Regreso al pasado

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Lidia Falcón, Presidenta del Partido Feminista de España.

En tiempos del transhumanismo, de los seres ciborg, de la colonización de la Luna y de Marte, de la estación espacial que operará en el vasto universo con la colaboración de todas las potencias espaciales, en Italia, la patria de Antonio Gramsci, han ganado las elecciones del pasado domingo los seguidores de Mussolini.

Cuando se difunde el discurso del futuro, ese que según Fukuyama había acabado con la Historia, y en el día hoy se cree que ya no dominan los capitales sino la ciencia y la investigación, así como la creación de un mundo técnico que supera las debilidades humanas, y  creímos que habíamos abandonado para siempre los horrores del fascismo, este se nos instala en el país más educado y avanzado en cultura y arte y más experimentado en política, y esta vez no con un golpe de Estado apoyado por los fantoches camisas negras de Mussolini, sino por los votos de millones de italianos e italianas. Las de la Sección Femenina de Fratelli de Italia estarán entusiasmadas al haber situado por vez primera a una mujer en la jefatura del gobierno. Del papel de las mujeres en los partidos fascistas y en los ministerios represivos tendremos que hablar próximamente.

Cómo ha sido posible que en el siglo XXI, donde todas las producciones están dirigidas por la técnica digital y lo analógico queda arrumbado a los desvanes mohosos del pasado histórico, las ciudadanías en Europa –véase también Suecia – escojan ser gobernadas por los herederos de los fantoches fascistas que hundieron el mundo en las represiones, guerras y miseria del siglo XX.

Los expertos comentaristas actuales hacen cábalas sobre las causas de semejante comportamiento. Se repite la explicación del desencanto que ha cundido entre las masas ante la decepción de comprobar que la “izquierda” que les ha gobernado durante largos periodos de tiempo no les ha resuelto los más urgentes y elementales problemas de su supervivencia: la cesta de la compra, la vivienda, la sanidad, la enseñanza, el empleo, las pensiones…y siendo esto cierto, sin embargo la explicación es tan elemental que no nos conduce a averiguar las causas primigenias y profundas de la situación que estamos viviendo. ¿Por qué esa izquierda no ha resuelto esos problemas? ¿Es realmente izquierda? ¿Qué ha sucedido para que fuera derrotada?

Si no partimos de la derrota y destrucción de la Unión Soviética, en lo que Estados Unidos y sus aliados empeñaron setenta años de guerras, invasiones, extracción de materias primas, exterminio de comunidades enteras y el capital robado a los trabajadores del mundo entero, no se puede entender –entre otros sucesos igualmente trascendentales- que el PCI, el Partido Comunista de Italia, el más grande de la Europa occidental durante cuarenta años, haya desaparecido vergonzosamente, y su sucesor, el Partido Democrático – remedo del nombre estadounidense- tenga hoy únicamente el 19% de los votos.

Las derrotas solo llevan a la miseria y a la traición. La pérdida de la Guerra Civil española nos condujo, cuarenta años más tarde, a que el PCE, el principal partido de oposición al franquismo durante el larguísimo periplo de la dictadura, con toda la historia heroica que portaba de persecuciones, asesinatos, torturas y cárceles, aceptara la monarquía del ínclito Juan Carlos I. Lo demás merece también otro artículo.

La deriva traidora y ridícula -como la de defender la ley trans- por parte de esos populismos que han sustituido al partido comunista monolítico y firme nos ha llevado al triunfo de Fratelli de Italia, del Frente Nacional de Francia, de los Demócratas de Suecia, y la aparición de VOX en nuestro país ibérico que parecía vacunado de esos excesos.

En definitiva, cien años más tarde, la retórica patriótica mussoliniana resucita en Italia en  Giorgia Meloni, que quizá triunfe como Margaret Thatcher, o más probable, cumpla los dictados de sus socios, todos hombres, que esos sí saben de política. Y las consignas de la Unión Europea, de la que ahora Meloni no quiere separarse sino sólo llegar a acuerdos, con una estrategia de supervivencia prudente. Porque al final, se hable de la patria, del honor, de la familia y de los hijos, lo que importa es el Capital y este estará bien asegurado en las mismas manos de siempre: el complejo militar industrial, las grandes corporaciones que dominan todos los sectores de producción y distribución de los bienes del mundo, y que imponen sus intereses al Departamento de Estado de EEUU y a esa modesta y aparentemente independiente Unión Europea, sometida a este y a aquellas.

Sergio Sánchez, en El Común, comenta estos extremos diciendo “aunque aparentemente se sitúen en extremos opuestos, el capitalismo y los entes supranacionales a través de los cuales opera en los distintos Estados de la UE permiten, a su vez, la victoria de un movimiento abiertamente fascista con un discurso conservador centrado en acaparar el descontento generado por las propias imposiciones económicas de la UE y el recelo hacia el elitismo progresista que esta ha acabado generando y el triunfo (como en el caso de España) electoral de ese mismo elitismo.”

Efectivamente, el Capital opera en todo el mundo con el mismo objetivo, obtener los mayores beneficios a costa de lo que sea, y se nos ofrece con diversos disfraces según la ingenuidad o el miedo que atenace a las masas: si la época lo exige con los de la socialdemocracia o si no con los del fascismo.

Si yo preveo que no habrá grandes cambios en la situación política y económica italiana después del triunfo de Meloni, en cambio sí me alarman las consecuencias nefastas que tendrá para las mujeres. Se producirá un retroceso importante en los derechos y avances sociales conquistados por el Movimiento Feminista en los últimos siglos. Italianas, véanse en el ejemplo de las polacas, de las húngaras, de las estadounidenses: la prohibición del aborto, la pérdida de oportunidades laborales, el regreso de la mujer al hogar y la violencia sin freno las amenazan. Porque las principales víctimas del fascismo siempre son las mujeres. 

Y que las españolas, aunque no tengan barbas, tomen buena cuenta de las italianas, porque el pasado se ha instalado en Europa.  

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