Nos quieren robar el odio

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“Yo siempre seré partidario 

de los que no tienen nada. 

Y hasta la tranquilidad 

de la nada se les niega”.

Federico García Lorca

   Nos quieren robar el odio. Les debe parecer poco todo lo que ya nos habían robado que ni siquiera nos dejan odiar. No nos debería parecer raro ya que hay ya varias leyes hechas por y para el sentimiento. Y en esas estamos. Parece ser que el Secretario de Estado de Justicia, Manuel Olmedo, ha abogado estos días por la creación de una nueva categoría de eurodelito para los delitos de odio, en especial para el ámbito del racismo, la xenofobia (para los que hay ya creados varios artículos en el código penal, con lo que esa no era la cuestión principal) y la LGTBIfobia (esta es la cuestión), para la misoginia no, para el odio al comunismo tampoco, para la aporofobia ni hablar, la LGTBIfobia es, al parecer, contra lo que hay que luchar porque qué nos importará a nosotros el odio hacia el colectivo más grande del mundo, es decir, las mujeres o qué nos importará luchar contra la extirpación total de la memoria colectiva, la memoria de la lucha obrera, inscrita en letras de sangre entre los comunistas y los socialistas (los de verdad, claro). Hay que luchar contra los que denominan brilli-brilli a los pollapelucos o contra aquellos que no se creen que alguien pueda nacer en un cuerpo equivocado, o contra aquellos que están en contra de hormonar y amputar a niños sanos en pos de un delirio colectivo.

Pero la gran cuestión es: ¿Se puede legislar o penar un sentimiento? ¿Podremos seguir odiando a aquellos que nos oprimen? ¿Y si no nos dejan odiar qué hacemos? ¿Cómo expresamos nuestro hartazgo? ¿Cómo enfocamos esa energía que se produce cuando lo externo te sobrepasa? ¿Debemos amar a nuestros verdugos? ¿Acabaremos regalando flores a aquellos que nos golpean, nos impiden manifestarnos y acaban por sacarnos los ojos a porrazos?

   En otro orden de cosas, el fiscal de la Sala contra los Delitos de Odio y Discriminación, Miguel Ángel Aguilar, propuso estos días modificar el Código Penal para que se pueda prohibir el acceso a internet o a redes sociales (RRSS) a quienes hayan usado estos canales para cometer o fomentar delitos de odio, también se ha propuesto que las RRSS dejen de ser anónimas para que no se puedan ocultar estos delitos. Por otra parte nos hacemos eco de detenciones en el Reino Unido por hacer comentarios en RRSS contra el genocidio de palestinos ejecutado por Israel. ¿Por qué esa obsesión por controlar las RRSS? ¿Quizá sea el último reducto de libertad de nuestras grandes Democracias Liberales? ¿Es posible que las personas maltratadas por los gobiernos occidentales estén tan cabreadas y se les deje tan poco resquicio para demostrarlo que usen las RRSS para desfogarse? ¿Le resultan útiles a la clase obrera estas redes? ¿Habría que dejarlas definitivamente para organizar la lucha en las calles? ¿Es, acaso, un intento de nuestros gobiernos por manejar el descontento y criminalizar la protesta lo que está ocurriendo? ¿De verdad creen que destruyendo los principios constitucionales de libertad de expresión pueden acaso controlar nuestra ira? ¿Es el odio una herramienta de lucha? ¿Las RRSS son un escenario de esta batalla? ¿Veremos algún día arder las calles, ocupar los palacios desde donde nos dirigen, los bancos que nos someten, las oficinas y medios de comunicación que nos apuntan, las comisarías desde donde se dirige todo su rabia hacia nuestro odio de clase? ¿Con la persecución en las RRSS no nos estarán dejando ya pocas opciones? ¿Les gustará nuestra respuesta colectiva? 

   He comenzado este artículo con una cita del gran Federico García Lorca, y es que nos van a dejar sin la opción que siempre hemos tenido los que no tenemos nada, nuestro derecho a una pataleta, porque de eso se trata, de dejarnos sin ninguna opción, de lograr que bajemos la cabeza y digamos “sí señor” a todo. Se trata de convertirnos en buenos esclavos, en ser sujetos de una servidumbre voluntaria.

   Si basas las leyes en sentimientos y emociones, si formas a una opinión pública bajo estos principios, es normal que cualquiera que no comulgue con ruedas de molino sea catalogado como ejecutor de un delito de odio. No pensar de la misma manera que el contrario, siempre que este sea poderoso, será catalogado como odio, es más, como un Delito. ¿Dónde queda el uso del raciocinio, de la crítica, de la dialéctica? ¿Dónde queda el diálogo sin cortapisas? ¿Dónde queda la posibilidad incluso de entendernos? En muchas leyes no ha habido debate público, solo ruido interesado y mucho dinero invertido para crear opinión, que no conciencia. Como decía en un tuit Elena Catalán, “el odio es una emoción primaria, viene de serie. El odio, el asco y el miedo, nos ayudan a sobrevivir alertándonos de aquello que es nocivo para nosotros. El odio está relacionado con la función de análisis. Cuando odias analizas. No quieren que odies porque no quieren que pienses.” Creo que esa es la clave. 

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