II República: educación, cultura y poesía

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El presente artículo forma parte del especial que lanza El Común en conmemoración del 90 aniversario de la proclamación de la II República Española, proyecto referente de la izquierda transformadora de este país, que sigue aspirando a un régimen de democracia plena casi un siglo después de aquella experiencia.

Llamar a las cosas por su nombre, no hace falta más, no hace falta ser un poeta para saberlo. Cuando escuchéis hablar con la equidistancia del que trata de ocultar algo, cuando los políticos hablen con rodeos, cuando el verbo no indique sino un tiempo detenido, cuando las florituras sintácticas de los dueños de los medios de comunicación atraviesen tu ventana mientras los problemas reales permanecen escondidos piensa que no siempre fue así, hubo un tiempo en el que los poetas hablaban con ternura de los pueblos, en el que los poetas descendían a tierra, se comprometían con las necesidades del pueblo y se transformaban en maestras y maestros. Eso sucedió con la II República que hoy recordamos.

Basta un pequeño párrafo para recordar lo que supuso en cuanto a cultura y educación. Promoción de la investigación y divulgación científicas, impulso a las artes plásticas, a la música y a la danza, aplicación de políticas culturales al mundo del teatro y al mundo editorial. El fin era despertar a la población de su profundo sueño de ignorancia y concienciarla progresivamente en relación a su necesaria participación en la vida pública. Incorporación de las mujeres en la historia del país, Victoria Kent o Clara Campoamor en la política, las mujeres que se quitaron el sombrero en la puerta del sol para descongestionar sus ideas y mostrarse deseosas, que no objeto de deseo: Maruja Mallo, Margarita Manso, Ángeles Santos, Concha Méndez, Marga Gil Roësset, la filósofa María Zambrano o las poetas María Teresa León, Ernestina de Champourcin, Josefina de la Torre o la escritora Rosa Chacel estuvieron muy cerca de ser el referente necesario de las mujeres españolas.

Con más del 50% de analfabetismo, los esfuerzos de la II República fueron titánicos. Se propuso crear más de 27.000 escuelas en 4 años y se hubiera conseguido si no es por el bienio negro de 1933-35 donde todo el esfuerzo inicial con casi 14.000 escuelas creadas desde 1931 a diciembre de 1932, se fue al traste por la negativa de los poderosos y de la iglesia a que el pueblo saliera de su sumisión ignorante. Lo mismo puede decirse de las maestras y maestros republicanos, entre 1931 y 1933 se contratan 7000 nuevos maestros y se les sube el sueldo un 15%. Pero fue más importante su inclusión en el programa universitario creándose la sección de pedagogía en las facultades de Filosofía y Letras. Todos los niveles de la educación fueron reforzados, desde la educación primaria, hasta el bachillerato y la universidad. Se implantó la coeducación uniendo por primera vez a chicas y chicos en un mismo aula. Se deroga el “Plan Callejo” de obligatoriedad de estudiar religión y se permitió el estudio del euskera y del catalán. Se aplicaron planes de estudio flexibles y modernos en las Universidades de Madrid y Barcelona reforzando así la libertad de cátedra. Muchos investigadores del momento se aprovecharon de estos avances para iniciar una carrera internacionalmente reconocida como el médico Santiago Ramón y Cajal, los humanistas Claudio Sánchez Albornoz, Américo Castro o Ramón Menéndez Pidal, el físico Blas Cabrera o el matemático Julio Rey Pastor.

