Violencia Vicaria: te voy a dar donde más te duele

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Por Karina Castelao

En 1994 se estrenó Rio Salvaje. La trama de la película gira en torno a una pareja en crisis en el que la madre, (Meryl Streep), antigua campeona de rafting, con motivo del cumpleaños de su hijo mayor y en un intento de salvar su matrimonio, decide organizar el descenso de los rápidos del río Kootenai. Todo va perfecto hasta que la familia tropieza con un grupo de jóvenes a la deriva, a los que deciden ayudar, pero que en realidad son unos ladrones liderados por un psicópata criminal, interpretado por Kevin Bacon, que intentan huir de la justicia. Y en un violenta secuencia del film, el personaje interpretado por Bacon le dice al marido que lo va a matar porque le estorba en su plan de huida, ya que solo necesita a Gail (Streep) para que los guíe por el rio y a su hijo para controlarla.

La violencia vicaria como forma de violencia machista existe desde que el mundo es mundo y desde que las madres focalizamos todos nuestros afectos hacia nuestros hijos e hijas, más incluso que hacia nosotras mismas. Por eso es tan efectiva.

Hasta el año 2017 se consideraba un tipo de violencia intrafamiliar que el exdelegado para la violencia de género, Miguel Lorente, definía como “la violencia que se ejerce hacia alguien a través de una persona interpuesta, que no tienen porque ser los hijos sino personas a su cargo o familiares, aunque en el caso de ser ejercida de parte del padre hacia la madre mediante los hijos e hijas, tiene carácter de violencia estructural ya que se usa como forma de ejercer poder y control sobre la mujer”. Pero el término violencia vicaria como un tipo específico de violencia machista lo acuñó en primera instancia la psicóloga Sonia Vacaccara hace casi una década. El concepto se basa en la idea de «vicario», que hace referencia a la sustitución de un individuo por otro en el ejercicio de una función. En este caso, la función de causar daño.

Uno de los campos donde más se desarrolla lo “vicario” es en el campo de la psicología del aprendizaje. Las teorías conductistas desarrollan la teoría del condicionamiento clásico, y dentro de ella, el condicionamiento vicario. El concepto de condicionamiento vicario señala generalmente a un tipo de aprendizaje que se produce a través de la observación de las consecuencias que tiene una conducta ejercida en otra persona. Aunque pueda parecerlo, no es lo mismo que los ejemplos o el aprendizaje por imitación. En el condicionamiento vicario no se aprende de los hechos, sino de los resultados. La naturaleza de estos resultados aumenta o reduce la probabilidad de que el observador lleve a cabo un comportamiento concreto. Es decir, lo que el observador ve es lo que le ocurre a otra persona como respuesta a una determinada acción que se le practica, y a partir de ahí reacciona, en este caso reproduciendo o no dicho comportamiento.

Pues con la violencia vicaria ocurre lo mismo: el observador pasa a ser víctima ya que las actos de violencia que una persona ejercen sobre una tercera le producen una reacción de dolor o sufrimiento o le llevan a evitar o modificar un comportamiento (recordemos que la coacción y el chantaje también son formas de violencia).

La violencia vicaria es una forma de violencia en la que uno de los miembros de la pareja, el padre o la pareja de la madre en este caso, realiza una serie de conductas dirigidas a los hijos e hijas con el objetivo de dañar, chantajear o hacer que la mujer madre cumpla su voluntad. Se trata de un mecanismo por el cual el hombre ejerce presión sobre su pareja mujer para mantener el poder sobre ella.

Este tipo de violencia acostumbra a utilizarse en determinadas situaciones, como por ejemplo un proceso de separación o divorcio, o cuando la mujer desea rehacer su vida con otra persona. En estos casos, el agresor utiliza la violencia sobre los hijos de la propia pareja o la amenaza de ella con el objetivo de coaccionar o impedir algunos actos, ya que considera que la pareja puede ser “de su propiedad” y no tener derecho a elegir otro tipo de vida. El maltratador sabe que la mejor forma de hacer daño a la mujer madre es lastimar o incluso matar a sus propios hijos, para producir el mayor dolor posible en ella.

La violencia vicaria es en realidad una forma de terrorismo machista. Y lo es por dos razones. Primero, porque la principal finalidad de la violencia vicaria es causar una situación de terror en las mujeres que la padecen mediante un sufrimiento eterno. Las mujeres madres víctimas de violencia vicaria sufren por la pérdida y sufren por la culpa. Por la pérdida de sus hijos y por la culpa de no haberlos podido salvar.

Y segundo, porque la violencia vicaria pretende al mismo tiempo provocar un cambio de comportamiento en las víctimas mediante el miedo. Las mujeres madres víctimas de violencia vicaria en muchos casos renuncian a separarse o a rehacer sus vidas sentimentales precisamente para evitar males mayores, consiguiendo así la prolongación del maltrato sobre sí mismas.

La violencia vicaria es en realidad un tipo de violencia psicológica, sin embargo afecta a dos tipos de víctimas. Por un lado sobre las que se ejecuta la violencia física, que en este caso serían los hijos y por otro lado sobre quién se ejecuta la violencia psicológica propiamente dicha, que en este caso sería la madre.

Pero lo más aterrador de la violencia vicaria es que el grado de instrumentalización de los padres sobre la propia vida de los hijos. Es tal la instrumentalización que ejercen sobre ellos que llegan a perder la noción real del daño que les están causando. Significativo fue el caso de José Bretón que en una entrevista en la cárcel llego a declarar que sus hijos no habían sufrido porque él los quería mucho y que nunca hubiera sido capaz de hacerles daño. Eso después de haberlos asesinado y de haber calcinado sus cuerpos. La violencia vicaria es una de las formas más extremas de violencia machista precisamente porque utiliza a los propios hijos de la pareja, en muchos casos niños de muy corta edad, como instrumentos para realizar el mayor daño posible a la madre. Es una deshumanización total con respecto a las criaturas y una ensañamiento cruel con respecto a las madres.

En España, siete menores fueron asesinados a manos de sus padres el 2021 pasado con con la única finalidad de causar el mayor daño posible a sus madres, en lo que se sitúa como la segunda peor cifra desde que se tienen registros en 2013, y que hace ascender, junto con los dos menores asesinados en 2022 y con la niña de 8 años asesinada el pasado mes de enero, a 49 el cómputo total de niños y niñas asesinados cruelmente por sus padres solo para causar dolor a sus madres en los últimos 9 años.

@karinacastelao

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