Una de las características principales del nuevo tiempo que nos toca vivir es la transformación y perdida de sentido que ha sufrido en los últimos años la militancia obrera y popular, Pablo Iglesias lo explicaba bastante bien durante el proceso de preparación del congreso fundacional de Podemos, lo que ellos llamaron Vistalegre I, «no queremos un partido de delegados al uso», para desgranar después diferentes elementos en torno a la tecno-política y la supuesta horizontalidad y participación que iba a existir en Podemos.
Los Partidos «de delegados» han sido durante el ultimo siglo y medio, junto al sindicato, la principal expresión organizativa de las clases populares a lo largo del globo y especialmente en Europa. De los primeros círculos obreros, centrados en las problemáticas locales e inmediatas de los trabajadores de una zona geográfica determinada o de un centro de trabajo concreto, se pasó, en un lento proceso de maduración política y organizativa, a grandes partidos con implantación nacional, que podían hacer valer los intereses de los trabajadores a escala nacional e internacional.
Estos partidos poseían dos características, el principio de representatividad, mediante el cual uno de los militantes (normalmente el más destacado) representaba al núcleo de base que lo elegía, y el principio de organicidad, consistente en el respeto de las decisiones de los órganos de los diferentes niveles del Partido, tras debate libre y abierto de las mismas. Sin lugar a dudas, de esta forma se primaba lo colectivo frente a lo individual y se construía un gran mecano donde la capacidad organizativa de militantes y cuadros del partido se veía potenciada. Además, la fortaleza organizativa de determinados sectores de esa organización iba a favorecer a estos a la hora de resolver los conflictos internos que aparecen de forma natural en cualquier organización humana. Junto a los argumentos y las buenas palabras, habría que demostrar con los hechos que se tenia el respaldo mayoritario de la organización.
Frente a esa cosa gris y anquilosada que para Pablo Iglesias eran los partidos obreros clásicos, nos prometieron una nueva era de luz y color, donde a través de las tecnologías se iban a superar las tediosas reuniones, a los burócratas y trepas sin talento, a los oportunistas que suplantan la voluntad de sus bases después de que son electos, a los políticos profesionales que un día dicen una cosa y luego otra, y se iba a garantizar una participación plena y armoniosa, sin conflictos internos y donde las ideas de «los mejores», de los más capacitados, iban a abrirse paso sin problemas porque eso es de «sentido común».
Claro que quien compare esas promesas con la realidad actual, se puede dar con un canto en los dientes. El Partido político que venía a impugnarlo todo ha caído en las mismas transgresiones que cualquier partido convencional. Podemos es, hoy en día, poco menos que una red de cargos institucionales mal avenidos entre ellos, de oportunistas que un día dicen una cosa y luego otra, con infinidad de conflictos internos y escisiones, con sus burócratas sin talentos y con sus bases desmovilizadas y desmoralizadas en su casa, que a lo mejor hacen campaña electoral (porque de otra actividad militante ni hablemos) si el candidato por su circunscripción les cae bien y a lo máximo que pueden aspirar es a darle a me gusta a alguna publicación de sus lideres en redes sociales o votar si o no en algún plebiscito trampa que sus dirigente les presentan como «o esto que os propongo o el caos».
Y oigan, no se piensen que escribe uno estas cosas con mentalidad inquisidora, hasta cierto punto se puede llegar a aceptar cierto porcentaje de miseria personal y de errores humanos en una organización política, pero lo que desde luego es inaceptable es que eso sea una dinámica constante que redunde en una menor capacidad organizativa de las masas populares, en un debilitamiento de partidos, sindicatos, asociaciones, movimientos de solidaridad, movimiento estudiantil, movimiento de mujeres… por la simple vía del abandono del militante y el traslado del protagonismo al cargo publico, a su séquito de asesores o al influencer de red social.
Este momento disolvente, donde el simple hecho de estar organizado parece un contrasentido frente a la actividad de los representantes electos del pueblo trabajador y de los dirigentes de mayor nivel, tiene su reflejo, no solo en Podemos, sino también en el resto de organizaciones de la izquierda política en España, y como no, en aquellas donde yo milito, en el PCE y (todavía) en IU.
En la ultima asamblea de IU se realizaron importantes cambios estatutarios para adaptar el funcionamiento interno al modelo posmoderno y disolvente de Podemos. Los niveles intermedios de dirección apenas si tienen posibilidad real para ejercer algún tipo de control democrático sobre la direcciónes del nivel superior, en especial sobre la dirección federa, que ejerce de manera omnimoda y sin oposición Alberto Garzon y su grupo de cuadros afines. Con los órganos de discusión y debate vacíos de contenido, el principio de dirección colectiva suplantado por la «dirección colectiva de mis colegas», al militante promedio le queda poco menos que ser un pegacarteles al que se le pega una voz con malos modos en época electoral y del que los diferentes niveles de dirección se olvidan un nanosegundo después de que se publiciten los datos del escrutinio de las elecciones de turno. Si eso es para unas elecciones, imagínense para cualquier otra cosa.
