ZMO

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El pasado 4 de abril murió el Premio Nobel de Economía canadiense Robert Mundell a la edad de 88 años. Este fallecimiento fue cubierto por la prensa de todo el mundo como la muerte del padre intelectual del euro. Sin embargo, este titular es más que discutible. Robert Mundell no fue el padre intelectual del euro, sino más bien unos de sus padrastros más deshonestos.

Su nombre llegó a la primera línea económica europea a raíz de su trabajo de investigación de 1961 “A Theory of Optimum Currency Areas” [“Una Teoría sobre las Zonas Monetarias Óptimas”]. Este trabajo se encuadró dentro de las investigaciones previas al Tratado de Maastrich que tenían por objeto dilucidar las condiciones que debían cumplirse para que la Unión Monetaria Europea (UME) pudiera tener éxito. Así fue cómo Mundell introdujo en el debate el concepto de zona monetaria óptima (ZMO).

En su libro “La Distopía del Euro”, Bill Mitchell recogió las tres condiciones que según Mundell eran necesarias para conseguir una ZMO.

  1. Los ciclos económicos (tanto de bonanza como de crisis) de los diferentes países se producen al mismo tiempo y los países se enfrentan a consecuencias comunes si se ven afectados por un shock económico negativo, como por ejemplo una reducción del gasto privado. Por tanto, no deberían producirse shocks asimétricos de importancia que afectaran a una región o estado más significativamente que a otro. Una consecuencia de esto sería, por ejemplo, que las tasas de desempleo deberían ser similares en todos los países de la unión;
  2. Debería existir un alto grado de movilidad laboral y/o flexibilidad salarial dentro del conjunto de los países, de manera que, si el desempleo aumenta en un país, los trabajadores podrían desplazarse rápidamente a otro para encontrar trabajo. La movilidad también hace referencia a la inexistencia de barreras culturales e institucionales, (por poner un ejemplo, el derecho a percibir una pensión en un determinado país debería ser transferible en el caso de residir en otro sin que tal cosa conllevara ningún coste, y además no debería haber barreras idiomáticas).
  3. Existe una estructura para compartir los riesgos comunes, de manera que la política fiscal pueda transferir recursos sin ningún tipo de restricción desde los países que están mejor económicamente hasta los países que están peor”.

Desde el primer momento, y a día de hoy más que nunca, resultó evidente que en Europa ninguna de estas tres condiciones se cumplía ni siquiera remotamente. Desde hace mucho, las tasas de desempleo son mucho más altas en el sur que en el norte de Europa. Precisamente, una razón de que esto sea así es que las economías del sur son más sensibles a las crisis de gasto del sector privado. Por eso, la estabilidad económica del sur de Europa dependía en gran medida de las políticas de gasto públicas. Las propuestas que condujeron al Tratado de Maastrich y a la creación de la UME no solo no se hacían eco de esta realidad, sino que además proponían arrebatar a los gobiernos del sur de Europa los resortes de política fiscal que tradicionalmente habían permitido estabilizar las economías del sur durante los shocks económicos. Esta pérdida de soberanía no la suplía la creación del Banco Central Europeo. Dicha entidad iba a fundarse sobre una supuesta independencia y sobre una estricta austeridad del gasto que se cristalizarían en lo que después fue el Pacto por la Estabilidad y el Crecimiento. Por tanto, el Parlamento Europeo no sería un poder político dotado de la capacidad de gasto suficiente como para transferir a las economías en crisis los fondos necesarios para equilibrar aumentos importantes en sus niveles de desempleo.

Ni siquiera la segunda condición de Mundell, la que se refiere a la movilidad laboral, se cumplía. En Europa no solo no existe un demos europeo, sino que además las barreras idiomáticas y culturales son infranqueables para la gran mayoría de la población.

Todo esto dejaba bien a las claras que el camino emprendido por la Comisión Europea era una ruta suicida. Sin embargo, la Comisión nunca tomó en serio las indicaciones de Mundell y el concepto de ZMO. Por eso Mundell jugó un papel muy secundario en el diseño del euro. Sus investigaciones iban encaminadas a la construcción de una especie de Estados Unidos Europeos semejantes a los Estados Unidos de América, en los que el Congreso controla un presupuesto de alrededor del 25% del PIB norteamericano, mientras que el Parlamento Europeo antes de la pandemia del COVID solo controlaba menos del 1% del PIB europeo. Sin un órgano de gobierno suficientemente financiado y con un Banco Central Europeo empeñado en llevar a cabo ineficaces políticas monetarias en vez de políticas fiscales comunes, la UME y el euro estaban abocados al fracaso desde el principio.

He de reconocer que, pese a que no me considero europeísta, la construcción de unos Estados Unidos de Europa organizados en una ZMO no es una propuesta que me repugne. El sentimiento de fraternidad que siento por los pueblos iberoamericanos no lo siento por las personas de Polonia o de Rumanía, pero reconozco que sí que siento simpatía por la idea de una Europa cosmopolita tal y como la concibieron los pueblos hijos del Danubio, sobre todo su vástago más brillante Immanuel Kant. Creo que España puede y debe aprender mucho de esos pueblos, por ejemplo, en lo que se refiere a su conocimiento de lenguas extranjeras, una gran carencia en la cultura española. Una España políglota que eligiera una lengua administrativa común con el resto de países de Europa no es algo que, en el largo plazo, me parezca descabellado.

No obstante, ese europeísmo no puede parecerse en nada al actual europeísmo de la Unión Europea y del euro. No es posible construir una ZMO compuesta por un solo sector privado y 27 sectores públicos, como pasa actualmente. Una ZMO conllevaría la creación de un solo sector privado y un solo sector público donde un Parlamento Europeo democrático tuviera la capacidad de llevar a cabo las transferencias y las inversiones que garantizaran la igualdad de derechos de todos los europeos, así como la existencia de un Banco Central Europeo y un Tesoro Europeo controlados democráticamente por el Parlamento que llevaran a cabo una política fiscal a nivel europeo cuyos objetivos fueran el pleno empleo y la calidad de los servicios sociales. ¿Puede alguien imaginarse ese Parlamento Europeo bajo el gobierno de, pongamos por caso, un griego? Yo sí, pero en Centroeuropa y en Escandinavia esto es, simple y llanamente, inimaginable. He ahí los europeístas que son dichos países.

El principal enemigo de este verdadero europeísmo es la Unión Europea actual. Igual que desde Centroeuropa Kant nos hablaba sobre la paz perpetua entre los pueblos europeos y apenas 120 años después estalló la Primera Guerra Mundial, a día de hoy los principales valedores de la Unión Europea nunca aceptarían que sus superávits comerciales fueran compartidos por todos los europeos o que un Banco Central Europeo se gobernara bajo la máxima de que el déficit público correcto es el que garantiza el pleno empleo y la estabilidad de precios (no el que se ajusta a límites austericidas como los recogidos en la actualidad por el Pacto por la Estabilidad y el Crecimiento). Por tanto, la Unión Europea y el euro deben ser abandonados cuanto antes.

Mundell hizo muestra de una gran deshonestidad intelectual cuando, una vez instaurada la moneda única, tildó al euro como “un enorme éxito”. Su propia obra desmiente sus palabras y el concepto de ZMO sigue siendo válido a la hora de analizar las uniones monetarias que se puedan producir en el futuro.

Euro delendus est

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