Peter Ustinov for president

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La Semana Santa, independientemente del fervor y creencias que cada uno profese o no profese, trae cosas propias para el tiempo que ocupa y raro es que ninguna nos guste. En mi caso soy fan de las torrijas y sobre todo de las películas que suelen aparecer en las cadenas de televisión y en el imaginario colectivo ligadas a estos días. Ya saben, todos esos peplum clásicos, con Charlton Heston, Victor Mature, Kirk Douglas, Jean Simmons, Hedy Lamarr y demás estrellas del Hollywood Clásico.

En éstas andaba yo hace unos días, en pleno periodo de la Pasión, viendo Quo Vadis (Mervin Le Roy, 1951), recuerden, una reconstrucción del martirio de los Santos Pedro y Pablo en Roma en tiempos de Nerón, o al menos de la visión que la tradición cristiana nos da de tales acontecimientos. El caso es que una de las mayores atracciones de esta película era la actuación de Peter Ustinov dando vida al emperador Nerón, como mínimo a la visión que de dicho César romano se ha instalado en el imaginario popular: un desequilibrado borracho de poder que actuaba a impulsos de su ego y que no vaciló en cometer las mayores aberraciones y fechorías para satisfacer su orgullo y su afán de lucimiento. Y las reacciones de quienes en aquel momento me acompañaban trajeron reflexiones sumamente interesantes.

Algunos de quienes me rodeaban decían que una civilización como la romana no podía haber sentado en su trono a semejante lunático, otros decían que era una cosa propia de la antigüedad, impensable hoy, y no faltó quien vio como reacción natural y lógica el levantamiento del pueblo de Roma que retrata dicho film, que provocaba el suicidio de Nerón al verse atrapado sin salida.

Yo lo vi de otra manera. Porque tengo la impresión del que el Nerón de Peter Ustinov hoy sería aclamado como un héroe o estrella de la política. Que tendría una legión de partidarios que lo defenderían como si fuera su padre. Que proclamarían una y otra vez que «Nerón le echa muchos huevos». Que harían camisetas y corearían las odas absurdas que se empeñaba en componer con una lira. Precisamente el tipo de gobernante que encarna el actor británico es el que parece estar de moda: un lunático histriónico que grite a grandes voces las majaderías más incongruentes mientras desata toda su crueldad contra la parte más baja de la sociedad. ¿Qué diferencia exactamente al personaje de Ustinov, de Trump, de Bolsonaro, de Milei o de la que a mí me toca más de cerca, Ayuso?

El Emperador encarnado por el genial intérprete declara taxativamente en la película que su pueblo es para él una carga, que parece que él deba desvivirse por ellos, cuando debería ser al revés. Exactamente como Ayuso cuando llamó a los que acudían a las colas del hambre «mantenidos y subvencionados».

El personaje de Quo Vadis incendiaba la ciudad para reconstruirla a su gusto sin importarle a cuantos de sus ciudadanos sacrificara. Exactamente el comportamiento de Ayuso, Trump y Bolsonaro durante la reciente pandemia. Ayuso montó una especie de Auschwitz en las residencias madrileñas condenando a muerte a miles de ancianos para hacer negocios para su familia.

Cuando veía a la creación del gran actor británico componer absurdas coplas con una lira cada vez que los acontecimientos le superaban me recordaba irresistiblemente los espectáculos que montan en idénticas situaciones Trump, Milei y Ayuso, ya sea en actos convocados y pensados expresamente como escaparate de sus sandeces, o en formato digital en internet y redes.

La criatura de Ustinov culpaba a otros del incendio de Roma para salvarse él y para dirigir la ira del pueblo contra otros, exactamente lo que hizo el aparato de propaganda de Ayuso cuando pretendió que el responsable de la carnicería en las residencias madrileñas era Pablo Iglesias. Podemos, independientemente de lo que cada uno crea de ellos, ocupó el lugar de los cristianos de Quo Vadis.

Hay, sin embargo dos aspectos en los que quizás los modernos nerones se diferencian de su precursor. El primero es que puede que sean un poco más comedidos con sus arrebatos si tenemos en cuenta que no han llegado a asesinar a sus familiares y colaboradores más cercanos cuando deciden que ya no sirven a sus delirios de grandeza pero, sin alcanzar esos extremos, varios de ellos se han deshecho de compañeros y subordinados que dejaron de convenir por la vía de la fabricación de escándalos legales, de levantamientos contra el orden establecido de sus partidos o de la denigración en la prensa afín.

El segundo aspecto era el que a mí me parecía más inverosímil en la película: Nerón acababa atrapado en un levantamiento de su pueblo. Cosa que resulta demasiado rebuscada si tenemos en cuenta que, en la realidad, los modernos incendiarios no están ahí como herederos de un imperio. Todos fueron elegidos por sus pueblos y no se han ido huyendo de ningún levantamiento, al contrario, tienen todos una legión de descerebrados que los aclaman o están dispuestos incluso a pagar sus procesos judiciales, como está ocurriendo con el millonario Trump que está recaudando dinero de ciudadanos americanos de bajo estrato social para sus procesos judiciales por líos de faldas poco recomendables.

Ante tal disonancia entre lo que veía en el film y la realidad del siglo XXI hay que sacar una conclusión obvia: aun si el personaje de Nerón aparece en la cinta llevado al extremo, en los años 50 del pasado siglo, un individuo semejante era percibido de ese modo, como un villano de película, de hecho como el poder cuasi infernal contra el que debían luchar los cristianos. Pero en algún momento ha pasado a ser el tipo de gobernante que gusta a muchos. Hoy los que se hubieran quedado sin hogar en el incendio de Roma probablemente irían a aclamarlo con una camiseta con el emblema de una tea o llamarada rodeada de lemas del tipo «Nerón, soberano, que ardan los marranos». No vale de nada negarlo, los hechos están a la vista. Tales vuelcos en la percepción de la gente solo se producen si alguien los promueve. Sólo queda felicitar a quien lo haya llevado a cabo. Y preguntarnos qué poder se puede oponer a quien es capaz de percibir que el Nerón de Peter Ustinov es un gobernante adecuado.

El histriónico Nerón de Peter Ustinov compone odas con su lira mientras ve arder Roma.

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