Bueno, no es Trump. Bueno, no son los republicanos

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―Escúcheme, señor embajador. A la mierda su parlamento y su constitución. EEUU es un elefante. Chipre es una pulga. Grecia es una pulga. Como estas dos pulgas sigan picando al elefante, sencillamente serán aplastadas con la trompa del elefante. Bien aplastadas. Pagamos muchos dólares americanos a los griegos, señor embajador. Como a su primer ministro se le pase por la cabeza darme una lección de democracia, él, su parlamento y su constitución no durarán mucho.

A pesar de su tono chuloputesco, esta amenaza rastrera no la hizo un proxeneta de la Casa de Campo madrileña. Como pueden intuir leyéndola, la hizo un presidente de Estados Unidos a un gobierno electo por su pueblo, en concreto el gobierno de Georgios Papandreu. No fue a una pequeña república centroamericana, fue a Grecia, el país de nacimiento de la democracia y de la civilización occidental.

Pero lo más importante en el contexto del que me propongo hablar: no la hizo Donald Trump. Tampoco Richard Nixon, Ronald Reagan o cualquiera de esos energúmenos prepotentes que conocemos del Partido Republicano. La hizo un demócrata. ¡Y qué demócrata! Lyndon Baines Johnson, seguramente el hombre con más muertos a sus espaldas después de la Segunda Guerra Mundial. Pueden buscar el rastro de sus tropelías no sólo en Vietnam, el país en el que todos piensan al nombrarlo, o en Grecia, como acaban de ver. La obra de Johnson se extendió por Brasil, por la República Dominicana, por Indonesia y por los mismos Estados Unidos.

Lo que me propongo decir con esto a pocos días de las elecciones estadounidenses es que el Partido Demócrata, del que muchos en Europa esperan estúpidamente maravillas, no es en absoluto mejor que el Republicano. Presidentes tan idealizados como John Fitzgerald Kennedy o Jimmy Carter fueron responsables de acciones como el desembarco de Bahía de Cochinos, el embargo a Cuba que se extiende hasta nuestros días a pesar de que en las Naciones unidas se ha votado varias veces su levantamiento, o la Operación Ciclón, aquella en la que la democracia ejemplar del mundo comenzó a armar a los integristas islámicos de Afganistán ante el temor a un gobierno socialista en el país centroasiático. Y muy anterior a la intervención soviética, en contra de lo que nos ha vendido Rambo III. De hecho, otro objetivo de este proyecto era enfangar a los soviéticos en una guerra complicada y difícil como lo había sido la de Vietnam para los Estados Unidos.

Y por supuesto, llegando ya a épocas relativamente recientes, Bill Clinton no es una excepción. Su obra en la antigua Yugoslavia es perfectamente visible hoy, así como sucesivas operaciones en Irak, Sudán y Afganistán, que no pocos analistas consideran que fueron utilizadas como cortinas de humo ante sus líos de faldas. Líbrenos el Señor, pues, de que un presidente demócrata tenga un affaire amoroso fuera del santo matrimonio.

El último presidente demócrata, Barack Hussein Obama, ha quedado en la memoria colectiva siendo conocido popularmente como Bombama. Conviene recordar que este presidente que venía de la vapuleada comunidad afroamericana (aunque desde luego, socialmente era blanco, y también parcialmente en términos familiares) y que fue recibido con un Nobel de la Paz desencadenó la guerra de Libia que se extiende hasta nuestros días, construyó más kilómetros de muro fronterizo que Trump y comenzó la intervención de su país a favor de esos «rebeldes Moderados Sirios» que hace unos días se manifestaron en la última provincia que controlan en apoyo al terrorista que asesinó al profesor francés Samuel Paty.

No quisiera que no aparecieran estas declaraciones de Hillary Clinton sobre la intervención en Libia en este artículo. Recuerden que es la mujer de Bill Clinton, que era la Secretaria de Estado cuando aquello ocurrió, y que también fue candidata demócrata
despertando las mismas absurdas esperanzas que todos. La noticia es de El Confidencial

Pues bien, su vicepresidente, Joe Biden, es el candidato demócrata que se opone al malvadísimo Trump. Verán, Biden, antes de ser vicepresidente votó a favor de la guerra de Irak e hizo declaraciones muy duras contra el presidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero cuando sacó a las tropas españolas de aquel país. Como vicepresidente volvió a enfrentarse a Zapatero cuando este retiró las tropas españolas de Kosovo, el enésimo intento de los USA de conseguir que alguno de esos países fantasmales que de cuando en cuando surgen en los Balcanes les permita tener una base en el Mediterráneo oriental. ¿Recuerdan la obra de Clinton en la antigua Yugoslavia?

Ya llegando a estas elecciones, no olvidemos que los simpatizantes del partido demócrata habían mostrado sus preferencias como candidato por Bernie Sanders. No se equivoquen, Sanders, a pesar de definirse como socialista, no pasaba de ser comparable a un socialdemócrata tibio, salgo así como un blairista británico o un felipista español. Pero se definía como «socialista» en un país adoctrinado por más de un siglo de propaganda capitalista a ultranza y neoliberal de los 80 a nuestro días. Claro, el poder financiero reaccionó. Con una campaña sucia con noticias que retrataban a Sanders como amigo de la URSS, con lo terrible que es eso, lograron atajar su carrera a la nominación.

Y bueno, ya en campaña hasta Obama ha salido a intentar desmentir por todos los medios cualquier relación de Biden con el socialismo. Como si hiciera falta, dirán ustedes, pero recuerden, ese pueblo es el estadounidense. Biden, a su vez, dijo tres días antes del momento en que escribo este artículo que se preocupará más que Trump de los cubanos y venezolanos. Solo tienen que ver su recorrido en Twitter, por ejemplo, para saber que eso significa que promete dar más caña a los gobiernos de ambos países y más facilidades al «exilio» de millonarios de Miami.

Con este recorrido, acabo este artículo preguntándome cómo aún es posible que haya gente en Europa que espere nada de ningún político americano. Cuando escribo estas líneas no sé quién ganará, pero tengo una cosa clara: el Partido Demócrata es tan de extrema derecha como el Republicano. Biden, de ser elegido, haría lo mismo que Trump, pero sin estridencias, y le reirían las gracias por no ser Trump. Esto es lo que hay.

De todas maneras, quiero concluir esta columna con un dato para la esperanza: aunque Sanders no era una maravilla, el hecho de que quisieran presentarlo como candidato indica que muchos norteamericanos quieren buscar una alternativa a esa oligarquía que en verdad les manda. Michael Moore, un hombre al que a pesar de sus tics de progre americano conviene seguir, dice que 100 millones de estadounidenses no votan, porque se han dado cuenta de que en las circunstancias actuales no sirve de nada. Y esto se traduce en las tensiones que se ven en los últimos tiempos. Podría ser con todo ello que el pueblo norteamericano, que es humano, y por tanto tan maravilloso o tan nefasto como cualquier otro, esté más cerca de darse cuenta de lo anómalo de su situación de lo que parece.

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