Los bebés ni se compran, ni se venden, ni se regalan

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Por Sara Garrido Díaz

No existe expresión de hartazgo que describa con claridad e intensidad apropiada lo que sentimos muchas mujeres cuando se utiliza el aborto, fundamentado en agencia corporal y derecho a la salud, como premisa para convencer de que la comercialización de bebés y el tráfico de mujeres para la explotación reproductiva se basan en esos mismos derechos y, por lo tanto, son igual de respetables. Es decir, el aborto viene a ser lo mismo que los vientres de alquiler y la comercialización de bebés (dícese gestación subrogada, si usamos los eufemismos).

Puedo entender que, en un mundo donde la medida de todas las cosas son los hombres, donde se ha limitado al cerebro a pensar en masculino y en todo lo que a los varones atañe, sin descanso y sin excepción, cuesta muchísimo comprender que el tema del aborto es algo intrínseco a las hembras humanas en lo físico, mental y emocional, ajeno a los hombres por naturaleza y biología, y un asunto que no puede compararse a ningún otro en lo ético. 

Aparte de situaciones muy extraordinarias y puntuales de hermanas o hermanos siameses que compartan órganos vitales y dos cerebros separados, no creo que exista ninguna otra situación en la que una persona pueda encontrarse con que la obliguen a renunciar a su derecho a la agencia de su cuerpo y su salud temporalmente. Esto no es simplemente un “nosotras parimos, nosotras decidimos”, es un nosotras somos seres humanos, somos nuestro cuerpo y tenemos derecho, no sólo a ejercer agencia y a la salud, sino a que absolutamente ningún tercero tenga poder para decidir sobre ello. No es ni nuevo ni extraordinario: los órganos de una persona fallecida no pueden donarse sin consentimiento previo en vida, por ejemplo. Hasta a los muertos se les respeta ese derecho fundamental.

El derecho al aborto no significa que las mujeres tengamos un derecho especial a decidir sobre nuestros cuerpos, del que los hombres carecen. Somos la categoría biológica de ser humano que gesta y pare y, por lo tanto, el ejercicio de ese derecho se manifiesta en ocasiones en relación con esta naturaleza, mientras que una situación similar para el sexo masculino es una rareza que, además, ni se contempla. Pongamos que un niño de quince años tiene una enfermedad renal seria y congénita y necesita un trasplante de riñón urgente o fallecerá; pongamos que su padre, al que a causa de la misma enfermedad le queda sólo un riñón sano, es un donante compatible y la única esperanza que tiene el hijo de sobrevivir. Nadie va a obligar a ese padre a donar el riñón que le queda a su hijo por imperativo legal ni consuetudinario, porque pondría en riesgo su salud y su vida. De hecho, seguramente se lo prohibirían, sin derecho a decidir sobre su cuerpo, porque no se le permitiría renunciar a sus derechos básicos. Es más, el padre podría seguir con su riñón, el hijo adolescente morirse, y no pasaría absolutamente nada, ni existiría ningún problema ético ni moral. Porque cuando de hombres se trata, el ejercicio de derecho a la salud, a la vida, a la agencia corporal, o a lo que sea, se entiende perfectamente.

No es lo mismo con las mujeres. Más allá de señalar esto respecto del derecho al aborto en sí y sus detractores, me refiero a cómo tampoco se entiende el poder de decisión cuando se usa como arma arrojadiza en las referencias a los vientres de alquiler y como justificación de los mismos. Las mujeres somos seres que confunden, las leyes de la física no se nos aplican, las de la lógica nos esquivan y no se puede concretar nada con nosotras, ni los derechos y su ejercicio, que es que somos todo ambigüedad o etéreas, porque si no, no hay quien se explique esta comparación, que seguro que se ha argumentado con propiedad y extensivamente, pero yo creo que se puede explicar de manera muy sencilla: el derecho al aborto implica la decisión de una mujer sobre su cuerpo y su vida (sí, igual que el padre con un riñón de antes); el vientre de alquiler (gestación subrogada) y posterior venta o “donación” de la persona nacida implica la asunción de propiedad sobre otro ser humano y su uso lucrativo.

Por lo tanto, no, gente que compráis niñas y niños, no es “vuestra gestante” decidiendo sobre su propio cuerpo, sino decidiendo sobre el cuerpo de otro ser humano para violar sus derechos fundamentales. Basta ya de eufemismos y correspondencias falsas. Los bebés ni se compran, ni se venden, ni se regalan. 

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