Fratría

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Por Karina Castelao

Hace unas semanas escuché a Pablo Iglesias decir en una tertulia de radio una frase que a mí acostumbra a ponerme los pelos como escarpias.

Iglesias dijo que si viera a su cuñado con otra mujer que no fuera su hermana en actitud cariñosa, no diría nada porque «esas cosas pertenecen a la intimidad de la pareja». Yo entonces no pude evitar pensar en la de veces que habré oído a lo largo de mi vida que las palizas que un hombre propina a su mujer son «cosas de pareja», y lo que realmente significa para los hombres esa «intimidad» como justificación de sus comportamientos reprobables hacia las mujeres

Vaya por delante que no pretendo comparar las infidelidades en las parejas monógamas y cerradas con la violencia de género, al menos en cuanto a la intencionalidad dolosa aunque a veces las primeras resulten tan lesivas como las segundas. Que cuando hablo de infidelidad me refiero solo a la ruptura del pacto de exclusividad sexual que se han dado dos personas de manera libre en la relación sentimental de pareja que tienen intención de establecer. Que cada persona es libre de decidir también si quiere o no conocer si su pareja le es infiel, faltaría más. Que este artículo no va de demonizar las relaciones abiertas o poliamorosas, allá cada cual con los acuerdos a los que quiere llegar en sus relaciones afectivo-sexuales. Va de la fratría y de esa especie de club masculino donde absolutamente todo es justificado y justificable.

Allá por los 90’ mi madre tenía contratada a una persona para que, como ella decía, «le limpiara lo gordo» (ventanas, azulejos, lámparas…). Pepi (nombre ficticio) era una chica joven que trabajaba limpiando casas, casada y con una hija pequeña. Su marido, Carlos, que había sido su novio desde críos y con él tenía un montón de proyectos de vida (como comprarse una casa o aumentar la familia) era según ella un marido y un padre ejemplar. Hacían un montón de cosas los tres juntos, salvo los viernes, día que Carlos reservaba religiosamente para salir de noche con sus amigos de la infancia, que también eran los amigos de infancia de Pepi, mientras ella se quedaba en casa con la niña.

Un día Pepi llegó a casa de mi madre y no limpió, solo lloró. Venía de ver el resultado de una citología y el ginecólogo le había dicho que tenía una ETS y que se tenía que hacer las pruebas del SIDA. En unos instantes y con solo dos frases su vida entera se vino abajo. Su gran preocupación era, cómo no, qué le iba a decir a su hija. Cómo le iba a explicar a una niña pequeña que se acababa su mundo tal y como la conocía. Que su padre, al que tanto adoraba, se iba a marchar de casa, que a partir de ese momento probablemente lo vería solo un fin de semana de cada dos. Que no iban a volver a hacer cosas juntos los tres. Y sobre todo, y en caso de que la prueba del VIH diera positiva, cómo sería su vida conviviendo con una enfermedad mortal (recordad que eran los 90).

Pero quizá lo más inconcebible para ella era cómo no se había dado cuenta de que su marido cuando salía los viernes le ponía los cuernos, cómo no había percibido ninguna señal, pensando sobre todo en que todas sus amistades eran comunes y que frecuentaban las mismas personas y lugares. Cómo ninguno de sus amigos, porque también eran sus amigos, nunca le había advertido nada y, lo que es peor, cómo sabiendo que era un hombre casado nadie le hubiera reprochado a él que estuviera traicionando y poniendo en riesgo a su mujer (y por extensión, a su hija).

Tras morir mi madre le perdí la pista. Solo me crucé con Pepi en un par de ocasiones en las que me contó que había sacado una plaza de limpiadora en el SERGAS y que le iba relativamente bien. Creo que no volvió a tener pareja (no me extraña) y que toda aquella terrible historia terminó en un largo tratamiento con antibióticos y un gran susto, pero también en una vida rota y sobre todo en mucha amargura y dolor. 

Etimológicamente, fratría significa hermandad entre hombres de la misma forma que sororía significaría hermandad entre mujeres. Pero en la sociedad patriarcal, la fratría supone la hermandad y apoyo entre los hombres como opresores mientras que la sororía supone la hermandad y apoyo entre las mujeres como oprimidas.

