Menores y violadores

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Por Belén Moreno

En los últimos años, se ha producido un repunte significativo de las agresiones sexuales cuyas víctimas y agresores son menores. Con una periodicidad cada vez más corta, solemos encontrar noticias donde se detallan estos delitos casi de forma constante. 

La agresión sexual llevada a cabo en Badalona, donde una menor de once años fue atacada por un grupo de seis adolescentes, cuatro de ellos no superan los 14 años, pone de manifiesto que la violencia contra las mujeres cada vez se ejerce a edades más tempranas. La sexualidad entendida con violencia e intimidación ha existido siempre, sin embargo, en estos momentos, nos encontramos con que los que llevan a cabo esas prácticas en algunos casos no superan los 12 años. 

En Salou, cuatro menores están siendo investigados por una agresión sexual a una niña de 13 años. También este caso, en el grupo de agresores hay chavales que no superan los 14 años. También en El Vendrell y cuántos casos habrá que no conocemos. Bien porque no son de “interés mediático” o porque las víctimas no denuncian. 

El hecho de que un chico de 14 años sea inimputable legalmente no significa que no tenga que asumir las consecuencias de sus actos y aceptar que lo que ha hecho es un delito. Saberse impunes judicialmente y con la escuela de sexo que es la pornografía a la que acceden desde edades muy tempranas, está convirtiendo a algunos jóvenes en auténticos delincuentes sexuales. Atajar el problema supone un calvario que la propia fiscalía admite reconociendo su complejidad. Desde 2011, el número de agresiones sexuales entre menores se ha triplicado. Cada tres horas, un juzgado abre una investigación por delitos cometidos por jóvenes menores de 18 años. La cifra que manejan en la Fiscalía de Menores supera los 2.600 casos, frente a los menos de 1.300 que se contabilizaban hace una década. La propia Fiscalía corrobora que el aumento de los delitos sexuales no ha parado de ascender incluso durante el tiempo de la pandemia de Covid-19. El año pasado se condenaron a unos 15.000 adolescentes y tres cuartas partes de ellos están en libertad vigilada. Solo Guipúzcoa tuvo que archivar 8.000 casos porque sus autores no podían ser condenados. 

El acceso a la pornografía es cada día más sencillo y los jóvenes (niños incluso en algunos casos) abren páginas dónde continuamente se visualizan escenas de sexo violento, grupal e intimidante. Sus precoces mentes deforman los conceptos de la sexualidad al contemplar mujeres sometidas o golpeadas. Los adolescentes llevan el porno en sus móviles y sabemos que cada vez hay más páginas donde el sexo entre varios hombres y una única mujer son más visualizadas y más replicadas. Portales de internet donde se cuelgan imágenes de violencia real, como ocurrió con el video de la violación de Pamplona. Nuestros chavales están aprendiendo que las chicas son esos seres con carne que tienen varios agujeros y que están puestas en el mundo para su disfrute. Graban las agresiones y las difunden sin ningún reparo, orgullosos de su hazaña, básicamente porque aprenden que cuánto más duro eres con una mujer, más hombre pareces. 

Y por si esto fuera poco, una cadena nacional prepara una serie de televisión sobre la vida de uno de los actores de cine pornográfico más famosos de este país. Un hombre que ha rodado miles de escenas de violencia sexual y física, que ha jugado con el cuerpo de las mujeres y se ha mostrado orgulloso de ello. 

El concepto de machismo no es solo el odio visceral e irrefrenable contra las mujeres. Incluye su sometimiento, su dominación y anima a usar el miedo de una joven ante un grupo de chicos que quizá tengan su misma edad, pero que portan armas blancas o simplemente pesan ya más de quince kilos que ella y son varios centímetros más altos. Ser machistas les engrandece y les hace pasar por malotes sin escrúpulos. 