Hay que recordar lo que supusieron también las llamadas “Misiones Pedagógicas. Eduardo Haro Tecglen lo definió así: “iban por pueblos de hambre y miseria, y desde una cultura elevada llevaban romances, canciones, representaciones, a gentes que no sabían, literalmente, leer: pero que de pronto entendían, se veían a sí mismos representados, y a sus problemas: y reían, y gozaban.” Es decir, se trataba a los españoles como a personas inteligentes. Una de las razones de la guerra era que los sectores económicos favorecidos, los terratenientes, la iglesia, la banca, querían que el pueblo siguiese en un estado de indigencia económica, moral y racional y despertar intelectualmente a un pueblo humillado y ultrajado es, quizás, lo más revolucionario que se intentó en esta época. Las misiones estaban presididas por Manuel Bartolomé Cossío y en el equipo estaban Antonio Machado, Pedro Salinas, María Moliner, Luis Bello o Rodolfo Llopis. Se establecieron servicios itinerantes de bibliotecas con el resultado de más de 5000 abiertas durante estos años con la adquisición de más de medio millón de libros para dotarlas. A su vez, obras de teatro, reproducciones de obras de los grandes museos del país, cine, guiñoles y música, constituían el legado de estas misiones y más aún sabiendo que se pusieron en marcha por personas que no cobraban por ello. El legado desinteresado estaba representado por el poeta Luis Cernuda en la Coordinadora de Servicios de bibliotecas, por María Moliner de Archivera-Bibliotecaria de Valencia o por Juan Vicens de la Llave como Inspector de la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros. Como ya hemos visto, mención aparte merece el esfuerzo del teatro en estas “Misiones Pedagógicas”. Encuadrada en la Unión Federal de Estudiantes Hispanos, La Barraca, con Federico García Lorca y Margarita Xirgu llevó por las zonas rurales del país las obras de Lope de Vega. Menos conocida es la Compañía de Teatro Proletario del escritor comunista peruano César Falcón junto con la escritora feminista Carlota O’Neil con obras de Maiakovski y teatro revolucionario de denuncia social.

Pero la poesía es, tal vez, lo más destacable con la mejor generación de escritoras y escritores desde el Siglo de Oro. Pasado ya el desengaño colonial de 1898, la nueva generación crece entre la poesía pura de Juan Ramón Jiménez y el culto a Góngora. Pero los recados de la vanguardia comenzaron pronto a hacer mella en el espíritu de la joven poesía española escribiendo una poesía más intelectual y buscando la esencia de las cosas. El grueso de esta generación se iba a ilusionar con la República e iba a aspirar a construir un país moderno que saliera de las sotanas y las sacristías y respirara un poco de aire europeo. De estos años son “Poeta en la calle” de Rafael Alberti (1931-35), “Poeta en Nueva York” (1930 publicado en 1940) o “La realidad y el deseo” de Luis Cernuda (1936). La Guerra Civil iba a despertar un nuevo torrente de expresión poética en una nueva producción conocida como “Nuevo Romancero” en revistas como “El mono azul” o “Cruz y raya”. La propaganda en el bando republicano se llevaba a cabo también en las llamadas “Hojas volanderas” panfletos poéticos en romance escritos de modo anónimo o con seudónimo donde se denunciaba la explotación sufrida por la clase trabajadora, se hacía sátira, loa o se expresaba la satisfacción de la lucha con una gran conciencia revolucionaria. Estas hojas se distribuían en el frente y gustaban mucho a los soldados. Es de reseñar la antología “Poetas de la España Leal” editado por Emilio Prados con poetas como Antonio Machado, Rafael Alberti, Manuel Altoaguirre, Luis Cernuda, Juan Gil-Albert, Miguel Hernández, León Felipe, José Moreno Villa, Emilio Prados, Arturo Serrano Plaja y Lorenzo Varela.

Es interesante resaltar cómo estaba la cultura en tiempos de guerra. En Madrid y Barcelona, que es de donde se tienen más datos, había diecinueve salas de teatro abiertas al público y nueve cines que proyectaban películas soviéticas y de los hermanos Marx, esto sólo en la capital, en Barcelona había más de cuarenta cines. En lo referente a los periódicos y revistas se contabilizan más de quinientas, editadas por las y los trabajadoras, sin patronos y eso sin contar las publicaciones de partidos, sindicatos y brigadas que se contaban por docenas. El acceso a la cultura siempre estuvo asegurado para la población porque la República lo consideraba importante, no sólo como medio de propaganda sino también como método pedagógico.

Así llegamos al II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, que tuvo lugar entre el 4 y el 17 de julio de 1937, en medio de la guerra en tres ciudades bajo las bombas, Valencia, Madrid y Barcelona, además de París, con el apoyo de la Alianza de Intelectuales Antifascistas. Las ponencias revolucionarias sobre el papel de los intelectuales y del arte sorprenden aún hoy por su audacia. Algunos de los que asistieron y presentaron trabajos fueron los franceses Julien Benda, André Malraux, Tristan Tzara y Louis Aragon; los alemanes Bertolt Brecht y Theodor Balk; el inglés Stephen Spender; los soviéticos Ilya Ehrenburg y Alexis Tolstoi; el estadounidense Langston Hughes; el mexicano José Mancisidor; los cubanos Nicolás Guillén y Juan Marinello; el peruano César Vallejo; el chileno Pablo Neruda; el argentino Raúl González Muñón, y los locales María Zambrano, Margarita Nelken, Rafael Alberti, Miguel Hernández, María Teresa León y Antonio Machado, por ejemplo, como destacado entre veintisiete nombres patrios. Así cobraba fuerza el apoyo de los intelectuales hacia España, y hacia la representación local de su sector: la Alianza de Intelectuales Antifascistas.

