La educación sexual IV: El control del cuerpo (El confesor)

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El confesor es la figura central en el control de la moral en lo relativo al sexo. Sin él no se llega a conocer en profundidad en qué manera lo dispuesto por la jerarquía eclesiástica llega a ser de verdad aplicado en la vida más íntima, y teniendo en cuenta que uno de los aspectos más importantes en la disciplina católica es la penitencia y cómo ésta se administra a través del confesor, auténtico agente de control de la vida de cada feligrés, y especialmente feligresa, conocer su influencia es fundamental.

Es a partir del IV Concilio de Letrán (1215) cuando la Iglesia católica establece la obligación de la confesión anual. Es el momento en que el confesor se convierte en un agente de primer orden de transmisión de la moral y de manera directa sobre el atribulado/a pecador/a. Nunca llegaron a pensar los doctos conciliares la importancia que tendría esta medida. ¿O sí?

En la homilía, en el sermón con motivo de la Pascua o de cualquier festividad se podía amenazar con el infierno, pero es en la confesión, cuando el que se arrodilla ante el cura está más indefenso y es más influenciable. Es el momento de entrar a saco en la conciencia, de marcar las normas y de avisar al pecador a lo que se expone si no sigue las indicaciones de la Santa Madre Iglesia.

Pero que la confesión fuese obligatoria llevó a afrontar un problema en el que noise cayó al principio: No había sacerdotes con la suficiente preparación, especialmente entre el clero rural para atender a las dudas de los pecadores contra el sexto, ni una posición eclesial bien estructurada para usarla como referencia. Faltaba lo que los comerciales llaman hoy un vademécum de venta.

Y ahí surgió, sobre toda a partir del Concilio de Trento (1545-63) un problema de puesta al día. De modo que se empiezan a escribir por obispos y teólogos manuales para que los curas, especialmente los menos formados, tuvieran un recetario de preguntas para entrar hasta lo más recóndito del alma del pecador y respuestas a las dudas que se le planteasen. Tenían que saber qué decir y preguntar para afianzar el papel del hombre en la sociedad, pues si Dios es el Rector Supremo, el Papa su delegado en la Tierra, el Rey su imagen en lo terrenal, el marido lo es en lo cotidiano, por lo que la formación de los curas se dirige a fiscalizar las conductas sexuales de la mujer antes que cualquier otra y a hacerla entender a esta su deber y papel en el orden natural del universo.

Y surge un nuevo problema: ¿Cómo escribir un manual que sea claro sobre lo que sucede en el matrimonio y oriente sobre qué hay que preguntar al pobre cura rural? Porque “Este vicio [de la lujuria] es el que más daño haze en el mundo por ser más universal en él la pelea, y más rara la victoria”, decía el teólogo Bartolomé de Medina (1591) Y añadía “en este vicio de luxuria, no solamente se pecca con la obra, sino también con el desseo”, de modo que la confesión era el espacio para repasar la vida externa e interna del pecador, y especialmente de la pecadora, hasta el infinito. Algún manual llega a ser tan explícito en las preguntas que se puede considerar literatura erótica sin ningún tapujo.

Ese es el caso de “El fuero de la conciencia o Diálogo entre un confesor y un penitente a propósito del sexto mandamiento” (1704), de Fr. Valentín de la Madre de Dios (Carmelita Descalzo), considerado como “la única obra erótica autorizada del siglo XVIII” por la Iglesia católica. Era una guía de preguntas y respuestas a modo de ejemplo, que se agrupaban por capítulos: Pecados contra natura, Sacrilegio, Adulterio, Incesto, Estupro y rapto, Simple fornicación, Palabras y pensamientos deshonestos y Uso matrimonio.

Y en todos había que decir cómo, con quién, cuántas veces, si se gozó, etc. Un interrogatorio en toda regla del que no escapaba nadie y que daba un control sobre la vida privada de los feligreses que ninguna organización ha tenido nunca.

Entre los más graves pecados estaban las “molicies”: masturbación y los tocamientos voluntarios; eyacular fuera del “vaso natural”» y la “bestialidad”. Luego iban las posturas inapropiadas (modo animalium) por “ser culpas mortales gravissimas y abominable” (Alcocer 1592).

Si bien el eyacular fuera del “vaso natural” para Bartolomé de Medina sí era admisible en clérigos, pues existe “causa lícita”; ya que “una cosa de notar para hombres spirituales, y que tratan con mugeres, que muchas vezes estos tales, por hablar con ellas, sienten ciertas titillaciones y humedades, sin quererlo, no es de temer pecado mortal … por oyr uno confessiones, o estudiar las materias que tratan de cosas venéreas, … padeciesse esta immundicia, no seria peccado”. Qué pillín.

Sólo en el siglo XVIII en España se publicaron 47 manuales de este tipo, que se reimprimieron decenas de veces, pasaron al XIX y llegaron hasta el XX, siendo los franciscanos y los dominicos los más prolíficos autores. Y de este afán controlador surgió un problema y no menor, pues si preguntas si has pecado contra natura, lo mismo el penitente, al que ni se le había pasado por la cabeza que eso se pudiese hacer, se le encendiese una lucecita y se dijese “eso será gozoso”, y ya la tenemos liada. Para evitar este efecto indeseado se aconseja al confesor que “en materia de lujuria procure usar de voces muy honestas serias y cautas”, no fuese a ser que por curar un pecado se diese lugar a otros más deshonestos y perversos. No salimos de una y nos metemos en otra.

Y ojito con las penitencias, no había que pasarse en ellas, pues si se mandaba a una mujer adúltera que ayunase o hiciera una penitencia muy evidente, que no fuese de manera que el marido pudiera sospechar la infidelidad. Que salvabas un alma, pero te cargabas un matrimonio. Había que ir con pies de plomo en lo penitenciar.

Si bien el control es sobre ambos sexos, la mujer recibe una especial atención, ya que a la de su conducta sexual tiene además que cumplir con su papel de madre, esposa, hija o viuda, y todos ellos sujetos al hombre o tutor legal, hombre. ¿Ha cuidado de la casa y cumplido los deberes de obediencia al marido? “[es pecado] si la mujer es inobediente, contenciosa, desaliñada, y negligente en el cuydado de su casa. Item, si se sale de casa de su marido contra su voluntad”. Una característica del control del confesor era que ante el pecado siempre ella recibiría una penitencia más dura.

Con el tiempo estos manuales y la pérdida progresiva de influencia de la Iglesia católica en la vida de diaria hizo que el control por el confesor fuese perdiendo fuerza. Según las ciencias naturales, los filósofos naturalista se afianzaban como principios de autoridad en la explicación de los fenómenos naturales y del mundo frente a la religión, según el Siglo de la Luces y la Ilustración ganaban peso y el sacerdote lo perdía el peso de la religión tendía a difuminarse; pero estos cambios no son de un día para otro, y los “científicos” de la época, por mucho que apareciesen como ateos o librepensadores eran hijos de su época y el peso de la superstición religiosa en lo tocante al sexo seguía estando vigente, de modo que pudieron reemplazar a los curas y dar carta “ciencia” a las barbaridades que la religión había dicho a lo largo de siglos. Ahí vinieron al quite los médicos y sus admoniciones salubristas sobre el sexo. La “ciencia” al rescate de la fe.

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