Cuando los jóvenes, cada vez en mayor medida, niegan la violencia machista y creen en relaciones de pareja donde sus novias estén supeditadas a sus deseos y sentimientos ¿por qué la sexualidad iba a quedar fuera de ese concepto?

La corriente antipunitivista que cada día tiene más seguidores, nos habla de sistemas de reeducación y de reinserción del delincuente sexual, olvidando siempre el dolor de las víctimas, así como las consecuencias físicas y emocionales que se derivan de una agresión de ese tipo. No es feminista decirle a una mujer que se aguante su violación porque hay que pensar en el pobre agresor encontrando mil excusas que justifiquen su perverso comportamiento. 

Pero ¿qué hacemos cuando el delincuente es un niño? Estamos de acuerdo que la cárcel no es lugar para un menor. No puede reinsertarse quién comparte espacio con la delincuencia profesional. En estos casos, la educación es vital. A los jóvenes que comenten este tipo de actos hay que reeducarles. Erradicar las perniciosas ideas que la pornografía ha grabado en sus mentes y que, asumiendo los actos cometidos y demostrando su profundo arrepentimiento, abandonen el consumo de aquello que les confunde. Que no vayan a la cárcel no significa que no deban pagar por su delito de la forma que una sala especializada estime oportuna. Dejadles sencillamente en libertad como si no hubiese pasado nada no les ayuda.

La educación sexual y en igualdad es imprescindible. Pero una educación que enseñe a relaciones sanas y basadas en el deseo. No en el consentimiento. Porque el deseo se siente, el consentimiento se manipula. De muchas y variadas formas. Una menor siempre lo va a ser. Por miedo, por vergüenza o porque piense que es así como debe comportarse. 

Si los jóvenes se están transformando en Nachos Vidales, las chicas en multitud de ocasiones, aceptan por desconocimiento y por integrarse en la pareja de forma más activa, prácticas sexuales que las dañan porque no tienen en cuenta más que la satisfacción masculina. Un joven que aprende cómo establecer relaciones sexuales con el sometimiento femenino, le pedirá o exigirá a su pareja aquello que ha provocado su excitación en una pantalla.

La campaña del Ministerio de Igualdad sobre educación sexual, no aborda la problemática desde su fundamento. Elude premeditadamente el tema de la pornografía. Hace hincapié en detalles que en el siglo XXI están superados, pero deja el trasfondo de la agresión sexual en los márgenes. No está enfocada a la adolescencia y las relaciones en situaciones de igualdad real. Cuando se hace propaganda solo se muestra lo mismo. La preocupación que otras instituciones como el CGPJ, el Ministerio del Interior o la Fiscalía de Menores, no se ven reflejadas en aquellas que deberían estar más enfocadas para que las menores y las jóvenes dejen de ser atacadas por uno o varios adolescentes. 

Tampoco se toman medidas efectivas para cortar de raíz el acceso a la pornografía. No se limita el uso y consumo de los servidores donde se alojan las millones de páginas webs que ofrecen porno gratuito o de pago, ni se muestran serias repulsas por un “cine de entretenimiento” que está diseñado específicamente para proporcionar placer a los hombres. Todo lo que ocurre en una película o vídeo de pornografía se ha pensado para el público mayoritariamente masculino que acumula horas y horas de visionado sin miramientos, exigiendo subir las barreras y traspasar cada vez más líneas. La pornografía es la tercera industria más lucrativa del mundo, tras el tráfico de drogas y la prostitución. Se calcula que sus ingresos anuales superan los 100.000 millones de dólares. ¿Qué política neoliberal va a poner freno a una cantidad de dinero como esa solo porque las mujeres paguen sus consecuencias? 

No podemos olvidar que la pornografía es la escuela de la violación. Es la anulación de las mujeres y solo sirve para tergiversar y malear violentamente la idea de la sexualidad humana. Acabar con el uso de las mujeres en la industria pornográfica es una necesidad vital tan importante como terminar con el sistema prostitucional o la violencia machista.

@belentejuelas

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