El fascismo era enemigo del arte y de la cultura, internaba a los poetas en campos de concentración, perseguía a los escritores y quemaba sus libros y resaltaba el aspecto más embrutecedor del mismo como señalaba Schneider: “[…] esta lucha pone en juego la cultura, y con ella la libertad, la independencia, la dignidad humana, condiciones de toda creación. […] Ayudar a los españoles contra el fascismo es querer el éxito de este pueblo […] y es querer además que con esta victoria sean salvados el destino humano de la cultura, la libertad y la independencia de todos los hombres y de todos los pueblos.” [Citado en L. M. Schneider: Inteligencia y Guerra Civil Española.]

Hay un dato muy reseñable, que la producción poética durante este período fue sobresaliente y poetas de todo el mundo escribieron a favor de la República y en contra del fascismo. Esto fue posible gracias a un fenómeno curioso donde miles de soldados, campesinos, obreros y escritores anónimos se quisieron expresar en verso y se conocen más de 20.000 poemas impresos durante la Guerra Civil en periódicos locales, revistas, hojas volanderas o antologías, cosa que no se produjo en el bando contrario porque la reacción no apela a la épica sino a la fuerza bruta y ahí la poesía brilla por su ausencia.

Dentro de la enorme tradición poética de la España contemporánea no se pueden obviar al menos estas tres publicaciones que en diversos formatos difundieron la poesía, las letras y la cultura. La revista literaria “Octubre” fue la primera publicación del estilo identificada de lleno con la izquierda (1933, fundada por Rafael Alberti). La segunda fue “El Mono Azul”, surgida de la sección española de los intelectuales antifascistas (1936, también creada por Rafael Alberti en compañía de José Bergamín). Luego apareció “Hora de España”, vinculada a un espectro más amplio de la cultura (1937, con Antonio Sánchez Barbudo y Manuel Altolaguirre, entre otros, como responsables).

Dentro de las antologías con el uso del romance, que arraigó en el pueblo gracias a su musicalidad, destacan: “Poesía de Guerra” (Madrid, 1936); el “Romancero de la Guerra Civil” (Madrid, 1936) editado por M. Altolaguirre, que recopiló treinta y cinco composiciones de veinte autores; el “Romancero General de la Guerra de España” (Madrid-Valencia, 1937) que editó Emilio Prados con más de trescientas composiciones; o la antología de ese mismo año que editó Hora de España: “Poetas en la España Leal” de la que ya hemos hablado anteriormente.

Esta poesía revolucionaria española pervivió en los poetas posteriores y fue, in extremis, la que creó la llamada “poesía social” de los años 50, con autores como Gabriel Celaya, Blas de Otero o José Hierro entre otros quienes veían en la poesía un instrumento para cambiar el mundo, “un arma cargada de futuro”, como dijera Celaya. En este sentido, ¿Debe ser neutral la poesía en un mundo en el que siguen existiendo injusticias palmarias? ¿Existe una España que crea poetas y otra que los fulmina? ¿Es necesaria la labor poética en este momento crítico de nuestra historia? ¿Se está repitiendo la misma historia otra vez con el advenimiento del nuevo fascismo? ¿Seremos capaces de unirnos en una nueva Alianza de Intelectuales Antifascistas? ¿Es necesario ahora un nuevo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura dadas las circunstancias acaecidas en Europa y en el mundo donde la cultura está siendo olvidada y relegada a un simple adorno? Seguimos estando en una permanente guerra ideológica y la estamos perdiendo, de ahí la importancia crucial de la poesía, de las y los poetas que una vez quisieron sacarnos del atraso ancestral de nuestra patria y lucharon, perdieron y murieron pero que, sin embargo, nos dejaron sus versos para seguir soñando con un país mejor. La Forja de la conciencia de los individuos es el legado de la poesía republicana y revolucionaria de este tiempo, ¿Cómo sería España ahora si hubiera triunfado la República y la mejor generación de poetas de nuestra historia moderna? ¿Cómo sería España sin aquellas fuerzas que la están lastrando continuamente? ¿Estamos dispuestos a volver a luchar? ¿Alguien quiere hacer versos conmigo?

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