.

Pero entiendo y por supuesto respeto que no todas las mujeres tengan la necesidad o ganas de hablar de ello.

Aún así lo que reflexiono es que si bien yo no tengo ganas ni razón para hablar de ello todo el tiempo (aunque no lo parezca por lo que escribo) sí que cuando lo hago cada vez me cuesta menos y cada vez me doy cuenta de nuevos matices. Al principio no hablaba por vergüenza y culpa, cuando decidí que esos sentimientos no me pertenecían, pasé al de no hablar de ello por proteger a mi familia y a cualquiera que me quisiera, y últimamente por protección del interlocutor. El caso es que me he dado cuenta de que sigo de alguna forma no sintiéndome con el derecho para hablar de algo que la sociedad prefiere tratar en silencio, que yo no elegí, que en cierta manera me arruinó la vida para siempre. Algo que debería ser una vergüenza para otros.

A veces me lo planteo como si yo fuera un superviviente de terrorismo o de guerra que expresara sus dificultades  ante el bullicio o que no pudiera estar presente durante una traca de petardos. No debería tener más carga moral para nosotras, pero la tiene. 

Porque una violación es un ejercicio de poder y sometimiento en el que la víctima teme morir y se la humilla y veja gracias a ello. 

Y si para alguien es una deshonra es para la sociedad que lo protege y lo alienta y que ahora se lo pone aún más fácil a nuestros violadores. 

¿Por qué habría de tener más derechos que yo un hombre a entrar en mis espacios cuando los violadores son hombres y las víctimas de violación mujeres?

Por qué los sentimientos de hombres que dicen querer entrar en nuestros espacios son más importantes. 

 Los datos son terriblemente binarios: 

* Más de 2,8 millones de niñas y mujeres han sufrido violencia sexual en algún momento de su vida. (Macroencuesta 2019).
 

* El 84% de las víctimas de delitos sexuales contra la libertad e indemnidad sexual son mujeres. (Ministerio Interior, 2020).
 

*  Y el 96% de los responsables de estos delitos de violencia sexual son hombres. (Ministerio Interior, 2020).

Yo he iniciado mi particular campaña de concienciación y cada vez que me vendan entre sonrisas que los vestuarios, los probadores o los aseos son para cualquier género o cosa semejante yo les confrontaré con “soy superviviente de violación no quiero compartir este espacio con hombres”.

He llegado a pensar en crear una plataforma de supervivientes y dar folletos informativos sobre trauma y estadísticas como las de arriba. 

Quiero que mi realidad que es la de muchas les incomode y les confronte porque ya estoy harta de seguir encogiéndome para que otros se sienten cómodamente en el  privilegio de que yo no exista. 

Porque como dijo la feminista Audre Lorde

“Vuestro silencio no os protegerá”

@Matriactivista

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