La Decadencia de Occidente: Zizek vs Han

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Uno tiene la sensación de que está viviendo en un momento esencial dentro de la historia de la humanidad. Estamos inmersos en la vorágine de una distopía. Tenemos la constancia de que nuestro modo de vida ha concluido y de que la historia va a encaminarse en breve por unos derroteros extraños y difíciles de conjeturar.

Nosotros, seres arrojados al mundo, observamos cómo se desentraña esa gran madeja de la historia sobre la cual se desarrollan los acontecimientos importantes. En resumidas cuentas, estamos asistiendo a la decadencia de occidente.

Un estudio de la revista Journal of Democracy de título “The Signs of Deconsolidation” analiza una serie de encuestas, realizadas por la entidad European and World Values Survey en una serie de países occidentales entre los años 2010 y 2014 realizándose la siguiente pregunta: “¿Es esencial vivir en democracia para usted?”, mostrando el tanto por ciento de personas que responden “SÍ” a dicha pregunta, divididos según la década en la que nacieron.

Lo terrorífico de las gráficas es que en Reino Unido, EE.UU., Australia, Nueva Zelanda, Países Bajos o Suecia, se da el caso de que según nos vamos acercando al presente cada vez es menor el número de personas que responden “Sí” a esa pregunta. La juventud ha dejado de creer en la democracia.

Dentro de estas mismas encuestas se hizo la pregunta de la opinión de los encuestados sobre la posibilidad de que un “líder fuerte” rija los destinos del país “sin parlamento ni elecciones”. Si nos vamos a los nacidos en la década de 1980, la opinión favorable a los “líderes fuertes” es del orden del 45%. ¿Qué está ocurriendo? ¿Está occidente acabando su historia? ¿Estamos ante la caída de la democracia? Todas estas encuestas y estudios son muy anteriores al evento que hoy nos ocupa pero nos hablan de una tendencia peligrosa en el entorno occidental. No es de extrañar que fuerzas poco o nada democráticas campen a sus anchas en Europa o que en el mundo abunden los líderes autoritarios como Trump, Bolsonaro u Orbán.

En esta perspectiva a nadie se le escapa que la sensación general es de cambio brusco. Millones de personas en el mundo están cuestionando el orden actual. Para algunos el neoliberalismo ha conseguido lo contrario de lo que se proponía. Al incidir en políticas de austeridad y al brindar la oportunidad a las empresas de tributar en paraísos fiscales y producir en lugares baratos, léase China y el sureste asiático por ejemplo, se ha conseguido dejar desabastecido occidente en el momento más crítico y cuando más necesitaba crear una red sólida para abastecer de mascarillas y equipos de protección a sus sanitarios. El mercado estaba tan saturado que todos los países han decidido volver a una especie de proteccionismo y se están planteando en los entornos económicos y sociales volver a una autarquía limitada pero formal para que la repetición de una crisis similar, a todas luces posible, no nos pille otra vez con el pie cambiado.

Resulta muy curioso comprobar cómo los adalides del neoliberalismo más atroz le piden casi de rodillas al estado que les salve, el mismo estado que han tratado de tumbar desde los tiempos de la Escuela de Chicago. En esta tesitura existen dos tendencias contrarias que nos proponen cosas diferentes con respecto a la salida de la crisis actual de la COVID-19. Ambas inciden en la muerte del sistema actual pero una es una salida más democrática y la otra, sin embargo, una salida autoritaria.

Es la lucha de dos filósofos y dos visiones contrarias de la realidad, estamos hablando del filósofo esloveno Slavoj Zizek y el filósofo surcoreano de escuela alemana Byung-Chul Han. Zizek considera que la pandemia ha dado un golpe global al capitalismo. Ve en la respuesta de los gobiernos occidentales un remedo de “comunismo” dado el intento de colaboración global que se observa en la población y una suerte de regulacionismo de la economía por parte de los estados. Comenta que el virus derribará el populismo nacionalista que busca cerrar fronteras y fomentará la cooperación mundial. Como he señalado anteriormente, Zizek comenta que la globalización del mercado ha destruido la capacidad de los países para fabricar respiradores y mascarillas. Termina sus artículos diciendo que la solidaridad y la colaboración global no son un idealismo, sino un acto racional, que es lo único que puede salvarnos.

Por su parte Byung-Chul Han opina que el capitalismo, lejos de encontrar un abrupto final, continuará con mucha más fuerza. Viene una era de regímenes autoritarios. El virus ha conseguido que la ciudadanía apruebe una mayor vigilancia digital, como sucede en China y en otros países de nuestro entorno, y un mayor control policial por parte del estado. Aquí mismo el Estado de Alarma ha fomentado el uso indiscriminado de la Ley de Protección Ciudadana, también llamada “Ley Mordaza”, definiendo un estado policial y una especie de nuevo Gran Hermano pactado gracias al miedo de la ciudadanía. El virus logrará lo que el terrorismo no pudo conseguir: el estado de excepción pasará a ser la situación normal. El virus nos aísla e individualiza aún más de lo que estábamos y no está generando ningún sentimiento colectivo fuerte. Es el sálvase quien pueda. La ley de la jungla. Termina diciendo que el capitalismo no colapsará por un virus, sino por una revolución humana.

Quizá lo inteligente sea estar prevenidos a cerca del intento de advenimiento de un futuro fascista, ser partícipes de lo que nos estamos jugando y saber coger lo mejor de los dos mundos (capitalismo y comunismo) para avanzar. Resulta pertinente aceptar que para salir de esta vamos a necesitar salir del estrecho corsé de la austeridad. El estado va a endeudarse sí o sí. La cuestión es cómo vamos a pagar electoralmente todo esto. ¿Qué va a elegir occidente? ¿Preferiremos liderazgos fuertes y coercitivos? ¿Salvaremos la democracia gracias a ideas comunistas? ¿Valoraremos lo común por encima del exceso de individualismo que nos ha llevado a no poder afrontar adecuadamente los problemas causados por el coronavirus? Solo una objeción, el camino intermedio entre comunismo y capitalismo ya existía en Europa tras las II Guerra Mundial, se llamaba socialdemocracia, e incidía en un mejor reparto de la riqueza, la importancia de la protección social y la permanencia de un fuerte sector público (Aplíquese aquí el artículo 128 de nuestra Constitución). Quizá debamos retornar a pasadas experiencias de éxito.

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