Por contra, en el ultimo e interminable congreso del PCE, los acuerdos acordados fueron en el sentido contrario, se reforzó el modelo clásico de Partido Comunista e incluso se recuperaron concepto elementales como el centralismo democrático y el marxismo-leninismo, cosas que no son folclore para la mayoría de los militantes del PCE. Un reforzamiento de la organicidad y las atribuciones de un Partido que vive en una clandestinidad constante, y que se han quedado en un papel guardado con llave en el cajón del buró de alguna sede, ya que la puesta en practica de los mismo es incompatible con la linea política y los métodos de dirección que desarrolla Garzón en IU. Y claro, entre los acuerdos colectivos del PCE, partido donde milita Alberto Garzón y las opiniones personales de tan preparado referente político e intelectual, ya se puede imaginar que es lo que prima.
En este contexto, se nos vuelve a llamar a los militantes a participar en un nuevo plebiscito esta vez para aprobar una hipotética entrada en el hipotético gobierno PSOE-Unidas Podemos. Se hace sin debate alguno, sin memoria, sin mirar a acuerdos recientes, olvidando experiencias pasadas fallidas y vamos a ser claros, sin que importe mucho lo que vayan a votar los militantes, porque total el referéndum interno se hace para «venderlo» ante la prensa, porque la política con mayúsculas hoy no la hacen los obreros militantes si no los «preparados» cargos públicos y su corte de asesores de comunicación, que son el nuevo «sujeto político de cambio».
Pues miren, conmigo no cuenten, servidor va a votar que NO, aunque no sirva para mucho. Un NO como protesta a un modelo que disuelve las organizaciones obreras y populares, y NO también como reivindicación de los acuerdos colectivos que siguen vigente en IU y en el PCE, por más que los escondan ciertos dirigentes.
Y es que igual a ustedes se les habrá olvidado, pero en IU se acordó en las dos ultimas asambleas impulsar un proceso de revolución democrática que rompiera con el Régimen del 78, que parece que esta en crisis profunda. Me van a explicar ustedes como se impulsa ese proceso gobernando mano con mano con uno de sus pilares fundamentales, el PSOE de la UE, la OTAN y la reforma constitucional express para asegurar el pago de la deuda.
Y lo mismo, no lo saben, pero en el PCE hemos teorizado y aprobado en un congreso que bajo el yugo imperialista y austericida de la UE no se pueden gobernar a favor de la clase obrera. O se piensan ustedes que se puede parar la privatización de escuelas, universidades, hospitales y pensiones o nacionalizar Endesa, siendo corresponsales con los memorandums presupuestarios que nos exigen los hombres de negro desde Bruselas.
A mi, desde luego me parece imposible, parece que a la propia dirección del PCE se lo parecía en junio, después no, después si, después no y ahora parece que otra vez lo ve viable. Regatean en corto mejor que el maravilloso Ever Banega antes de dar el pase del gol definitivo en el ultimo derbi sevillano. De la dirección de IU, ni hablemos, esos son como Jesús Navas, corren rápidos, directos y furiosos, buscando la profundidad, que en este caso es ir a algún ministerio de la mano del Pablo Iglesias y Pedro Sánchez.
Nos cuentan, finalmente, que agarrarse a gobernar con el PSOE es la ultima oportunidad para evitar que la «ventana de cambio» se cierre en torno de una Segunda Transición que finiquite la crisis de régimen y recomponga una nueva institucionalidad en torno la figura del rey Borbon, una nueva ley electoral que favorezca a los partidos del régimen y un nuevo encaje territorial que seduzca a los representantes políticos de las oligarquías vascas y catalanas.
No necesita uno tener una inteligencia privilegiada, para darse cuenta de que un gobierno PSOE-Unidas Podemos organizado en torno a la gestión del mal menor acabaría decepcionando a las trabajadores más rápido que a la velocidad en la que Han Solo recorría el corredor de Kessel en el Halcón Milenario. Cuando no se pueda tocar la legislación anti-obrera que nos dejó Rajoy, o haya que anunciar recortes por imperativo legal como hacia Diego Valderas o se tenga que cerrar algún centro de trabajo por la «transición energética» que impone Bruselas, o se quede en calderilla lo que se recauda de las rentas más altas porque es inviable una reforma fiscal medio seria o no se pueda bajar la factura de la luz porque eso es malo para la «competencia» o sea necesario cerrar filas con la enésima aventura imperialista de la OTAN, ¿se lo van a tomar los currelas bien o van a mirar a otro sitio, en concreto hacia la derecha y más allá que tiene respuestas falsas pero simples y rompedoras para todos?
Si quieren cerrar la ventana de oportunidad, ya saben lo que hay que hacer, seguir por la senda de los Carrillo, Antonio Gutierrez, Valderas, Cayo Lara, Errejon, Bescansa y ahora ya por fin, Pablo Iglesias y Alberto Garzon. La senda que en el nombre de lo menos mala acaba equiparando a la izquierda revolucionaria y transformadora con la mano izquierda de la burguesia imperialista europea.
Mientras tanto, a la clase trabajadora le va a quedar una tarea difícil y dura, salir del tiempo de la postmilitancia y luchar por la peregrina idea de que es necesaria una trinchera organizativa desde donde poder luchar. Si lo hicieron en una época gris y fea, como no va a ser posible en la maravillosa época que nos ha tocado vivir.