Alejandra Pizarnik, entre la imagen y la palabra

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Este pasado domingo se cumplían 50 años del fallecimiento de Alejandra Pizarnik (1936 – 1972). La escritora argentina transformó la poesía en castellano al darle un toque oscuro específicamente propio. El trágico final sobrevino tras una sobredosis de barbitúricos. Nacida el 29 de abril de 1936 en el Hospital Fiorito de Avellaneda, Alejandra Pizarnik reunió en torno a su persona muchos de los rasgos típicos de los “poetas malditos” que, como Baudelaire, Rimbaud o Artaud, concibieron la poesía como un acto absoluto, desdibujando los límites entre obra y autor, entre vida y texto.

Tras la publicación de sus primeros poemarios, Pizarnik pasó cuatro intensos años en París, en donde, además de entablar amistad con Octavio Paz, Julio Cortázar y Elvira Orphée, dio forma a sus libros consagratorios: “Árbol de Diana” y “Los trabajos y las noches”, este último ganador del primer Premio Municipal de Poesía (1965). Sin embargo, la confianza de Pizarnik en la palabra comenzó a resquebrajarse tras su regreso a Buenos Aires. La beca Guggenheim (1968) o la aprobación de una beca Fulbright (1971) no lograron vencer el desánimo de una escritora que, con graves problemas de salud, optó por morir en la madrugada del 25 de septiembre de 1972.

Pizarnik forjó una obra única dentro del panorama literario argentino. La indagación en la subjetividad, el diálogo constante con la muerte, la omnipresencia del erotismo y la sexualidad y la devoción por el lenguaje atraviesan la mayoría de sus poemas y textos, que están muy lejos de la “escritura automática” de los surrealistas. Por eso el pasado 22 de septiembre se inauguró en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires la exposición, “Alejandra Pizarnik. Entre la imagen y la palabra”, donde se exponen ya cientos de manuscritos, papeles y libros que pertenecieron a la poeta.

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