Dice Celia Amorós que “la fratría se constituye como un grupo (masculino) juramentado, constituido bajo la presión de una amenaza exterior de disolución, donde el propio grupo se percibe como condición del mantenimiento de la identidad, intereses y objetivos de sus miembros.» Es decir, fratría sería un pacto entre no-caballeros de silencio y colaboracionismo del que nadie puede salir ni nadie puede romper.

Fratría sería mirar para otro lado si tu amigo o conocido maltrata o veja a su pareja.

Reírle las gracias al que hace chistes de violaciones.

Darle vítores a Alves al salir de la cárcel o callar a quien cuestiona a la víctima en redes o medios.

No contradecir a quien niega la violencia machista y esparce los bulos de las denuncias falsas.

Idolatrar a Maradona o admirar a Bertolucci olvidando sus actos de pederastia o de abuso sexual.

Hablar de discriminación masculina por tener las mujeres leyes de compensación de la desigualdad estructural entre sexos.

Fratría es llamar privilegiadas a las mujeres frente a nacidos varones que se autodenominan “mujeres trans y lesbianas”.

Y, por supuesto, el silencio cómplice ante cualquiera engaño o ante cualquier situación que ponga en riesgo a una mujer.

Volvamos a la tertulia de La Ser. Las palabras de Pablo Iglesias me recordaron a Pepi y su historia de “intimidad de pareja” que todo el mundo sabía menos ella, y que pudo haberle costado la vida.

En la tertulia, formada por cuatro personas, dos hombres y dos mujeres, y a quienes el moderador planteaba temas y repartía los tiempos como si fuera un debate electoral, el tema cuernos fue un poco más intenso que el resto. Porque claro, no es tan simple como para sentenciar que es un asunto sin implicaciones ni del que no se puedan hacer juicios morales.

Y ahí es cuando alguien le planteó a Iglesias si opinaría lo mismo, callaría ante su hermana o recriminaría su conducta a su cuñado, si la infidelidad hubiera sido acudiendo a un prostíbulo. Dijo entonces que no, que en ese caso sí lo vería reprobable y que hablaría con él. Pero en su subconsciente las leyes de la fratria también se dejaron entrever. Para el exlíder de Podemos, un partido que se dijo en su momento abolicionista de la prostitución aunque no hiciera absolutamente nada al respecto en los cuatro años en los que formó coalición de gobierno y ocupó precisamente el Ministerio de Igualdad, un hombre que se va de putas también rompe la fratría por traidor de clase.

Volvemos a “los intereses y objetivos de sus miembros” y recordemos aquello de que lo más parecido a un machista de derechas es un machista de izquierdas. Porque la fratría, que es transversal, adopta distintas formas según sus miembros tengan conciencia de clase o no. Por tanto, la fratría de izquierda considera “intimidad de la pareja” que un hombre que tiene un pacto de exclusividad sexual con una mujer la traicione llegando incluso a ponerla en riesgo, siempre y cuando la traición la perpetre gratis y no mediante la explotación de otra mujer.

En cambio si la traición la consuma con una de esas víctimas del sistema prostituyente a las que los hombres de izquierda acostumbran a llamar «trabajadoras sexuales», la cosa cambia. Pero solo en ese caso. Porque ahí lo verdaderamente grave es la traición de clase, el contribuir a la explotación de una mujer en situación de vulnerabilidad, y no, además, a las consecuencias psicológicas y físicas que puedan causar a una tercera persona, otra mujer, las mentiras y los engaños.

En resumen, para Pablo Iglesias y supongo que muchos hombres como él, por no decir todos, no se puede afear la conducta de un hombre que es un miserable con una mujer si entre ellos hay una relación sentimental (aunque ésta sea monógama y cerrada) ya que eso funciona como un blindaje contra las injerencias ajenas. Y porque, a buen seguro, la fratría tiene en su código que mirar para otro lado ante tales comportamientos son un «hoy por ti y mañana por mí».

La fratría es esa banda, esa mafia universal en la que los hombres se sienten libres y amparados en sus actos de violencia para con las mujeres. Pertenecer a la fratría es ser el Todo, el Uno, ese pacto masculino que tan bien ilustra El Padrino. Estoy completamente segura que es una de las películas favoritas de Pablo Iglesias. Igual que sé, porque él lo ha dicho, que uno de sus ídolos siempre ha sido Maradona. 

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