Ser anticomunista se ha puesto de moda gracias a Putin, que por ser un ex del KGB arrastra el sambenito de comunista como Suárez arrastró el de falangista toda su vida, cuando ni uno ni otro lo fueron más allá de lo que la supervivencia les pedía. Cada uno en su estilo y sus circunstancias se amoldaron a lo que convenía y llegado el momento de cambiar de chaqueta lo hicieron sin complicaciones morales, como el animal político que fue Suárez y es hoy Putin.
Si todo lo que haga ahora Putin es reflejo de su pasado comunista y del orgullo herido de un ex funcionario soviético, o no, es lo de menos, porque siendo lo que ha sido cualquier cosa que haga será cosa de comunistas, y ya se sabe que los comunistas son el mal en la Tierra.
Luego, si todo lo que hace Putin, que es ruso, además de comunista, es perverso, la consecuencia para cualquier persona de bien es ser anticomunista. Pero para llegar a ver a todos los rusos como comunistas no vale con que lo sea, o haya sido, Putin.
Es necesario que se haya abonado el terreno del imaginario común con historias sobre la maldad del comunismo, y como lo de los 100 millones de muertos y las comparativas entre Stalin, Leopoldo II y Hitler ya huelen un poquito, pues se recurre al documentalismo 3D en la televisión. Así, en cadenas como la DMax, Canal Historia, Documentos TV y otras se asiste a una sucesión de documentales con “historiadores y expertos” de todo tipo y pelaje ensalzando las increíbles construcciones que los nazis dejaron por media Europa.
Y todo ello en un tono laudatorio que nadie se explica cómo pudieron perder la guerra si eran tan buenos en todo lo que hacían. Se alaba su eficacia, su disciplina, sus soluciones técnicas, que se recrean con simulaciones que dejan con la boca abierta. Y junto a este ensalzamiento de los logros técnicos se omite que a pesar de esa ingeniera superior los nazis fueron aplastados por los soviéticos, esos semisalvajes, subhumanos de oriente, en la terminología aria, que estaban destinados a ser mano de obra de la raza superior.
En estos documentales descaradamente pangermanistas en alguna ocasión aparecen mencionados los aliados occidentales. Los soviéticos, que recuerde, nunca. Es como si los que llegaron a Berlín, Budapest o Viena hubiesen sido unos seres de los que la historia no guarda memoria.
Sin embargo, cuando hay que recordar a los soviéticos en Berlín, y lo tienen fácil con la foto de la bandera de la URRS sobre el Reichstag, se reduce su historia al muro y a la creación de la DDR. Los más de 20 millones de rusos muertos en la derrota del nazismo parecen no existir.
A esa línea de la creación del comunista, epítome de la maldad absoluta, también contribuyen las series de NETFLIX, como la titulada Los vencidos, donde un policía americano en plan vaquero -nunca se salen de cliché- ayuda a una absurda, por increíble, mujer policía berlinesa.
Todo en la serie transpira cartón piedra en una trama más falsa que un decorado de Disney. Y si todo está cogido con pinzas para realzar las bondades del héroe americano donde se esmeran en mostrar el realismo es en la imagen del despiadado comisario soviético Izosimov.
Izosimov es la crueldad personificada, el comunista despiadado que nadie querría tener por aliado, y si lo ha sido por los nazis y sus cosillas con gitanos, judíos, etc., hay que dejar claro que era por obligación: que los buenos son buenos, y los comunistas, comunistas. Por otro lado, tenemos a los frikis de la recreación histórica de la II Guerra Mundial, esos guerreros de juego de mesa, que, vestidos como los soldados de uno y otro bando, recrean sus batallas.
¿Pero se visten como los soldados de uno y otro bando? Pues no. En este caso no. Se visten como los soldados aliados occidentales o los alemanes, sin que los de URSS aparezcan, y en función del ego de cada uno de ellos con uniformes de oficiales o de tropa de los diferentes cuerpos.
En otros grupos hay más diversidad, incluso de republicamos españoles junto a facciosos rememorando batallas como la del Ebro, Guadarrama o la defensa de Madrid, y sólo en un caso hay uno que recuerde a los soviéticos.
La presencia de tropas americanas, inglesas es mayoritaria junto a la de alemanes como la de las Waffen SS “Leibstandarte” o la Fallschirmjäger, con sus correspondientes calaveras en sus uniformes. Los italianos, por muy fascistas que fuesen, no aparecen. ¿Falta de glamour?
De los soviéticos únicamente aparece una: Ispaniets. Y esa solitaria presencia es porque recuerda la actuación de los españoles que “combatieron en las filas del Ejército Rojo”. Si no, de qué.
Y así, entre Putin -remedo de Fu-Manchú-, los documentales sobre los increíbles logros de la raza aria, la ocultación de los soviéticos en la derrota del nazismo y la exaltación de la imaginería militar tenemos el blanqueamiento del nazismo y al anticomunismo viento en popa.